La ciudad de A Coruña en 1700: soldados sin paga y falta de vivienda

El historiador Arturo Abad ha publicado en la revista del Instituto José Cornide un artículo sobre la vida cotidiana entre 1688 y 1720 centrado en A Coruña. Fue una época, explica, de precariedad, desde la alimentación a la vivienda o la defensa

Arturo Abad, en la puerta de San Miguel. |

Arturo Abad, en la puerta de San Miguel. | / Germán Barreiros/Roller Agencia

A Coruña

Los cuadros de reyes y emperadores, los monumentos y los palacios dan una visión fastuosa del pasado, pero la realidad de la mayoría de la población era de necesidad y ausencia de derechos. El licenciado en Historia Pedro Abad ha querido aproximarse a las circunstancias diarias de los coruñeses del pasado con un artículo sobre la vida cotidiana entre 1688 y 1720, publicado en el último número de la revista del Instituto José Cornide de Estudios Coruñeses, y no oculta que «la gente, más que vivía, sobrevivía» y las defensas no estaban preparadas pese a que la ciudad estuvo amenazada por los corsarios de Luis XIV, «el Trump de la época».

En esta época, marcada por la guerra contra los franceses y el conflicto de Sucesión que supuso el trasvase entre las casas de Austria y Borbón en el trono español, la ciudad y su entorno tenían unos 5.000 habitantes, y sobre ellos gobernaba una élite de hidalgos que «tenían una base rural y mandaban en el Ayuntamiento». A Coruña era una urbe real (Tui, que también investigó Abad, era un señorío de la Iglesia), y gobernaba un representante del monarca, asistido por la nobleza local. La Iglesia, «representada por el cabildo de la Colegiata», tenía una «importancia muy relativa» y «ayudó muy poco» en los gastos de la defensa de la ciudad, añade.

Pero la mayoría de la población vivía de sus manos, y las diferencias sociales se veían en los tipos de viviendas. En la Ciudad Vieja los señores tenían casas de piedra, de «buena construcción», y en Pescadería las casas de mampostería se alternaban con los «ranchos», construcciones precarias «donde vivía la gente que no podía pagar un alquiler muy elevado», como el pregonero municipal, que «cobraba muy poco». Y, en el rural, las casas eran de piso de tierra, pensadas para albergar tanto a personas como a animales de granja.

En aquel entonces la patata ya se conocía, pero los coruñeses no la comían. Una base de la dieta era el pan de trigo y sobre todo el de centeno, el más barato, y cuando faltaba había «hambre» y «muertes». «La gente vivía con cuncas de caldo», explica Abad, con habas, berzas y castañas. Sin congeladores, la carne y pescado se salaban para conservarse y «eso producía hipertensión y muchos casos de apoplejías». La sal, de paso, era monopolio del Rey, y se vendía en estancos.

Con estas bases, la salud no era buena, y en 1713 se cerró la ciudad ante el temor de que llegase una epidemia. Abundaba la tuberculosis y faltaban médicos: en 1710, indican fuentes de la época, la ciudad no tenía cirujano, y el Ayuntamiento contrató a un irlandés con un salario bajo, explica Abad. El hospital eclesiástico del Buen Suceso estaba «sin cama, ni ropa para los enfermos», el de la cofradía de San Lázaro en malas condiciones y el de San Andrés, del gremio de navegantes, «materialmente en una situación de ruina», relata el artículo.

La pobreza general se reflejaba también en las defensas de la ciudad, a la que la cercanía del mar exponía a ataques. Los reclutas llegaban a las fuerzas armadas «enfermos, muy flacos», por la mala alimentación. A la guarnición «se le debían sueldos de hasta seis meses, y los soldados pedían por la calle porque no tenían qué comer». A finales del siglo XVIII, un corsario francés saqueó Sada con «solo un barco de 18 cañones», y tras la batalla de Rande los galos, ahora aliados de España, dejaron 250 artilleros en A Coruña para proteger la ciudad y enseñarles a los defensores coruñeses, pues «muchos de ellos no eran profesionales», sino miembros de las milicias. «Precariedad y decadencia», resume el historiador.

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