En los dos vértices del cáncer: «El entorno sufre muchísimo, también, el impacto de la enfermedad»

La doctora Elena Brozos decidió que quería ser oncóloga tras serle diagnosticado un cáncer, con 9 años, mientras que Pili Bello, vecina de A Coruña, empezó a colaborar como voluntaria de la AECC después de fallecer su marido a causa de esa enfermedad, que tanto su hija, como ella misma, han tenido que afrontar también. Estas son sus historias

La doctora Elena Brozos, oncóloga, y la coruñesa Pili Bello, voluntaria de la AECC.

La doctora Elena Brozos, oncóloga, y la coruñesa Pili Bello, voluntaria de la AECC. / LOC

A Coruña

El día de su 9º cumpleaños, Elena Brozos recibió un diagnóstico de cáncer, enfermedad con la que convivió durante el resto de su infancia y adolescencia, una experiencia que le hizo descubrir «un mundo humanitario, de avances y tratamientos», y que despertó su vocación por la Oncología médica, especialidad que ejerce, en la actualidad, en el Hospital Universitario de Santiago (CHUS), tras haber formado parte, durante dos años, «de un equipo maravilloso», en el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac). «En cuatro años, casi cinco», por la casa de Pili Bello, vecina de A Coruña, de 70 años, «pasaron cuatro cánceres». Su marido, Fernando Zapata, falleció a causa de esa dolencia, que tanto su hija, como ella misma, han tenido que afrontar también. Hoy Pili colabora como voluntaria de la Junta Provincial de la Asociación Española contra el Cáncer (AECC). Todos los miércoles por la tarde, durante un par de horas, junto con otras tres compañeras, visita el Hospital de Oza para acompañar, escuchar y dar apoyo a pacientes ingresados en la Unidad de Cuidados Paliativos, el lugar donde «despidió» al amor de su vida.

Con la perspectiva y la experiencia de quienes han estado en ambos lados de la balanza, comparten su historia, en la semana del Día mundial contra el cáncer [que se conmemoró este pasado martes, 4 de febrero], para visibilizar esa enfermedad, así como los «indudables avances» en su diagnóstico y tratamiento. También, para reivindicar el «papel fundamental» del entorno de los afectados —«familiares y amigos», principalmente, quienes «están ahí, un poco de sostén, de apoyo, de acompañantes… durante toda la evolución», subraya la doctora Brozos—, y de entidades como la AECC, con su plantel de técnicos y voluntarios: «A mí me cambió la vida», resalta Pili.

Diagnóstico y vocación

Elena Brozos sabe muy bien qué supone el impacto de un diagnóstico de cáncer, enfermedad que ella misma padeció en su infancia y adolescencia. Una vivencia que le hizo descubrir «un mundo humanitario, de avances y tratamientos», y que despertó su vocación por la Oncología. Así fue cómo, de soñar con trabajar «en una biblioteca, rodeada de libros» [su otra «gran pasión»], Elena pasó a poner todo su empeño en sacar adelante sus estudios, cursar la carrera de Medicina y especializarse en la rama médica que estudia y trata las neoplasias. «De niña, fui diagnosticada de un cáncer infantil, un sarcoma de Ewing, que me detectaron el mismo día de mi 9º cumpleaños, el 20 de mayo. Me realizaron una serie de pruebas y, la verdad es que el diagnóstico fue bastante rápido», recuerda la doctora Brozos, quien reconoce que, «en aquel momento, hace 30 años», a diferencia de lo que ocurre hoy, se tuvo que trasladar «fuera de Galicia, a otra comunidad autónoma», para tratarse.

La doctora Elena Brozos, oncóloga, en la entrada del Hospital de Día de Oncología del CHUS, en Santiago.

La doctora Elena Brozos, oncóloga, en la entrada del Hospital de Día de Oncología del CHUS, en Santiago. / Jesús Prieto

«Durante un año», recibió «quimioterapia y radioterapia», además de someterse a varias intervenciones quirúrgicas. «Mi historia es un poco diferente a la de otros pacientes afectados por la misma enfermedad, ya que pasé doce años con tratamientos. Me tuvieron que realizar varias cirugías complementarias, por secuelas, hasta que, al final, con 21 años, acabó todo», señala la oncóloga del CHUS, antes de resaltar lo «extraordinario» de que el proceso, en su caso, se «prolongase tanto». «No es lo habitual», incide.

Antes de que el cáncer sacudiese su vida, con apenas 9 años, Elena Brozos soñaba con «ser bibliotecaria». «Ya de niña, me gustaba mucho leer, y es un hobby que sigo teniendo. Crecí en la biblioteca de Mugardos [a donde se trasladó a vivir con solo un año y medio de edad, aunque nació en Pontedeume]. Soy una gran lectora, por eso quería ser bibliotecaria. Sin embargo, cuando me diagnosticaron y comencé mi tratamiento contra el sarcoma de Ewing, descubrí un mundo que era totalmente ajeno a la gran mayoría de los niños de mi edad. Un mundo humanitario. De avances. De tratamientos…», expone la doctora Brozos.

«Ese mundo sanitario me gustó y, entonces, decidí que quería ser oncóloga. Ya no médica, directamente, oncóloga. Aquel año que pasé recibiendo tratamientos contra mi enfermedad fue un punto de inflexión. Mi infancia estuvo muy marcada por ese acontecimiento. Y, en vez de rechazar todo ese ambiente en el que me tocó vivir, a mí me pasó lo contrario. Hubo momentos muy malos, por supuesto, pero me gustó mucho cómo me trataron, cómo me cuidaron, cómo me acompañaron...», refiere, antes de llamar la atención sobre otra cuestión que le parece «muy importante reivindicar».

El papel del entorno

«Mi familia y mis amigos me ayudaron siempre mucho, durante todo el proceso estuvieron conmigo. Tuve una red social muy sólida a mi alrededor: mis padres, mi hermano, mis abuelos, mis tíos y primos, amigos de mis padres, compañeros del colegio…», admite la oncóloga del CHUS, quien hace hincapié en que el entorno del paciente oncológico «sufre muchísimo, también, el impacto de la enfermedad». «Y están ahí, un poco de sostén, de apoyo, de acompañantes… durante toda la evolución», reitera, antes de destacar, de igual modo, el respaldo de «la comunidad educativa» que, asegura, «también se vuelca con el niño enfermo».

«En mi caso, no perdí ningún curso, pero hubo años en los que no los pude cursar como los demás. En eso tuve suerte también, ya que en el centro hospitalario donde me traté tenían un sistema de apoyo a la escolarización para los niños ingresados. Además, aunque no fuese al colegio, yo estudiaba igual. Me servía, incluso, para entretenerme. Seguía leyendo, e intentaba hacer actividades lo más cercanas posible a las que hacían los niños de mi edad. Hubo periodos de ausencias muy largas en el colegio, que se intentaron compensar de otra manera. Yo quería estudiar, quería tirar para adelante, de ahí que le pusiese mucho interés también», apunta.

Ese apoyo incondicional de su entorno, junto con un esfuerzo personal muy importante, llevaron a Elena a cumplir su sueño de estudiar Medicina, y hacer la especialidad de Oncología que, durante los dos últimos años, ejerció en el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac). «Hace muy poco que dejé el Chuac, donde estuve muy contenta trabajando en un equipo maravilloso, para volver al CHUS, donde ya había trabajado antes, durante 16 años», explica la doctora Brozos, antes de responder a la pregunta de cómo influye, o qué aporta su propia experiencia como paciente de cáncer, a su labor como oncóloga. «Me da fuerza y motivación para estar al día, investigar y estudiar para, a la hora de tener al paciente delante, poder ofrecerle lo mejor que tenemos», señala, antes de reivindicar que, desde que ella sufrió la enfermedad, hace 30 años, las diferencias en el tratamiento del cáncer son notables.

Elena Brozos, oncóloga: "La biopsia líquida tiene como objetivo hacer un estudio más pormenorizado y molecular del paciente de forma dinámica, para poder ofrecerle un tratamiento más personalizado»

Biopsia líquida

«Los avances son indudables. Esto hace que hayan aumentado los resultados positivos, tanto la supervivencia, como las curaciones, y repercute, también, en una mejora de la calidad de vida de los pacientes», subraya la doctora Brozos, especialmente formada en el estudio y aplicación de la biopsia líquida, una técnica que «aporta muchísima información de los tumores». «Es una manera diferente de estudiarlos, que complementa a los demás tipos de biopsias. Lo que hace es facilitar el estudio del tumor sin tener que hacer una biopsia agresiva, haciendo un análisis de una muestra de sangre, o de una muestra de saliva u orina. De un fluido corporal», aclara la oncóloga del CHUS, quien detalla que la biopsia líquida «tiene como objetivo hacer un estudio más pormenorizado y molecular del paciente de forma dinámica, para poder ofrecerle un tratamiento más personalizado».

«Es un avance en cuanto a la biología molecular muy importante, pero siempre con pruebas que no son tan agresivas como lo eran antes. Es decir, hemos ganado, además, conseguir más información con los métodos diagnósticos, y más calidad de vida», especifica, y destaca: «Lo que trata de dar la biopsia líquida es cantidad y calidad de vida. De este modo, podremos ofrecer un tratamiento más adecuado, consiguiendo una mayor supervivencia».

Práctica de ejercicio físico

Otra cuestión que repercute, de forma considerable, en la calidad de vida de los pacientes con cáncer, como han demostrado ya diversos estudios, es la práctica de ejercicio físico antes, durante y una vez finalizados los tratamientos oncológicos. La doctora Brozos lo sabe bien. «En mi caso, una de las secuelas de la enfermedad fue la amputación de una pierna, con 21 años. Antes, no había podido hacer deporte, pero entonces mis amigas me regalaron un bañador, un gorro y unas gafas, y una chancla, y aprendí a nadar, porque no pude aprender siendo una niña. Y lo cierto es que fue inspirador porque, en dos o tres años, ya estaba compitiendo. Es una práctica deportiva que siempre he mantenido, ya que soy una firme defensora de la práctica de ejercicio físico, tengas limitaciones o no, como un pilar fundamental para la salud de cualquier persona, igual que lo son el tener una buena alimentación, y un bienestar emocional y social (porque, al final estar rodeado de amigos y gente que te quiere y apoya es igual de importante). Además, está demostrando unos resultados muy satisfactorios en pacientes oncológicos», subraya la oncóloga del CHUS, y prosigue:

«Para estar en forma es fundamental. Para el bienestar emocional, también es clave. De hecho, en los servicios de Oncología estamos queriendo implementar la concienciación de la práctica de ejercicio físico en nuestros pacientes, siempre desde un punto de vista personalizado ya que, obviamente, cada uno tiene sus limitaciones. A mí me falta una pierna, y mi forma de nadar no es igual que la del resto de compañeros del equipo en el que estoy. No obstante, el entrenador tiene en cuenta este detalle, para adaptarme y poder asesorarme lo mejor posible». «Al final, el éxito es alcanzado gracias al esfuerzo de todos», considera.

Pili Bello, en la sede de la Junta Provincial de la AECC en A Coruña (calle Real, número 1, 1º).

Pili Bello, en la sede de la Junta Provincial de la AECC en A Coruña (calle Real, número 1, 1º). / Casteleiro/Roller Agencia

Pili Bello, coruñesa de 70 años, ha sufrido, sobremanera, los embates de la enfermedad. «En cuatro años, casi cinco», por su casa «pasaron cuatro cánceres». Su marido, Fernando Zapata, falleció a causa de esa dolencia, que tanto su hija, como ella, han tenido que afrontar también. Hoy Pili colabora como voluntaria de hospital de la AECC, entidad que se cruzó en su vida «una mañana», de forma casual, «en pleno proceso» de las dolencias que han afectado a su familia y que, asegura, le «cambió la vida». «Un día, estando en pleno proceso de las enfermedades que hubo en casa, me levanté con la cabeza... Bueno, se me cruzaron los cables. Necesitaba un psicólogo, me metí en Google y, ya casi al principio de todo, me aparecía el teléfono Infocáncer, de la AECC (900 100 036) . Como ponía que ofrecían una atención gratuita, 24 horas, me lancé a llamar. Imaginé que sería una consulta telefónica pero, igualmente, pensé que me iría bien, porque necesitaba hablar. Cuál fue mi sorpresa, que me preguntaron que desde dónde llamaba, mi nombre, cuál era mi situación y, al día siguiente, ya tenía cita en la asociación, en su sede de la calle Real (en el número 1, 1º)», explica Pili.

«Al día siguiente, a media mañana, me recibió allí Katy [Gutiérrez, psicooncóloga]. Fue una maravilla. Me cambió la vida, pese a que solo tuve una consulta psicológica con ella, ese día. Lo que yo necesitaba era desahogarme, y ella enseguida lo notó. Ni siquiera me puso cita para otro día. Me dijo: ‘Estamos aquí para lo que quieras, Pili’. Necesitaba romper y, aquel día, rompí», hace hincapié esta vecina de A Coruña, quien, desde entonces, ya no perdió «nunca» el contacto con la AECC.

«Ese día, que estuve hablando con Katy, salió en conversación que Fernando, mi marido, estaba afónico [padecía cáncer de pulmón]. Ella me dijo que en la asociación tenían logopedia [totalmente gratuita, como todos los servicios que ofrece la AECC]. Me comentó que iba a hablar con María Ramallo, su responsable, quien se puso en contacto con nosotros para ver si nos interesaba ir. Fernando cogió un subidón tremendo. María le pidió la documentación al oncólogo y, aunque ahí ya supongo que sabría qué había, mi marido salía tan contento de sus sesiones... Fue cuatro veces, a lo mejor, en total, pero yo a María la llevaré siempre en el corazón», recalca.

Voluntariado en Oza

«Al mismo tiempo que Fernando iba a logopedia —prosigue—, Katy me invitó a un taller para acompañantes de pacientes que estaban pasando por un proceso oncológico. Éramos un grupo de entre 8-10 personas, estuve yendo como tres meses, y me encantó. Es lo mejor que pude hacer», reconoce. «Cuando acabó ese taller, me olvidé por un tiempo de la asociación, y me centré en mi marido. Sin embargo, cuando lo de mi marido terminó, me llamó otra vez Katy, para ofrecerme participar en otro taller, en esta ocasión, de duelo. Allí le escuché a una compañera: ‘Ayer fui a una mesa, y estuve muy contenta’. Le pregunté de qué estaban hablando, me dijo que del voluntariado, les pregunté si podría apuntarme yo también, y me contestaron que sí. Al cabo de dos semanas o así, Katy me volvió a preguntar si me seguía interesando, le insistí en que sí, y me llamaron para una entrevista, en la que dejé entrever, más o menos, que me gustaría ir al Hospital de Oza, donde nos despedimos mi marido y yo. Entonces, me dijeron que era imposible, porque el voluntariado allí ya estaba cubierto, así que me apuntaron a mesas, y otras actividades. Pero, al mes o así, me llamaron para decirme que había quedado una vacante para Oza, y allí me fui», explica Pili, quien, desde entonces, «todos los miércoles por la tarde, durante un par de horas», y junto con otras tres compañeras, acude a ese hospital para acompañar, escuchar y dar apoyo a pacientes ingresados en la Unidad de Cuidados Paliativos. «Es lo que a mí me está dando ahora unas ganas de vivir... Me encanta. Me aporta muchísimo», subraya, sobre una labor que, asegura, «tiene que salirte de muy adentro, del corazón».

Pili Bello, voluntaria de hospital de la AECC: "Nuestra labor consiste en ofrecer apoyo, acompañamiento... Siempre dejando a los pacientes y a las familias su espacio, sin entrar en su intimidad... Lo que nosotras hacemos es, simplemente, estar ahí, para intentar que se puedan evadir, durante ese ratito, de su enfermedad"

«En mi caso, voy con los sentimientos a flor de piel, con lo que yo viví allí. Si no lo hubiera vivido, nunca podría entrar en Paliativos», sostiene, antes de especificar: «Nuestra labor consiste en ofrecer apoyo, acompañamiento... Siempre dejando a los pacientes y a las familias su espacio, sin entrar en su intimidad... Lo que nosotras hacemos es, simplemente, estar ahí, para intentar que se puedan evadir, durante ese ratito, de su enfermedad». Una labor que, incide, le «da la vida». «¿Sabes qué significa ver a una persona acostada, en una cama de Paliativos, y poder sacarle una pequeña sonrisa? Eso no hay nada que lo pague», concluye.

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