La Cocina Económica alerta de que la falta de vivienda en alquiler crea nuevos usuarios
La escasez de habitaciones en pisos compartidos y el alto precio de las disponibles aboca a personas con ingresos a acudir a la entidad | Pablo Sánchez, trabajador social: «Es el factor determinante de la exclusión en la ciudad»

Óscar Castro, con un compañero, posa, ayer, con las albóndigas que había en el menú. | C. Pardellas
La falta de habitaciones y viviendas disponibles y el alto precio de las que están en el mercado han provocado que a las puertas de la Cocina Económica vayan personas que, si bien tienen ingresos, no les alcanzan para cubrir sus necesidades básicas. «Tenemos familias que están pagando 700 euros de alquiler», explica el trabajador social de la entidad, Pablo Sánchez, que asegura que la entidad está «en máximos» y, entre tantos usuarios, atienden todo tipo de necesidades.
Tanto es así que, según explica el administrador de este organismo centenario, Óscar Castro, «no existe ya un estereotipo de usuario de la Cocina Económica», porque atienden a familias con niños, a personas que acaban de salir de prisión, a parejas, a mujeres con hijos, a personas sin hogar... a todo tipo de perfiles, desde los que nunca pensaron que iban a entrar por esa puerta a solicitar ayuda hasta los que llegan desde muy lejos en busca de una oportunidad.
«Las personas con adicción y que viven en la calle, que es el estereotipo que normalmente tiene la gente en la cabeza de las personas que vienen aquí, son quizá los que menos representan a día de hoy, aunque cada vez hay más gente viviendo en la calle. Antes estaban muy localizados y ahora están muy diseminados. Hay personas durmiendo en la calle en todos los barrios», comenta Castro..
Con el problema de la falta de vivienda se encuentran cada día, porque uno de sus objetivos es que sus usuarios no lleguen a vivir en la calle, porque hacer el camino inverso es extremadamente difícil.
«El principal factor que determina una situación de exclusión y de pobreza, actualmente, en esta ciudad, como en otras de este tamaño, es la vivienda», sentencia Sánchez, que ve habitualmente a personas que cobran el Ingreso Mínimo Vital, que para una persona es de 657 euros al mes, y que «están en la calle, trampeando con amigos o usando el albergue porque no encuentran una habitación para alquilar». «Con esos ingresos ya no hablamos de alquilar una vivienda entera en esta ciudad», lamenta Sánchez, que ve situaciones en las que el alquiler se lleva más del 60 y del 70% del dinero que entra en un hogar.
Según los datos que maneja la Cocina Económica, en tan solo tres años, el precio de las habitaciones en pisos compartidos se han duplicado, ya que, «si antes una habitación en un piso compartido estaba en unos 200 euros al mes, ahora ninguna baja de los 300 y las que hay están en 400 y hasta 500» y con unas condiciones que muchos de los usuarios de la entidad no pueden cumplir, aunque sean capaces de hacer frente a la mensualidad que les piden. «La semana pasada vino un usuario con una pensión no contributiva, que son 554 euros al mes. Alquiló en un hostal porque no encontraba un piso compartido y le cuesta 500 euros. Le quedan 54 euros para el mes», ejemplifica Sánchez, que cree que la solución pasa por la construcción de vivienda pública.
Tampoco es solución irse a pueblos más pequeños y alejados de la ciudad donde los alquileres tengan unos precios más razonables ya que perderían otros recursos, como el de la comida.

«Ahora tenemos, como mucho, para un año»
«Hemos vivido circunstancias complicadas, pero no tanto como ahora. Tenemos, como mucho, para un año», sentencia el administrador de la Cocina Económica, Óscar Castro, sobre el momento actual de la entidad.
En los primeros días de 2025, la Cocina Económica hacía una llamada, a través de este diario, para conseguir llegar a los 3.000 socios, una barrera casi psicológica que se marca la entidad y que supone que hay dos patrocinadores por cada plato de comida que se pone cada día en la mesa de las personas que lo necesitan. Tras esa petición, la entidad registró una veintena de altas y superó esos 3.000 socios, aunque fue solo sobre el papel, porque con el paso de los días recibieron la noticia de que algunos habían fallecido y nadie se haría cargo de su cuota. «Nos va a costar empezar de nuevo, porque solapamos las altas con las bajas», lamenta Castro, que hace hincapié en que los donantes pueden recuperar hasta el 80% de lo invertido en la entidad y en que no hay una cantidad fija, sino que cada uno puede hacer una donación periódica o puntual, según sus posibilidades, incluso se puede hacer una aportación en nombre de otra persona como regalo.
«Soportamos el incremento de los precios, las crisis, la pandemia... y las cosas no cambian, por eso nos encontramos con 1.500 personas a las que atender cada día. Nos preguntamos siempre dónde está el techo de la Cocina Económica, porque la entidad fue creada para dar unos determinados servicios, pero ahora nos vemos que tenemos que cocinar dos veces en las mismas ollas porque otra opción no tenemos.
La cocina tiene unos límites tanto físicos, de espacio, como económicos. La infraestructura fue creciendo a medida que lo hacían las necesidades, pero hoy en día estamos en unos números desmesurados y que no son proporcionales al espacio que tenemos», confiesa Castro, que no cree que la solución pase por abrir otro albergue en la ciudad o por que las entidades sociales provean alternativas habitacionales a sus usuarios, sino por que el mercado ofrezca «una bolsa de vivienda a precio asequible» para que puedan estar integrados en la sociedad y ser independientes.
La situación es complicada actualmente y, si fallan los apoyos con los que la entidad cuenta, pueden «pasarlo bastante mal» en los próximos cinco años y es que, el gasto en alimentos se ha duplicado en los últimos ejercicios. «No tenemos la sensación de que a corto plazo vayamos a tener problemas, pero sí si esta situación se mantiene. Cuando hay una crisis, la gente se vuelca pero, en cuanto se estabiliza la situación, se olvidan y nosotros tenemos que estar aquí siempre. Los estatutos de la entidad dicen que hay 94 plazas de comedor autorizadas, pero los fuimos actualizando para dar otros servicios, hasta lo que somos hoy, que tenemos servicio de aseo, farmacia, atendemos a familias...», relata Castro.
«Las aportaciones de los socios son las que nos permiten hacer frente a los gastos. Nosotros estuvimos cuarenta años sin comprar leche, por el Plan de Alimentos de la Unión Europea, pero desde 2024, tenemos que comprarlo todo. Nuestros proveedores nos cuidan y nos respetan, pero les tenemos que pagar, igual que otro cliente», comenta Castro, que explica que «hasta hace poco», tenían una reserva de aceite, pero ya no. «Tenemos dos freidoras de 25 litros y, cuando freímos aquí, el aceite se queda inservible», ejemplifica y asegura que necesitan más de 3.000 euros para abrir la puerta cada día. Saben que, al final, las personas que les respaldan, ya sean socios, empresas o administraciones, siempre les apoyan y salen adelante, pero, actualmente, la entidad se encuentra en su momento de más necesidad.
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