Los descampados de Lonzas y Os Castros

Luz Vigo, en su primera comunión.

Luz Vigo, en su primera comunión. / Cedida

LUZ VIGO REGO | Testimonio recogido por Luis Longueira

Nací en Camariñas, pero me considero coruñesa, ya que, desde niña, mis padres, José y Dolores, ambos fallecidos, nos traían a A Coruña durante las cuatro estaciones del año. Veníamos con mis hermanos —Carme, Lita, Antonio y José Ramón— a casa de mis tíos, Tuca y Emérito, que vivían en el antiguo cuartel de la Guardia Civil, ubicado cerca de la casa cuna y el parque de artillería. En esta época se empezaron a construir edificios en toda la zona, que se llamaría Lonzas.

Además de a la casa de mis tíos, también íbamos a la casa de mis primos, que vivían en Os Castros. Puedo decir que conocí desde niña la ciudad y solo puedo hablar de cosas bonitas, porque disfruté mucho de ella e hice infinidad de amigos, jugando tranquilamente a los juegos de la época de los 40 en adelante, tranquilamente en plena calle, ya que apenas había tráfico. Estos juegos los disfrutaba con Juan José, Roque y Cristina. Tanto en el cuartel como en Os Castros había grandes descampados, solíamos jugar a las bolas, chapas, escondite, cuerda y mariola, además de al columpio, que hacíamos con los troncos que dejaban en los campos los operarios de las líneas telefónicas, ayudadas por los chicos, contra los que hacíamos competiciones.

Luz Vigo, en su primera comunión. |  Cedida

Luz Vigo, en el centro, con Rosa Meiriño, Elisa, Isabel y Babi, en la celebración de su 75º cumpleaños. / CEDIDA

Recuerdo cuando mi padre, que era un gran aficionado a los toros, nos llevaba a la misma a disfrutar del mundillo, que en esta época llenaba por completo la plaza, que estaba ubicada al inicio de la avenida de Finisterre. Yo veía que había un gran ambiente y la gente disfrutaba del espectáculo.

Me acuerdo de los días que íbamos al Cine Monelos, en esa época en la que el río pasaba al lado del cine, sin canalizar. Si había desbordamientos, el agua anegaba la zona baja del barrio y llegaba hasta la puerta de la sala. También me gustaba que me bajaran al centro, sobre todo los días de fiesta, donde casi no se podía andar, por la gran cantidad de gente que iba desde todos los barrios para pasear por los Cantones y la calle Real. De tantas veces que bajábamos, ya nos conocíamos todas las chicas y chicos que hacían lo mismo, tanto cuando bajábamos con nuestros padres, como cuando lo hacíamos en pandilla.

Los cines a los que iba de niña eran el Monelos, Gaiteira, España y Doré y, ya de mocita, los del centro, como Savoy, Avenida, Kiosco, Rosalía, Coruña... a los que solíamos ir a la función de mocitos, de seis a ocho o de cinco a siete. Y al salir de la sesión, dábamos unos paseos o tomábamos un café en cualquier cafetería del centro y seguidamente para casa, como muy tarde a las nueve, que si no, te podían castigar.

En esta época casi todas las familias llevaban a sus hijos a comprar el calzado a la conocida y desaparecida Segarra, en la calle Real. Había que hacer cola muchas veces, por la cantidad de niños que nos juntábamos con nuestras madres para probar y comprar los zapatos, que eran casi irrompibles. Al principio, de lo duros que eran, hacían algunas llagas. También solíamos ir a Saldos Arias, comercio que estuvo muy de moda, al igual que Maison Fort en la calle Real. Siempre estaban llenos de gente. Recuerdo que íbamos a visitar la Tómbola de Caridad y a comprar sus rifas, para ver si nos tocaba algún regalo. Era como si fuese obligatorio para los coruñeses, igual que para las pandillas de jóvenes era parar en cafeterías como Otero, La Bombilla, Siete Puertas y Negresco, donde daban unas buenas crepes y un buen café. En esta edad quinceañera, solíamos hacer guateques en las casas de los amigos, cuando no estaban los padres. Lo hacían muy bien el amigo Adolfo de Os Castros, Quecha, Flor, José Luis y Paco, que llevaba cacahuetes, aceitunas y unos refrescos y leche frita. Lo pasábamos fenomenal.

La autora (segunda por la derecha), en Carnavales. |  Cedida

La autora (segunda por la derecha), en Carnavales. / Cedida

Con el tiempo, a los 21 años, me casé con Suso, natural de Vimianzo, pero un coruñés más, que estudió y trabajó en A Coruña hasta jubilarse. Con él tengo una hija llamada Cruz, que ya nos dio un nieto llamado Nacho. En esta época de los setenta, cuando me casé, conocí a mi gran amiga Lela, que me presentó a otras amigas: Luisa, Cuqui, Dorita y Maruxa, por desgracia ya todas fallecidas. A su vez estas hicieron que conociera a otras como Rosa Meiriño, Babi, Elisa Madarro… que por entonces estaban en política. Pude conocer a hombres como Lendoiro y Romay Beccaría, que me dio la gran oportunidad de entrar en la directiva provincial del PP. Me gustaba el mundo de la política, en este tiempo se trabajaba sin cobrar. El primer político que me puso en la lista fue Corcoba y luego Carlos Negreira, para el ayuntamiento coruñés, al igual que hizo tiempo después Miguel Lorenzo. En la actualidad, me reúno con mi gran grupo de amigos y amigas, como Chelo, María, José Luis Taboada, Luisa, Sonia, Conchita, Nieves, Ángeles, Flori, Mari Carmen, Rosa Meiriño, Montse, Isabel… todas ellas del PP.

Desde hace 20 años estoy ayudando en Cáritas, donde empecé como voluntaria llevando el ropero. Actualmente llevo el rastrillo con todas mis amigas, formando la peña Xuntanza, celebrando muchas reuniones y encuentros en la Bodega O Cancelo. En Cáritas destaco compañeros como Benito, Ángeles, Amparo, Morena, Maruja, María y Juliana. Esta última, con 90 años, me enseñó todo de Cáritas. Por último solo me queda destacar que, con todos mis amigas y amigos, que seremos uno setenta, hacemos dos veces al año una excursión a Camariñas, parando en el restaurante de mi hermana Lita, degustando su buena comida, y después hablando entre todos de los viejos tiempos.

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