Un irlandés deportivista de Belfast busca a su pandilla de A Coruña en los 70
Hace 50 años que cinco chavales gallegos, tres asturianos, un cubano y un irlandés coincidieron en la Pensión Internacional y formaron la Peña Palmesú. Uno de ellos, Paul Murray, viajará a la ciudad en marzo para hacer una etapa del Camino de Santiago y querría reencontrarse con sus amigos

Los integrantes de la Peña Palmesú, en A Coruña. | Cedida por Paul Murray
Paul Murray visitó A Coruña por primera vez en el año 1974. Cuando llegó a la ciudad, no sabía casi nada de ella, solo que estaba en Galicia y que por tanto sus raíces, como las suyas, eran celtas. Después de ese viaje, ya nunca más se pudo sacar de la cabeza este rinconcito del mapa que asegura que le «cambió la vida» y al que llegó para dar clases de conversación en la escuela de Magisterio, que estaba en Riazor, «al lado del estadio del Dépor», recuerda.
Para entonces, tenía veinte años y se había matriculado en la Universidad de Belfast para estudiar español y francés. El plan de estudios obligaba a cursar el tercer año de su titulación en el extranjero y acabó aquí. «Siendo irlandés, me apetecía estar en una zona celta y me dieron A Coruña. Allí hice amistad con la peña Palmesú en la pensión Internacional y me gustaría reencontrarme con ellos», comenta Murray, que estará en A Coruña desde el 29 de marzo hasta el 1 de abril y que desea retomar el contacto con aquellos que fueron su soporte en aquel año fuera de casa.
«En el comedor había una mesa grande en el centro y mesas pequeñas alrededor. De octubre a diciembre, yo siempre comía en las mesas pequeñas. Al volver de pasar las Navidades en Belfast, estos chicos me dijeron por qué no me sentaba en la mesa grande y allí empecé a conversar con ellos», recuerda Murray. Él era «un chaval muy tímido» y ese rasgo se le acentuaba por las circunstancias de «estar en el extranjero» y de «no conocer a nadie», pero los jóvenes de la pensión le acogieron y pasó a ser uno más de la pandilla.
Aunque todos se llevaban bien, Murray tenía un mejor amigo, que era Kiko, un joven cubano, afincado en A Coruña y con el que nunca perdió el contacto, hasta que falleció en el año 2009. De él le quedan sus recuerdos y también todos los viajes que le trajeron de vuelta a Galicia para estar con él y conocer a su mujer y a sus hijos.
«En cuanto a los demás, no he tenido más contacto con ellos. La hija de Kiko intentó localizarlos por Facebook hace dos años, pero no recibió respuesta», dice con pesar Murray, que aprovechará el viaje para completar una etapa del Camino Inglés, ya que ha recorrido los 25 kilómetros que separan Winchester de Southampton, el trayecto que se hace al otro lado del mar. Sabe que es un proyecto a largo plazo, en concreto, a cinco años, porque desde 2016 tiene una prótesis de rodilla y sus etapas han de ser más cortas que las que hacen los peregrinos normalmente. En esta ocasión tiene por seguro que llegará a Cuatro Caminos andando aunque el objetivo inicial era acabar en Cambre. Él es ya un veterano del Camino de Santiago, ya que ha completado el Camino Francés, el Primitivo y la Vía de la Plata.
Han pasado cinco décadas, pero en la memoria de Paul Murray siguen intactos los recuerdos de los meses que pasó en la ciudad, con nostalgia y con una sonrisa se acuerda de que, cuando salía por la noche y llegaba cansado y con ganas de meterse en la cama, tenía que llamar a gritos al sereno para que le abriese la puerta de la pensión y esperar al frío a que este le oyese, llegase y le abriese, una operación que podía llevarle más de diez minutos. «Yo llegué a la estación de tren desde Madrid, bajé al centro de la ciudad en bus y me metí en la pensión Internacional por el nombre, porque no sabía dónde me iba a quedar», relata este hombre que, cumpliendo el refrán de «a donde fueres, haz lo que vieres», acabó vistiéndose con sus mejores galas para ir el domingo a ver al Dépor que, para entonces, estaba en Tercera División.
Tanto le gustó a Murray A Coruña y su ambiente, que al año siguiente, ya sin la obligación académica, volvió, haciendo coincidir su estancia con el torneo Teresa Herrera porque le gustaba mucho acudir a Riazor. Para conseguir un poco de dinero que sufragase esta aventura, este estudiante irlandés daba «clases particulares».
Estas escapadas para Murray eran un soplo de aire fresco, porque en Irlanda del Norte, en los años setenta el ambiente no era fácil, había «muchos follones», dice, en referencia a los conflictos entre protestantes y católicos, que duraron casi tres décadas y se saldaron con miles de muertos. Así que, para un joven como él poder salir por la noche con sus amigos era «otra vida».
En la peña Palmesú, que debía su nombre al apodo que le pusieron los integrantes asturianos al dueño de la pensión, porque tenía los pies planos, había cinco gallegos —Abel, Alfonso, Pepe, Carmen y Raquel—, que normalmente, los fines de semana iban a casa de visita, tres asturianos —Grao, al que llamaban así porque era de Grado, Alberto y Roberto Mareo, portero del Spórting juvenil—, y Kiko, que se quedaban, al igual que Murray, en la ciudad.
«Todos éramos estudiantes, salvo Kiko, que tenía un trabajo fijo, porque sus tíos tenían el bar Linares, un sitio muy gris, al que nunca iban chicas. En aquel momento aún no estaba legal en el país, pero después ya sí. Me acuerdo de que, a veces, iban los policías con el uniforme y se ponían a jugar a las cartas y los tenía que atender hasta que se fuesen, aunque llegasen a las dos de la mañana», relata Murray, que siente pena por su amigo, que nunca regresó a su Cuba natal.
Para este peregrino experimentado, que va a por su cuarta compostela, sería «un sueño hecho realidad» volver a reunirse con estos amigos que marcaron su vida y con los que tantos buenos recuerdos tiene, como cuando se les escapaba el balón jugando al fútbol en la playa del Orzán y lo tenían que ir a buscar a la carretera o se pedían un batido en un bar o simplemente cuando estaban juntos, acompañándose y creciendo codo con codo.
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