La Opinión de A Coruña

Teresa de la Caridad Herrera: analfabeta, afortunada rentista y benefactora

Ni siquiera sabía firmar con su nombre y apellidos. Tuvo la fortuna de ser heredera por partida doble y, disponiendo de rentas, Teresa Margarita Rodríguez-Herrera Pedrosa empeñó la vida en auxiliar a mujeres enfermas, solas y sin recursos. El Hospital de la Caridad fue uno de los pilares coruñeses de la Expedición de la Vacuna: la rectora de la inclusa será la única enfermera de la expedición filantrópica y, de los 21 expósitos que llevaron la vacuna de la viruela hasta América (noviembre de 1803), 12 —de la Caridad, era el apellido que marcaba su procedencia— habían sido criados y educados bajo el amparo del hospital que fundó la benefactora

 

Antonio López

Los libros parroquiales de San Xurxo y San Nicolás revelan que, por la línea paterna, su abuelo fue Blas Rodríguez Herrero y la abuela, Francisca García Herrera; por la materna, el abuelo se llamaba Antonio Pedrosa y la abuela, Catalina de Naveira. Su padre fue Domingo Rodríguez Herrera y la madre, María Antonia Pedrosa de los Santos; se casaron —segundas nupcias para el padre, viudo de Cecilia García de Porras— en abril de 1706 y el matrimonio duró hasta mayo de 1716, cuando fallece Domingo. La descendencia de la pareja Herrera Pedrosa está acreditada por la madre: «Tutora de las personas y vienes de Bizenta, Theresa, Josepha, fatua a natibitate [falta de entendimiento desde el parto], y Miguel, sus hixos y que le quedaron de su marido, y heredera de Juan, tanvien su hijo y de dicho su marido» (Archivo Municipal A Coruña, caja 1674).

Teresa Herrera nace el 10 de noviembre de 1712 y es bautizada tres días después en la coruñesa parroquia de San Xurxo. Su muerte ocurre el 22 de octubre de 1791 y fue enterrada, al día siguiente, en la capilla de los Dolores de la parroquia de San Nicolás.

Analfabeta

El censo de población (1787) que mandó elaborar José Moñino, conde de Floridablanca y secretario de Estado con Carlos III, documenta que, entre las mujeres gallegas, solo un 2,12% había pasado por la escuela. Así sucede que, en cuantas escrituras aparece Teresa Herrera como parte interesada, es constante un párrafo final en el que se lee: «No firma por no saber».

Ubicación del Hospital, antes de construirse el barrio de Zalaeta.

Ubicación del Hospital, antes de construirse el barrio de Zalaeta.

Aquel 97,8% de mujeres analfabetas (las tri-tatarabuelas de las que procedemos la práctica totalidad de las generaciones actuales) se las apañaron para sacar adelante a sus familias —y con ellas, al país—. Al igual que las mujeres analfabetas de su tiempo, Teresa Herrera sabría, sin duda, la cantidad de grano que entraba en el arca de su casa, procedente del arrendamiento de fincas agrarias. También entendería la ventaja de cancelar —librándose de un interés anual del 3%— la hipoteca de 1.100 reales que su abuelo materno había pedido, en 1679, sobre una casa en la calle Panaderas (Archivo Municipal da Coruña, caja 1674) y otra hipoteca de 550 reales sobre una casa en la calle San Nicolás, precedente del legado de una tía (Archivo de la Congregación de los Dolores, carpeta Documentos de Importancia). Ventajas también le tuvo que ver a hacerse con dos labradíos en San Estevo de Morás (Arteixo), permutados por una finca en San Cristovo das Viñas (extrarradio coruñés) con Pedro Cermeño, capitán general del Reino de Galicia (Archivo Colegio Notarial, escribano Vaamonde Figueroa, protocolo 6656). Por otro trueque de fincas, con Josef Beltrán —gobernador retirado del Castillo de San Antón—, consiguió, a cambio de sus labradíos, montes, brañas y huertas en Feáns, dos predios de labranza en Sésamo y 250 reales en metálico —para igualar el valor de las tierras permutadas— (Archivo Reino de Galicia, escribano Antonio Pardo de Ponte, protocolo 1606). De sobra conocería la necesidad de conservar en buen estado sus inmuebles y, para ello, invertirá 4.000 reales en la Casa del Patín de la calle Panaderas, donde vivía con su hermana fatua; también destinará 2.000 reales a reparar una casa en la calle San Andrés que dedicaba al alquiler (ACD; libro 4, escritura de donación, 1789). A Manuel Fernández Trelles, capitán de los Correos Marítimos —que precisaba el terreno colindante para, en cumplimiento de la ordenanza municipal, poder edificar una casa del tamaño deseado—, Teresa Herrera le venderá en 10.649 reales un «rancho» en la calle San Andrés, contiguo a la propiedad del marino. La venta de esta casa (planta baja, piso de tierra y huerta, «de poco buque, apenas pasaba de dos barcas y tercia de ancho y de nuebe de largo») se hizo mediante «censo reservativo»: un tipo de hipoteca en la que el importe de la venta queda en las manos del comprador, que se obliga al pago de un interés anual del 3%, hasta que Teresa decidiese disponer del importe total de la venta (ACN, escribano Manuel Vázquez, protocolo 6907).

Estas operaciones comerciales las realiza Teresa en los últimos cinco años de su vida, cuando ya era una afortunada heredera, pero no menos cierto es que tenía detrás la experiencia de haberse ganado el pan por su cuenta y sin apoyo familiar. Según atestigua la madre en su codicilo testamentario de 1752, Teresa llevaba 22 años viviendo fuera del hogar familiar: «en todo este tiempo, unicamente hestuvo en su compañia 19 meses; todo lo restante estuvo fuera de ella, valiendose por su trabajo y avilidades». También explica la madre que, durante esos 22 años, ella misma «ha consumido y gastado la parte legitima que le correspondía, anualmente, a Teresa por la herencia del padre: 2½ ferrados de trigo y 33 reales en metálico» (AMC, caja 1674). Afortunada rentista

Teresa Herrera, y con ella, Vicenta y Josefa —las otras dos hermanas que sobrevivieron a la muerte de la madre— fueron agraciadas con herencias que, en principio, no estaban a ellas destinadas. La muerte de los hermanos varones provocó que sus herencias pasasen a la madre y, posteriormente, a las tres hijas. Una hermana de la madre —Sebastiana, monja— legó sus bienes a otra hermana —Pascua, soltera—, quien, a su vez, transfirió sus bienes a una cuarta hermana —Maria Pasquala Asempcion—. Esta última hermana, casada, tenía una hija que fallece antes que sus progenitores, con lo que Pasquala Asempcion instituye a la madre de las hermanas Herrera-Pedrosa como su heredera y, así, la herencia de la madre y las tías acaba en manos de Vicenta, Teresa y Josefa (cuyos bienes, «yncapaz de baraxarlos por falta de razon», serán administrados —y heredados a su muerte—, por Teresa, quien asumió su cuidado tras la muerte de la madre).

Estado de abandono del hospital en 1958.

Estado de abandono del hospital en 1958.

Siguiendo la escritura de partijas —junio de 1757—, los bienes heredados por las tres hermanas fueron tasados en 65.779 reales, de los que 23.658 reales corresponden a la herencia de los progenitores y 42.123 reales a los de la tía Pasquala Asempción Las Herrera Pedrosa pasaron a propietarias de dos casas en el Cantón Pequeño —una de ellas, en el cruce con Santa Catalina, era la vivienda familiar paterna—, otra casa inmediata a la Torre de Arriba —una de las dos puertas de la muralla de la Pescadería, en la actual confluencia de Plaza Pontevedra y San Andrés—, otras dos casas en San Andrés, de una sexta casa en San Nicolás y de la Casa del Patín en Panaderas —la vivienda familiar materna—; bienes inmobiliarios tasados en 46.700 reales (ACN, escribano Francisco Fandiño, protocolo 4858).

Fachada del hospital, pilastras y puerta de entrada, tras su traslado, con fondos municipales, a la Casa Cornide, en su fachada de la calle Veeduría.

Fachada del hospital, pilastras y puerta de entrada, tras su traslado, con fondos municipales, a la Casa Cornide, en su fachada de la calle Veeduría.

También pasaron a ser propietarias de fincas de labradío en San Xurxo de Fóra (extrarradio coruñés), San Cristoval das Viñas, San Pedro de Armentón, Feáns, San Andrés de Meirama, San Silvestre de Veigue, Santa María de Celas y San Pedro de Visma; por estas tierras, percibían, cada año, 66 ferrados de trigo, 10 ½ de centeno, 2 de maíz y 3 ½ gallinas; frutos valorados en 15.262 reales anuales.

Los bienes muebles que las tres hermanas heredaron de la madre y de la tía Pasquala Asempcion fueron tasados en 3.813 reales. Este legado comprendía ropa (prendas de vestir, ajuar de cama, cortinas, toallas y servilletas); mobiliario, vajilla y cubertería; enseres de cocina, alumbrado y calceta; también objetos ornamentales (estatuas y cuadros santos o una caja de concha de tortuga).

El total de las herencias fue repartido en tres cupos. A Vicenta (descontada la dote matrimonial percibida) le correspondieron 21.493 reales; a Teresa (sumada la herencia no disfrutada), 23.478 reales, y a Josefa (adeudaba a las hermanas los gastos del entierro de la madre y de reparaciones inmobiliarias en las casas de Panaderas y San Andrés), 20.807 reales.

Benefactora

No fue Teresa Herrera una mecenas de última hora, en la onda de benefactores que, hacia al final de sus días y para asegurarse una parcela con vistas en la morada celestial, legaban importantes fortunas para instituciones religiosas o cívicas. La decisión de una mujer analfabeta de destinar, en 1789, su caudal hereditario a la fundación de un Hospital de Caridad fue coherente con una vida practicando la beneficencia. En su testamento de 1763 ya estaba escrito: «Es mi voluntad instituir como heredero de mis vienes al hospital de Nuestra Señora del Buen Suceso de esta ciudad, con la condizion de que aya de tener siempre pronta una cama para un pobre enfermo de la parroquia de San Nicolás» (ACN, escribano Bonifacio Vázquez, protocolo 4736).

Plano de la Casa del Patín, en Panaderas con Cordonería, en 1973.

Plano de la Casa del Patín, en Panaderas con Cordonería, en 1973.

En la escritura de donación que Teresa Herrera hace en noviembre de 1789, ante el escribano Baltasar Vidal se lee: «Siempre ha sido su intenzion fundar una obra pia de Hospital de Caridad, como haze algunos años lo esta practicando, teniendo en las piezas bajas de la Casa del Patin [conocida como el Hospitalillo de Dios, en la calle Panaderas] algunas pobres mugeres enfermas y sin medios para curarse ni poder sostenerse, a las quales les ponia sus camas y alimentaba de lo mas preciso. Habiendo sido y ser su animo de que esta obra pia sea perpetua, haze donacion yrebocable, para siempre xamas, de todos sus vienes, muebles y rayces, presentes y futuros, alajas y dinero y mas lexitimas subcesiones, a fabor de la Congregacion del Dibino Espiritu Santo y Maria Santisima de los Dolores. Caso que acaezca fallecer la hermana fatua antes de la otorgante quedaran sus vienes a esta Obra Pia». Con dos condiciones. La primera: si la Congregación optase por edificar el Hospital en otro paraje —descartando el Hospitalillo de Dios—, «lo podrá hazer con tal que sea en la Pescadería y quanto más inmediato sea posible a la Casa del Patin, [por ser] una obra pia tan precisa en dicho barrio, por ser mui pocos los enfermos que mantiene el Hospital del Buen Suceso [de gestión municipal]». La segunda: «Que en el Hospital no se haian de admitir hombres, a menos que vaia en aumento y se puedan hazer piezas con toda separación para hombres y mujeres» (ACD, libro 4).

En abril de 1791, Teresa Herrera formaliza una segunda escritura de donación, tras la muerte de Josefa, en la que altera el destino tanto de parte de sus bienes como de propiedades de su hermana fatua, en detrimento del caudal asignado para la fundación del Hospital y en beneficio de unos parientes (ACN; escribano Bernardo Romay, protocolo 7220). La Congregación de los Dolores, «que no quiere mas de lo que lexitimamente le corresponda, tampoco quiere ser perxudicada», solicita el parecer de cinco juristas sobre la legitimidad de los cambios incorporados. Tres letrados se pronuncian a favor de la segunda donación, por lo que la junta de gobierno de la Congregación resuelve «no comprometerse en un pleito en que, por ser dudoso el éxito, se gastarían muchos reales» (ACD; libro 5, junta de 22 de abril de 1792).

La alteración más significativa en la donación de 1791 dice: «Que a Baltasar Carrillo, sobrino de la otorgante, no se le den los 300 reales que dexaba dispuesto en la primera donacion y, en recompensa le dexa para siempre xamas los vienes correspondientes a su hermana fatua: cinco ferrados de trigo y 1½ de zenteno en San Silvestre de Veigue y 5 ferrados de zenteno y 2 de trigo en Zelas». Este legado vendría derivado de un hecho singular, del que ya se daba cuenta en un codicilo testamentario redactado 26 años atrás. En el testamento de 1763, Teresa dejaba, tras su muerte, a «Fernando Carrillo, mi sobrino», la casa de la calle San Andrés —que ella misma acabará vendiendo a Fernández Trelles, en 1789— y las rentas anuales de fincas en Elviña. Dos años más tarde, en un codicilo complementario, Teresa Herrera había incorporado el mandado de que la renta anual de una casa del Cantón Pequeño «se de a su sobrino [Baltasar Carrillo], hixo de Fernando y de su hermana Josepha, para ayuda de tomar y exercitar algun oficio».

La donación que, finalmente, recogerá la Congregación de los Dolores estaba compuesta por 18.649 reales en metálico (10.649 reales de la casa vendida al marino Fernández Trelles y 8.000 reales de un depósito en poder del comerciante Josef Boedo), que fue el caudal que sirvió para dar principio a la fábrica del edificio destinado a Hospital de la Caridad. Tasada en 24.210 reales, el principal legado inmobiliario fue la Casa del Patín, que la Congregación arrendará por 7 reales diarios; «situada haciendo frente al Real Consulado y a la calle Panaderas, donde tiene su patín de acceso principal, con otro más pequeño en la calle que sigue a la Cortaduria y por la parte de abajo da a la calle Cordonería»; ocupaba una superficie en manzana de 230 varas y estaba integrada por dos cocinas, tres bodegas —una con salida a la calle y las otras dos, a la huerta—, patio y pozo y planta alta con sus salas y cuartos. Por rentas inmobiliarias, La Congregación va a recibir 44 reales anuales por la casa situada en las inmediaciones de la Torre de Arriba y 26½ reales por la casa del Cantón Pequeño-Santa Catalina, a cuyo ocupante la Congregación propondrá «llamarle buenamente o reconvenirle judicialmente» para que la renta se ajuste al valor actual de la casa. Las fincas de labradío de Meirama, Sésamo y Morás reportan 30 ferrados de trigo, con lo cual al tesorero de la Congregación se le hace necesario contar con dos tullas, «cuyos gastos con las mermas, hacían demerito a la misma renta y para evitarlo sería mejor arrendarlos a renta en dinero» (ACD; Libro 5, junta de 22 de abril de 1792).

Una blanca paloma y un corazón atravesado por siete puñales, símbolos de la institución a la que Teresa Herrera encarga edificar y gestionar el Hospital de la Caridad.

Una blanca paloma y un corazón atravesado por siete puñales, símbolos de la institución a la que Teresa Herrera encarga edificar y gestionar el Hospital de la Caridad.


La leyenda: beata y rica

Al mismo nivel que su determinación de fundar el Hospital de Caridad, hay que situar la pulsión piadosa de Teresa Herrera. En su testamento, en el codicilo testamentario y en las escrituras de donación están explicitas las mandas pías que se han de cumplir: Su cadáver será amortajado con el hábito de San Francisco. En la cárcel pública se celebrarán 15 misas en 15 días festivos, para que los prisioneros —entre los que se repartirán cinco reales de limosna— tengan el consuelo de oírlas. En el día del entierro, se cantarán, además de la del funeral, una misa en la capilla de Dolores y otra en el altar de Jesús Nazareno. Al jesuita que mandase llamar para confesarla y ayudarla a bien morir, se le entregarán 140 reales, debiendo repartir 20 reales entre los pobres del Hospital; también se le entregarán 15 bulas de vino para repartir entre los encarcelados que no puedan comprarlas y otras 15 para distribuir entre viudas, huérfanas y pobres vergonzantes sin recursos. Entre los pobres que acudan a su casa para trasladar el cadáver hasta la iglesia y a la sepultura se repartirán 50 reales. Se celebrará una misa cantada a San Amaro y, además, se han de oficiar, anual y perpetuamente, en la capilla de Dolores, tres misas (por San José, por la octava de Corpus y por Santa Teresa). Cada año, se entregará media arroba de aceite para alumbrar el Santísimo Sacramento en una de las iglesias parroquiales más pobres entre las inmediatas a la ciudad. La Congregación elegirá la de San Pedro de Visma. También dispone que, a su entierro, asistan 20 sacerdotes y que, después de su fallecimiento, se celebren cinco misas rezadas en altares privilegiados de Ánimas.

Narciso Correal y Freire publicó (1909, Imprenta Ferrer) la primera biografía de Teresa Herrera. Con el testimonio de las personas de más «inquebrantable» residencia en la calle Panaderas, reconstruyó la memoria que los antepasados les habían transmitido sobre Teresa Herrera. «Se le recuerda con el dictado injurioso de Teresa dos demos, [porque] caminaba de rodillas desde su casa a la iglesia de San Nicolás, para asistir a la misa matutinal. Dicen que este rasgo de misticismo practicábalo para tranquilizar su alma y redimirla de los enemigos que la poseían. Recuérdase también que, en la calle Panaderas, sostuvo un hospital con el dinero que extraía de un tesoro que ocultaba en el patio de su casa».

De estas dos historias, la que se difundió desde 1909 fue la de Teresa dos demos, sin mención alguna al tesoro oculto en el patio. Desvelar la primera permitía a los cronistas mirar un poco por encima del hombro la actitud piadosa de Teresa Herrera. Ocultar la segunda evitaba a los biógrafos que su credulidad fuese mirada un poco por encima del hombro por parte de los lectores.  

stats