Ejercicio para superar el daño cerebral: «el reto es cultural»
La investigadora de la Universidade da Coruña Andrea Gutiérrez acaba de presentar una tesis sobre cómo dos clases semanales de deporte ayudaron a mejorar la movilidad de pacientes con daño cerebral adquirido, y explica que muchas veces el gran problema es ayudar al paciente a superar miedos o inseguridades

La investigadora de la Universidade Andrea Gutiérrez. / La Opinión
Golpes en la cabeza, falta de oxígeno, tumores y, sobre todo, ictus. Son muchas las causas del daño cerebral adquirido, que, explica la coruñesa Andrea Gutiérrez, «puede interrumpir en cualquier momento de la vida», cambiando la existencia de una persona, que, de un día para otro, pasa a tener problemas para pensar o para moverse. Para superar los nuevos retos, el deporte y el ejercicio son fundamentales, y Gutiérrez acaba de presentar una tesis en la Universidade da Coruña (UDC) en la que investiga cómo la actividad física puede servir de terapia.
«Moverse, en este contexto, es mucho más que ejercitar músculos», indica la investigadora, que fue deportista de alto rendimiento y estudió Fisioterapia pero se ha enfocado en aplicar el ejercicio a la neurorrehabilitación y la discapacidad. Tras una lesión cerebral, el ejercicio puede ser la diferencia entre ser dependiente o tener autonomía, o entre «aislamiento y participación activa en la vida cotidiana». El ejercicio no solo tonifica el cuerpo, sino que ayuda a reorganizar el cerebro y favorecer nuevas conexiones entre neuronas. E, igual de importante, ayuda a crear rutinas y vínculos, evitando el aislamiento.
Parte de la tesis de Gutiérrez consiste en un análisis de los estudios hechos hasta ahora, que indican que el ejercicio es «clave» en la recuperación del daño cerebral. Pero no cualquier ejercicio, sino uno «con fines terapéuticos, adaptado a las capacidades y necesidades de cada persona». El análisis de las investigaciones realizadas hasta ahora apunta a que mejora significativamente «la calidad de vida, la funcionalidad, la movilidad y el equilibrio», y a que son especialmente favorables las intervenciones «más frecuentes y personalizadas», especialmente en los primeros meses tras la lesión que causa el daño.
La investigadora también realizó su propio estudio de campo «innovador» con pacientes del centro Lescer de Madrid. «Propusimos un programa de ejercicio terapéutico basado en actividades físico-deportivas, que los participantes combinaban con su tratamiento habitual», señala, con dos clases de 45 minutos o una hora a la semana. Tras ocho semanas, los pacientes tuvieron «mejoras significativas en todas las variables analizadas: calidad de vida, función motora del miembro superior, movilidad, equilibrio y capacidad funcional», y una reducción del sedentarismo.
Pero según explica Gutiérrez, que trabaja en la Fundación Segunda Parte y es directora general de la Federación Madrileña de Deportes de Parálisis cerebral y Daño Cerebral Adquirido, «el mayor reto no es tanto técnico como emocional o incluso cultural». Muchas personas que sufren daño cerebral tienen miedos, inseguridades o la «falsa percepción de que el ejercicio no van con ellas». Cambiar esa mentalidad es «el primer paso», y el «gran desafío» de los que acompañan a los pacientes es motivarlos, darles confianza y ayudarlos «sin presionar». Si lo consiguen, no solo se produce una mejora física y mental, también «empoderamiento, disfrute y reconexión con la vida activa», motivos para salir de casa y recuperar hábitos con otros.
Por suerte, argumenta, la «filosofía está evolucionando». Donde antes el enfoque era recuperar las funciones físicas, hoy se entiende que la rehabilitación es también bienestar emocional y participación social. Pero «aún queda mucho por mejorar: faltan recursos y enfoques más abiertos e innovadores todavía, formación especializada y una mayor coordinación entre el ámbito sanitario y el comunitario».
Esto se ve en el entorno de A Coruña, en el que Gutiérrez ha colaborado con centros rehabilitadores y asociaciones especializadas. Hay «profesionales muy comprometidos y con una gran sensibilidad y preparación», pero queda el resto de «impulsar programas desde la fisioterapia que no solo trabajen la recuperación física» sino que promuevan el ejercicio del paciente como «parte de su día a día».
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