Entrevista | Leonardo Padura Escritor
«Si no hubiera vivido en La Habana, difícilmente hubiera sido el escritor que soy»

Leonardo Padura, en la playa de Riazor. / Carlos Pardellas
Leonardo Padura es un cubano orgulloso. Habla de La Habana con un brillo especial en los ojos, aunque a veces se nubla por la realidad que vive su amada ciudad. Pero él no la abandona. Vive allí, escribe allí y lo hace sobre ella. Es la protagonista de su última novela, Ir a La Habana, que presentó ayer en A Coruña, en el ciclo Encontros con Escritores.
Cuba, en especial La Habana, siempre aparece en sus novelas como un elemento importante. En esta, sin duda, es protagonista. ¿Es el homenaje que siempre esperó hacer?
Este es un libro que yo necesitaba y quería hacer. Es como esa frase de Marco Aurelio que aparecía en la puerta de la habitación de los hermanos Glass, en la novela Franny y Zooey: «Aquello estaba deseando ocurrir». Este libro estaba deseando ocurrir. Cuba, y específicamente La Habana, está presente en todas mis novelas, en algunas de una manera muy protagónica. Es un espacio esencial en mi literatura.
¿De qué manera ha querido mostrarlo en este libro?
El libro está compuesto fundamentalmente por un ensayo en el que yo hago todo ese recorrido histórico y físico por la ciudad. Se intercalan fragmentos de novelas en los que se ven los procesos, los personajes, los lugares de los que he ido hablando y que ya están convertidos en literatura. La segunda parte son reportajes y artículos que he ido escribiendo a lo largo de muchos años sobre temas, personajes y procesos de la ciudad. Es, en esencia, un homenaje a La Habana y, sobre todo, a ese proceso tan importante que ha sido mi apropiación de la ciudad. Si no hubiera vivido ahí, difícilmente hubiera sido el escritor que soy.
No se entiende su literatura sin La Habana. ¿Se entiende Leonardo Padura sin esta ciudad?
Por supuesto que no. Tengo un fuerte sentido de pertenencia a esa ciudad. Nací ahí en el año 55, en un barrio de la periferia, en Mantilla, y vivo en la misma casa donde nací y que construyeron mis padres. Ahí todavía, afortunadamente, sigue mi madre y sigue ese infinito y necesario almacén de memorias, de recuerdos, de sensaciones, de aprendizaje que hice en esa casa, en ese barrio, en esa ciudad. Todo eso me ha formado como la persona que soy y, además, soy escritor. Como he dicho muchas veces, el escritor tiene que tener un almacén de recuerdos para poder escribir. Uno de los grandes traumas que puede sufrir un escritor es perder la conexión con la realidad, perder la capacidad de memoria. Ahora mismo le acabo de escribir a un amigo que va a escribir una crónica sobre la victoria de Trump y le decía «la historia es muy tremenda, tal vez en Estados Unidos se haya producido un acontecimiento parecido a lo que fue el incendio del Reichstag en 1933, el futuro lo dirá». Todas esas cosas que uno puede ir asociando son las que te permiten escribir.
Cuba y Estados Unidos han tenido una relación especial a lo largo de la historia.
Una relación traumática. Desde el siglo XIX hay una pretensión anexionista de los Estados Unidos con respecto a Cuba, lo que se llamó en aquel momento la política de la fruta madura, la fruta que iba a caer inevitablemente en el poder de los Estados Unidos. Eso se magnificó con la intervención militar norteamericana durante la guerra entre Cuba y España. Después ha sido siempre una relación de dependencia y de rechazo a la política de Washington. No a la cultura norteamericana, porque en Cuba se le tiene un gran aprecio. Después de la Revolución, ha sido una política de hostilidad y de enfrentamiento.
Usted vive allí, en Cuba, pero en la prensa aparecen noticias continuas sobre la gente que se va.
No solamente se ve en la prensa, se ve en la realidad cubana. Ese es el problema y por eso la prensa lo refleja. Imagínate que en tres años han salido alrededor de 1.200.000 personas de Cuba, lo que significa el 12% de la población efectiva del país. En cualquier país del mundo, eso es un desangramiento muy dramático. Y más cuando la mayoría de las personas que salen son gente joven con un cierto nivel de preparación. La situación en Cuba se les ha hecho asfixiante. Hay una realidad económica que se ha ido haciendo cada vez más dramática y más caótica, con un alto nivel de inflación y con una escasez de alimentos y de medicamentos. La gente se cansó de esperar. La diáspora cubana ha sido continua, pero en estos años ha sido vertiginosa.
Muchas de sus historias y recuerdos son en Mantilla. ¿Es también esta una reivindicación de los barrios, de la identidad?
La vida moderna ha tomado una dinámica muy veloz. Yo creo que el tiempo está pasando ahora con mucha más velocidad que hace 40 años. Las estructuras de convivencia de los espacios urbanos también han cambiado. Cuando entras, por ejemplo, a El Raval de Barcelona, que es un lugar que conozco bien, ya no tiene casi nada que ver con el barrio que fue en los años 80 y 90. Ahora se ha convertido en un espacio entre turístico y marginal. Y eso está ocurriendo en todo el mundo. También en La Habana. Mi barrio no tiene la misma estructura que tenía cuando yo era un niño, que era un lugar como una especie de territorio en el que todas las personas y todos los lugares tenían una conexión. Era una enorme familia.
Dicen que todos los caminos llevan a Roma. En su caso, ¿conducen al Malecón?
Una ciudad con mar es un regalo de la naturaleza. El mar tiene una serie de lecturas, de posibilidades y de connotaciones que son importantísimas para las ciudades que viven frente al mar. A La Habana, todo lo bueno y lo malo que le ha ocurrido ha llegado por el mar. El Malecón es un símbolo esencial de la ciudad. Es el principio y el fin de La Habana. Es el principio y el fin de la isla. Es el principio y el fin de los sueños. Es el sitio de encuentros y desencuentros.
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