Cuidar a los mayores escuchándoles y sin ataduras

La residencia Torrente Ballester es la primera en Galicia en recibir un reconocimiento por no emplear sujeciones, que se usan de manera generalizada en los centros para prevenir caídas y golpes. Lo han conseguido con nuevas tecnologías, pero también con un seguimiento y atención personalizada a cada paciente

Piñeiro, Miranda, Enero y Franqueira, en la residencia.

Piñeiro, Miranda, Enero y Franqueira, en la residencia. / Iago López

La mayoría de residencias gallegas usan métodos de sujeción, físicos y químicos, para algunos usuarios: cinturones que no les permiten levantarse de sillas, barreras en torno a las camas, medicación para calmarlos. No se hace por capricho, sino para evitar que mayores con deterioro físico y cognitivo sufran caídas y golpes; y, hasta hace poco, se consideraba que era bueno para ellos. Pero, tras años de trabajo, la residencia Torrente Ballester, entre Monte Alto y Durmideiras, ha cambiado el paradigma. Con modificaciones en la forma de trabajar, más personal y tecnología, ha eliminado las sujeciones «al 100%», según explica su director, Constantino Piñeiro, y lleva medio año sin emplearlas. La Confederación Española de Organizaciones de Mayores (Ceoma) acaba de certificarlo como el primer centro gallego libre de sujeciones, y la residencia, de la Xunta, servirá de modelo para ir eliminando las medidas en la red autonómica.

Para aplicar sujeciones necesitaba consentimiento médico y de la familia, con valoraciones periódicas, explica María del Carmen Franqueira , coordinadora de enfermería del centro y que lleva décadas trabajando en el sector. «Pretendíamos proteger al paciente, que no se golpease, que no se cayese», pero esto acababa siendo contraproducente. Los mayores perdían movilidad y masa muscular por no ejercitarse, y había caídas igual, algunas más graves precisamente por las propias sujeciones: personas que pasaban por el cierre en torno a sus camas, o que se herían al intentar mover una silla a la que estaban sujetos.

Usuarias de Torrente Ballester, en la piscina. |  Iago López

Usuarias de Torrente Ballester, en la piscina. / Iago López

La médico del centro, Teresa Miranda, admite que al principio veía como una «utopía» retirar las sujeciones, de las que ahora es totalmente contraria. Recurrir a ellas, cree, tiene que ver con la cultura la tina de sobreprotección, que prima la seguridad del mayor sobre su libertad. Cuando plantearon retirar las sujeciones, en base a un proyecto de la Xunta en el que colaboró Ceoma, hubo reticencias de los propios usuarios y de las familias.

Para prescindir de ellas hubo que cambiar la forma de trabajar. Según explica la auxiliar de enfermería Marián Enero, «se aumentó el personal», lo que permite vigilar más a los residentes. Enero y sus compañeras hacen un seguimiento continuo de los usuarios, «hablamos con ellos siempre, desde el minuto uno» del día, y registran sus incidencias y necesidades para atenderlos mejor.

El centro se enfoca también en proporcionar actividades al mayor y ayudarlo, con terapia y herramientas, para que realice las actividades que puedan el mayor tiempo posible. La apuesta, explica Miranda, es una atención «personalizada», hablando con cada paciente, averiguando por qué tiene riesgos de caídas o se levanta, y dándole cursos y talleres que le gusten y ayuden.

Una residente prueba unas gafas de realidad virtual. |  Iago López

Una residente prueba unas gafas de realidad virtual. | Iago López

Otras mejoras son materiales. Se implantaron camas que se pueden bajar hasta el suelo para que el paciente no se lastime si rueda fuera del colchón, sillas bajas para que no se lastimen si se cae. Se instalaron sensores en las puertas de habitaciones y baños, con un sistema que avisa si el usuario está en el servicio y no hay movimiento en 15 minutos. «Tenemos colgantes que los usuarios pueden pulsar si hay una caída», indica Piñeiro, y relojes con geolocalizador para saber dónde están los que salen al exterior.

El resultado de liberar a los residentes es completamente positivo, explica la médico Miranda, que pone el ejemplo de una paciente que se pasaba el día sentada o acostada en la misma posición. Ahora está en silla de ruedas o sillón, «mucho más alerta, activa, dentro de su deterioro». Si cae, es de rodillas, con «consecuencias leves». También recuerda la ansiedad de otra paciente, hace años, de la que los médicos entendían que el riesgo de caída era tan grande que «no podía andar, lo que adoraba». La angustiaba, recuerda, tener que dormir en una cama rodeada por las barreras que teóricamente la protegían.

«Nadie quiere vivir sentado»

Los profesionales del centro coinciden en que los residentes han ganado calidad de vida, y en que es en esa línea en la que deben ir los cuidados. Franqueira pide esta reflexión salga de las residencias y que «todos pensemos en cómo queremos que nos cuiden cuando seamos mayores: que alguien esté pendiente de nuestras necesidades, o estar atado a una silla; nadie quiere estar sentado y que pasen los días». Para ello, añade, el centro intenta que los usuarios se relacionen con gente de fuera, con actividades con escuelas infantiles o fiestas.

Piñeiro explica que el próximo reto es realizar reformas, que posiblemente se contraten en los próximos meses, para «mejorar la accesibilidad en baños y habitaciones». Otro proyecto es segmentar la residencia, ahora con servicios centralizados para su casi centenar de usuarios en «unidades de convivencia» más pequeñas que puedan crear un ambiente «más hogareño». Y, sea cual sea el futuro, se realizará sin ataduras.

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