Entrevista | Ana Rodríguez Fischer Escritora y crítica, autora de 'Notre Dame de la alegría', biografía novelada de Maruja Mallo
«La presencia de Maruja Mallo era capaz de transformarlo y transfigurarlo todo»
La escritora, crítica y catedrática Ana Rodríguez Fischer aborda, en ‘Notre Dame de la alegría’, una biografía novelada de la polifacética artista Maruja Mallo. La presenta mañana en la Fundación Luis Seoane a las 19.00 horas, acompañada por Chema Paz Gago y Javier Pintor

La escritora Ana Rodríguez Fischer / LOC
Notre Dame de la alegría nace de su primera novela, Objetos extraviados, que ya se aproximaba a la biografía de Maruja Mallo. ¿Qué le llevó a recuperarla 30 años después?
Yo no pensaba en volver a aquella primera novela. Fue una propuesta de la editorial y a la que no me podía negar; han pasado 30 años y yo misma, como escritora, he madurado más. Me daba cuenta de que no tenía que ser tan ortodoxa o tan dogmática con el empleo de una primera persona, soliloquio, evocación, ensoñación. Lo que hice fue situarme fuera de aquella primera novela que escribí y reflexionar un poco, y sobre todo, esponjarla y abrirla. He mantenido lo sustancial, tanto en lo que es la estructura de la novela como en las técnicas narrativas, los contenidos, los materiales y la escritura propiamente dicha; pero había aspectos que quizás estaban demasiado condensados o sintetizados.
¿De dónde viene esta fascinación por la artista?
Hace 30 años, el acercarme por primera vez a su vida, a su obra, a su figura ya viene del hecho de que entonces era casi una completa desconocida. No tenía gran presencia, aunque había ocupado un lugar muy, muy relevante en el panorama artístico-cultural de la Edad de Plata, de la década de los 20 y de los años 30 hasta la Guerra Civil, suscitando admiración y fervor por las figuras más notorias y más destacadas. Entonces a mí, que había investigado en mi tesis doctoral a Rosa Chacel y todo ese período de la Generación del 27, me llamaba mucho la atención que apenas hubiera estudios o textos sobre Maruja Mallo. No me apetecía una biografía canónica, porque no quería un trabajo académico y, por proximidad, ya que yo soy de Vegadeo, en A Mariña, pensaba que podía reconstruir ese mundo en lo que tiene relación con su obra.
No hay demasiados textos académicos tampoco para la importancia que tuvo. ¿Sigue siendo hoy una desconocida?
Hay realmente poco. Una biografía de José Luis Ferris, artículos sueltos... sigue siendo desconocida, sí, o no tan conocida como debería. Desde su muerte ha habido una retrospectiva en Santiago, y ahora será la exposición de la Fundación Botín y el Reina Sofía, que empieza en abril en Santander y seguirá en Madrid.
¿Atribuye este olvido a que era una mujer o a su significación política con la República, quizás?
Es muy extraño, yo no consigo tampoco explicármelo. Durante los últimos años de la transición, y más desde que el PSOE llegó al poder, se tuvo muchísimas atenciones, cuidados y reconocimientos para todos los exiliados que volvían. Quizás porque ella había vuelto muy discretamente en los años 60 no se le distinguió ni reconoció como debería. Se le dio la medalla de oro de Bellas Artes, eso sí. Lo más chocante es que una trayectoria pictórica y plástica como la de ella, tan vanguardista y tan atrevida, conectaría muy bien con los movimientos contraculturales de España de finales de los 70, y también su temperamento, su propia personalidad. Y, sin embargo, luego se la olvida. Está aquella entrevista de Paloma Chamorro en el año 79 en Televisión Española, pero es todo muy escaso y muy insuficiente. El contexto político favorecería que en los 80 se la recuperase.
¿Cómo muestra el libro la transformación de Ana María Gómez en lo que fue Maruja Mallo?
Se ve en la vocación artística, en la decisión de irrumpir. Lo hizo con muchísima fuerza en ese panorama tan espléndido. Creo que hubo mucho de construcción del personaje. Yo creo que ella era muy consciente de las apariciones, de las puestas en escena. De hecho, se quitaba años cuando era jovencita: al principio ella decía que había nacido en 1908, para que se pensase que tenía 20 años cuando exponía en salas, cuando lo más sensato es quitarse años cuando uno es mayor, si es que eso es sensato. Pero ella ya quería aparecer como un genio, como una figura precoz. De ahí fue construyendo una personalidad muy atractiva también. Su discurso, su articulación a la hora de hablar, los énfasis con los que trabajaba la dicción. Su propia presencia era capaz de transformarlo y transfigurarlo todo.
Partiendo de ese desconocimiento, ¿qué sorprenderá a los lectores que se acerquen a Maruja Mallo a través de esta novela?
Al público le gustará conocer a una mujer muy particular, muy independiente, llena de imaginación. A una mujer con un ideario estético y también político. Ella siempre fue fiel a la República. Una mujer combativa y una mujer que ganó la admiración de Dalí, de Lorca, de Ortega, de Ramón Gómez de la Serna, de André Bretón cuando estuvo en París en el núcleo del surrealismo en aquellos años, de Andy Warhol...
¿Cómo era aquel universo de eclosión cultural en el que ella se movía?
Muy proteico, por la colaboración estrecha entre pintores o entre cineastas como Buñuel, entre poetas, entre escritores, por ese intercambio y esa amistad que los unía. Ella hizo escenografías para piezas teatrales de Alberti, de Miguel Hernández, o para un homenaje a Lorca en Buenos Aires en el 40. Aquello era un magma, era una ebullición en la que todo se retroalimentaba, se nutrían unos de otros, se intercambiaban. Era de gran generosidad, también.
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