La última vuelta de las agujas de la relojería artesanal en A Coruña

Juan Gómez es el último artesano de la centenaria Relojería Muiños, y se jubilará este año tras medio siglo arreglando desde taxímetros a relojes centenarios. Los secretos del oficio son «paciencia», «tranquilidad», y que no le suden las manos

Juan Gómez, segundo por la derecha, con 14 años, con sus dos maestros al frente

Juan Gómez, segundo por la derecha, con 14 años, con sus dos maestros al frente / La Opinión

Redacción

«Aún no tenía catorce años cuando entré en la Relojería Muiños», recuerda Juan Gómez, su actual responsable, que ha cumplido los 65. Ahora atiende en el Orzán, pero en aquel momento estaban en Juana de Vega, había varios relojeros y tenían un gran taller en el que realizaban todos los oficios mecánicos que requería un mundo sin electrónica. «Trabajábamos en el servicio técnico de cuentakilómetros, taxímetros de los taxis, ficheros de las empresas», rememora el veterano relojero, que prevé jubilarse este mes de junio. Será el fin del negocio, que ya ha cumplido los cien años y por la que han pasado tres generaciones; si no de sangre, sí de aprendizaje.

La fundaron los hermanos Laureano y Guillermo Muiños en 1921, aunque el segundo «se fue al poco tiempo». En los años 50 el maestro se jubiló, y le dejó el negocio a dos empleados que habían aprendido de él, David y Pedro, «uno gallego y otro andaluz». Con una condición, «que perdurara el nombre».

Juan Gómez, en la actualidad.

Juan Gómez, en la actualidad. / La Opinión

Estos «siguieron enseñando a la gente» el oficio, y Juan Gómez fue su último aprendiz, al estilo de los antiguos gremios: haciendo de todo. Al principio se dedicaba a «barrer, limpiar, ir a los recados, cobrar facturas». Cuando tenía tiempo, aprendía de los maestros, y tuvo muchos. «Como eran ocho relojeros, cada semana ponían a uno para que me enseñara», recuerda medio siglo después.

Fue entrando en los secretos del oficio poco a poco. Primero con los despertadores, luego con los relojes de pared y de pulsera. También había que acostumbrarse a usar el torno, y para Gómez «lo más difícil era hacer piezas: si no aprendías, te decían que te buscases otro oficio».

Juan Gómez, en la actualidad.

Gómez con 18 años, a la izquierda, frente a la relojería. / La Opinión

Para ser un buen relojero, señala este profesional, hace falta «paciencia» y «tranquilidad» para trabajar con las piezas, pero también no ser de las personas a las que «les sudan las manos», algo por lo que perdió su puesto el aprendiz que había entrado antes que él. En los relojes de pulsera se trabaja sobre todo con pinzas, pero en las máquinas de pared y despertadores se usan los dedos y «los maestros decían que las manos tenían que ser secas, sin sudor», para no oxidar los mecanismos de los aparatos.

Un mundo analógico

En el taller en el que entró Gómez en los años 70 se realizaban artesanalmente muchos trabajos que ahora han quedado obsoletos. El taller tenían una pantalla con velocidades, como las de los coches, para graduar los cuentakilómetros analógicos, que ahora «son todos electrónicos». Y también se reparaban cámaras fotográficas y carretes de pescar, aunque Gómez no llegó a aprender esta parte. «Se hacía de todo», resume el menestral, que indica que entre sus labores preferidas está trabajar con relojes de pared: modelos París del siglo XVIII y Morez a pesas: «piezas grandes, pero de precisión perfecta». Entre sus marcas preferidas de pulsera incluye los Rolex y los Omega.

En 1979 se trasladaron a la calle del Orzán, y ahora que sus maestros ya han fallecido, «conmigo se termina la historia», explica Gómez, que indica que «no dieron facilidades para enseñar» y seguir con la cadena de maestros y aprendices. Su pacto al recibir el taller fue que «yo entregaría las llaves» cuando acabase.

Y planea hacerlo este mes de junio. «Llevo trabajando 52 años, y tengo ganas de disfrutar un poco», confiesa, pero ha ido retrasando la jubilación porque «tengo mucha clientela: gente que me conoció de niño, que trajeron a sus hijos, a sus nietos». Pese a su medio siglo con las pinzas en la mano «me encuentro bien» y cuando sus clientes de toda la vida me dicen «a dónde vamos a ir».

Le queda pendiente, antes de jubilarse, arreglar algunos relojes antiguos, piezas de pared y de bolsillo de la Edad Moderna y «algunas reliquias de joyerías». «Tengo trabajo de sobra, unos meses más no importa», resume, pero cuando se decida el reloj de Muiños habrá dado, tras más de un siglo funcionando, su última vuelta.

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