Lino Suárez, de A Coruña a bailar al otro lado del océano

Los profesores de Lino Suárez dicen de él que la danza «le sale natural», porque la lleva dentro y eso se transmite en el escenario y en el aula. Tras una formación en Chicago, concursó y quedó segundo en Clásico y Contemporáneo en el ‘Youth America Grand Prix’. Tiene el pase para ir a la final mundial, en Tampa, en abril

Lino Suárez, junto a sus profesores en el Conservatorio Profesional de Danza de A Coruña.

Lino Suárez, junto a sus profesores en el Conservatorio Profesional de Danza de A Coruña. / Iago López

A Coruña

A Lino Suárez sus padres, cuando era pequeño, lo llevaban a ver las actuaciones de su primo, que iba a clase de ballet, y un día les dijo que él también quería bailar así. Así que, con siete años, empezó en el Conservatorio Profesional de Danza de A Coruña. Ahora tiene quince recién cumplidos y el baile se ha convertido en parte fundamental de su vida, tanto, que le ha abierto las puertas a viajar y a competir y a formarse al otro lado del océano, en la escuela de Ruth Page, en Chicago.

«Me acuerdo de que mi madre pensaba que, al ser pequeño, me iba a aburrir porque al principio, hacíamos suelo y marcábamos posiciones y siempre me preguntaba si hacíamos barra y yo le decía que no, pero me acabó gustando y me quedé», comenta Lino, que conquistó el segundo puesto de su categoría —de 12 a 14 años— tanto en la modalidad de Clásico como en la de Contemporáneo, en el prestigioso concurso Youth America Grand Prix, que se celebró en Chicago este febrero. Sus actuaciones le han dado el pase a la final mundial, que se celebrará en Tampa (Florida), en abril. Aunque la iniciativa de que acudiese al concurso fue de la escuela de Ruth Page, en la que hizo una formación en verano gracias a una beca de la Diputación, su preparación continuó en A Coruña, sobre todo con Inés Vieites, profesora de Clásico, y con Armando Martén, de Contemporáneo.

Lino sabía a qué se enfrentaba, porque veía el concurso todos los años en internet y conocía no solo el nivel de la competición, sino lo que pasa después. «Han salido bailarines muy buenos que ahora están en compañías grandes, así que, yo no iba con miedo, pero sí con curiosidad por ver qué chicos había y qué cosas hacían. Fue un aprendizaje», recuerda. No es casualidad que destacase en estas categorías porque son, aunque opuestas, sus asignaturas favoritas. «Una rompe con la otra», define. «En clásico todo es más recto, hay que marcar las posiciones... Contemporáneo es más libre, puedes fluir», reconoce.

Inés Vieites, al igual que Lino, entró en el conservatorio de pequeña, así que, ha tenido sus mismos sueños y conoce sus inquietudes. «Nosotros les decimos siempre que hagan cursillos, aunque sabemos que es un sacrificio increíble, porque pasan muchas horas aquí, con todas las horas lectivas que tienen ya en el colegio. Yo creo que salir y conocer gente les motiva bastante, porque pueden ver qué se está haciendo fuera de aquí», comenta Vieites.

En A Coruña cuentan con la financiación de la Diputación, aunque eso «no es lo común» en la danza, según explica la directora del conservatorio, Carmen Ponlla. «Estamos en una esquina del mapa y, desafortunadamente, no hay mucha oferta en la que tú puedas ver qué te gusta. La danza tiene un abanico muy grande de posibilidades, no hay que ser príncipe, se pueden hacer otras cosas», relata.

El bailarín coruñés Lino López posa en el Conservatorio Profesional de Danza de A Coruña.

El bailarín coruñés Lino López posa en el Conservatorio Profesional de Danza de A Coruña. / Iago López

Así que esa oportunidad de ir a Chicago y bailar fue increíble por la ventana al mundo que le abrió. «Había gente de Japón, de Israel, de muchos sitios... Y podías ver diferentes modalidades. Por la tarde podíamos visitar la ciudad y estar con las niñas», recuerda Lino, que puntualiza que, en este curso, practicaban «de todo», no solo Clásico sino también Contemporáneo, Urbano, Tap —que es como claqué—, y hasta Pilates. Lino Suárez le dedica a la danza, de lunes a viernes, por lo menos, dos horas y media tras las clases. «Desde las siete hasta las nueve y media» va al conservatorio. Y, todo esto, con sus exámenes finales, tanto teóricos como prácticos. Ahora está en el cuarto curso de Profesional, así que, le quedan dos años para acabar. «Los mejores», apostilla Suárez, porque eso significa que ha pasado ya el árido trabajo inicial de sentar las bases de la danza.

«Eres de los mayores del conservatorio, de los que hacen más bailes y de los que les dan a los pequeños ese punto de vista de la danza», comenta Suárez. Aunque es todavía pronto y las cosas pueden cambiar mucho en tres años. Tiene en mente acabar su formación en el conservatorio y después, continuar en el Superior. «No lo hay aquí, lo hay en otras ciudades y me gustaría hacerlo porque, con eso, puedes ser profesor y audicionar. Mi sueño es trabajar en una compañía bailando. En la Royal [su preferida] no creo, porque es muy difícil, pero sí que me gustaría en una de Francia o de Canadá», explica.

Su mente se va lejos porque, según apunta Carmen, a pesar de que España es una potencia formando bailarines, el mercado laboral no es estable. «No existen compañías en las que tengas ingresos mensuales con los que puedas vivir, con tu Seguridad Social, tu derecho a baja... la mayoría paga por bolo», denuncia, y reconoce que el mundo de la danza es «muy duro» porque, al llegar el fin de semana, los adolescentes quieren «tener vida» y no estudiar para recuperar el tiempo que le han dedicado al conservatorio.

Armando Martén defiende que Lino tiene «ángel» cuando baila y es un «encanto» que no solo vio él, sino también la escuela de Ruth Page, que fue quien lo llamó para que participase en el Youth America Grand Prix. «Víctor [Alexander, el director de la escuela de Chicago] me dijo que tenía algo especial y me pidió que hablase con sus padres y, algo que empezó como una idea pequeñita, fue tomando cuerpo», recuerda Armando, que siempre confió en las posibilidades de su alumno, aunque no dejaba de recordarle que iba a «aprender» y a «tomar experiencia» para lo que será después «la vida profesional».

Él, que lleva más de 20 años dando clase en el conservatorio, fue profesor de Inés, como también lo fue Carmen. Ahora, tienen la suerte de formar a alumnos juntos y de buscar «sus puntos fuertes» para que puedan brillar allá donde vayan. Hay muchas formas de llegar a la danza. Una es tenerlo claro desde muy pequeño, como le pasó a Lino, que siempre supo que le gustaba bailar y a quien la danza, según explica Armando, «le sale de forma natural». Y otra, muy diferente, es la suya, que llegó «por casualidad», cuando a su escuela llegaron «en un coche» los profesores del Centro Nacional de Danza de La Habana a hacer unas pruebas para que la música y la cultura llegasen a todas las esquinas de la isla. Le vieron aptitudes y, aunque él el primer año lo quería dejar, se fue enamorando del baile a base de la motivación de una de sus profesoras, de practicar y estudiar. «Yo aprendí a bailar salsa aquí, con más de treinta años», dice entre risas Armando Martén.

«Al principio no me gustaba mucho por el clásico, pero cada vez me fue gustando más y ahora me encanta», reconoce Lino, que agradece el haber tenido el apoyo de su familia y a su primo como ejemplo, porque eso le inmunizó contra la ignorancia de aquellos que piensan que en el Conservatorio Profesional de Danza solo hay niñas con tutú.

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