La Opinión de A Coruña

Cuando el lienzo son los bares: los otros ‘Lugrís’ coruñeses

Óscar Cabana, Ángel Atienza, arte callejero ‘indoor’ y otras muchas manifestaciones artísticas decoran las paredes de los locales de hostelería coruñeses

Marta Otero Mayán

La relación entre artistas y bares es antigua como el mundo. No es A Coruña, desde luego, la excepción. Este íntimo vínculo entre creatividad y espacios de restauración se materializa en la ciudad en su figura por antonomasia, Urbano Lugrís, que, a lo largo de muchas décadas, hizo trueque con sus dotes pictóricas, y dejó varios lugrises en distintos negocios hosteleros de la ciudad, que sus dueños le pagaban en comida y bebida, como a otros grandes artistas cuyas obras envejecieron convertidas en piezas de culto. Urbano Lugrís lleva la etiqueta de gran creador atlántico, pero algunas de sus piezas, concebidas para adornar los techos, las paredes y las molduras de esos negocios en los que echaba las horas, no han corrido una suerte paralela a la del caché de su nombre.

Javier Castro y Sonia Díaz, responsables de El Serrano, junto a Branda, autor del mural.

Javier Castro y Sonia Díaz, responsables de El Serrano, junto a Branda, autor del mural.

El caso del conjunto mural que el artista pintó en el bar Fornos de Olmos es paradigmático: 12 frescos, creados en 1950 a secco y con pintura aceite sobre yeso, que sucumben al abandono y al deterioro confinados en el local, a merced de la humedad, desde que este cerró. Hoy las administraciones, espoleadas en gran medida por la presión social, buscan la manera de protegerlos para trasladarlos y restaurarlos, con el precedente la panorámica marítima que el artista pintó en el 72 de la calle Real, donde el clamor popular fue determinante también para despertar la acción de las administraciones.

No fue Lugrís el único que dejó manifestaciones artísticas en bares y restaurantes coruñeses. Xaime Cabanas, fallecido en 2013 y pintor de una personalidad y toque irrepetibles, pintó el mural que ocupa las paredes del fondo de El Taller, en la calle Cordelería. Crear una alegoría del mar, con dragones, barcos y peces, fue idea del propio Cabanas, usuario habitual del local. Y aunque el año pasado, con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento, el Kiosko Alfonso y Palexco albergaron una muestra con vocación de profundizar en su creación artística, el mural del Taller no corrió la misma suerte: el incendio que el bar sufrió en 2018 afectó a la pintura, que, si bien se salvó casi íntegramente de la quema, quedó ennegrecida. En su momento hubo iniciativas para restaurar la pieza, pero poco más se ha sabido desde entonces. Es un clásico: cuando se trata de pinturas concebidas para espacios de ocio y grandes afluencias como son los bares y restaurantes. Su cuidado y conservación quedan a merced de la sensibilidad de sus propietarios o al arbitrio del paso del tiempo. Algunos desaparecen para siempre, otros sobreviven milagrosamente y otros, los más afortunados, siguen a sus propietarios en sus aventuras posteriores.

Es el caso de la espectacular pintura de Branda que adorna la pared del mesón El Serrano, en la calle Galera, que ya se ha movido con sus dueños. No podía ser de otra manera, dada la gran carga emocional de la estampa: en la obra, de inspiración mosaico, un tabernero atiende a figuras ilustres de la historia coruñesa. Es José Luis Díaz, dueño original del local, inmortalizado para siempre en sus paredes. “La idea surgió en el antiguo local. Teníamos una pared vacía al fondo, y mi padre acababa de fallecer. Queríamos hacerle un homenaje. Se nos ocurrió abrir una ventana al mar, hacer algo representativo de la ciudad”, cuenta Sonia Díaz, hija del fundador de la casa y actual responsable del negocio, ahora en una ubicación distinta a la original, pero con la misma idiosincrasia.

Óscar Cabana, pintor, y Juan Fernández, responsable de la cervería Malte, con la pintura del primero.

Óscar Cabana, pintor, y Juan Fernández, responsable de la cervería Malte, con la pintura del primero.

Isaac Díaz Pardo, María Pita, el alcalde Picadillo y otros habituales de la crónica coruñesa comparten espacio en esa taberna blanquiazul, eterna en la pared. La firma el coruñés Branda, otro habitual en las paredes de los bares, que desde el primer momento conectó con la idea. “Tenían la idea clarísima: un Serrano imaginario donde se reunieran personas de las artes, la cultura, el deporte... como fue el Serrano, un punto de ebullición cultural. En seguida fluyó, es bonito que confíen en ti para cosas así, con esta carga emotiva”, cuenta el artista. Branda elaboró la pieza en soporte de madera en Barcelona, y luego la trasladó a Galicia. Cuando el negocio cambió de local, el cuadro, cómo no, se mudó con ellos. “Este en concreto lo cuidan bien, pero las pinturas en bares suelen conservarse fatal. Los bares empiezan y acaban. Algunos murales se conservan, otros han sucumbido”, señala Branda, que tiene ejemplos entre sus firmas: A Pataca o, después, A Nova Pataca, referentes de Monte Alto, cerraron sin que se supiese qué fue de los suyos. En O Patachim de Orillamar, sin embargo, el Branda de la pared es casi su mayor símbolo.

Otro de los negocios de hostelería más representativos de la ciudad, que no puede entenderse sin las piezas que adornan sus paredes es la Cervecería de Estrella Galicia de Cuatro Caminos. Las piezas de Ángel Atienza, futbolista reconvertido en reputado pintor y muralista, y que representan escenas ligadas a la elaboración de cerveza, son un comensal más de un negocio que no conoce el silencio ni la tranquilidad.

Almudena Ripamonti, con los murales que pintó en Arty.

Almudena Ripamonti, con los murales que pintó en Arty.

El mismo autor realizó los murales que se encuentran en la antigua sala de cocimiento de la fábrica de Estrella Galicia en Agrela, que ahora forman parte del museo MEGA. Están realizados en cerámica refractaria, un material que aguanta bien las altas temperaturas, propias de una sala de cocimiento de cerveza, pero también de una cervecería con bullicio y trajín a todas horas del día.

La dinámica hostelera de la ciudad ha provocado que muchas de estas piezas, la mayoría únicas en su especie, canjeadas, como Lugrís, por bebida, comida y conversación, y que se convirtieron en auténticos símbolos de los locales que adornaban, fueran perdiéndose a medida que los negocios cerraban o cambiaban de dueños. Otras nacen ahora, precisamente, con la vocación de adaptarse y transformarse con el paso del tiempo y convertirse en obras vivas. Las más recientes están en Arty Market, en Panaderas, que apuesta por el arte callejero y el grafiti, que lleva en su ADN esta carácter efímero y cambiante.

Murales de la cervecería Estrella Galicia, en Cuatro Caminos.

Murales de la cervecería Estrella Galicia, en Cuatro Caminos.

Detrás está la mano de Almudena Ripamonti, ilustradora y directora de arte del espacio. “Queríamos traer el arte de la calle adentro, que fuera lo más verosímil posible. No es grafiti puro, pero la idea es que con el tiempo quede como en Berlín: capa sobre capa, que se vayan incorporando artistas”, cuenta Ripamonti. El espacio es casi un juego para la vista del usuario, ya que techos y paredes esconden referencias ocultas: space invaders y otras manifestaciones de pixel art, tributos a Bansky, takeo y trazos sueltos de espray en las columnas, sillas y mesas y hasta una canasta de baloncesto colgando del techo del local. Algunas de las creaciones llevan la firma de @Letra_davy, popular artista callejero que también rubrica los grafitis interiores de la tienda de zapatillas Kickstriker o el diseño de algunos logos de estudios de tatuaje o barberías coruñesas. En la entrada, recibe al cliente un collage de gran formato que mezcla referencias literarias, líricas y artísticas de distinta naturaleza, de las Meninas a Rosalía de Castro, obra también de Ripamonti. “Todas las inspiraciones que me evocaban a mí las puse en la entrada, de Frida Kahlo o Carl Sagan”, cuenta.

La joya de la corona de estas manifestaciones artísticas hay que buscarla en Atochas. Sobre todo, en lo que a tamaño se refiere. Una enorme panorámica de la ciudad, pintada con dedicación y paciencia por el artista Óscar Cabana, adorna la pared de la cervecería Malte. Son más de trece metros de calles inventadas, edificios reconocibles pero colocados fuera de su sitio, e intersecciones verosímiles pero que no están donde deberían, en los que es imposible que el ojo no se detenga unos minutos. “Cuando cogí el local, Óscar me dijo: ¿cómo no voy a pintarlo? Económicamente, claro, se me iba un mural tan grande, pero él al final es amigo. Al final hacemos un win-win, él acomodó el precio y tuvo libertad absoluta para hacer su mural más grande”, cuenta Juan Fernández, propietario de Malte. La apuesta no falló: el resultado no puede ser más espectacular. Pintada directamente sobre el muro, la panorámica capta el interés de habituales, curiosos e itinerantes. Para el propio artista, reconoce, fue todo un reto. “Normalmente pinto con espátula, pincel o brocha. Este, al ser tan grande, fue casi todo con rodillo, cambia la escala de las herramientas, pero me gusta este tipo de retos, salir de mi zona de confort. Fue una locura, nunca había pintado algo tan grande con libertad total”, confiesa Cabana.

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