Y Moncho volvió al Lautrec

«Me gusta este barrio, me gusta su gente y me gustan sus recuerdos», confiesa Laura Solano, la propietaria del bajo del Lautrec. Esta semana lo ha puesto en alquiler pero, antes de que deje de ser lo que fue, le abre las puertas a quien fue su alma, Moncho Solórzano, a quien no conocía, pero que sentía como «un amigo»

Moncho Solórzano y Laura Solano, en la barra del antiguo ‘pub’ Lautrec. |  Iago López

Moncho Solórzano y Laura Solano, en la barra del antiguo ‘pub’ Lautrec. | Iago López

A Coruña

«Pensaba que me iba a sentir más triste, pero me siento bien. Estaba más de bajonetis al principio, cuando pasaba por delante y lo veía cerrado. Me sentía impotente», se sincera Moncho Solórzano, el que fue el alma del pub Lautrec durante más de una década y que tuvo que dejar el negocio abruptamente el 21 de septiembre de 2013.

Ahora, celebra esa fecha como su segundo cumpleaños, porque ese día se rompió la cabeza por tres sitios y nadie contaba con que doce años después estuviese como está, en pie, lúcido y pensando en a qué actuación o concierto va a ir en los próximos días. Se quedó sordo, pero puede seguir disfrutando de la música y de la vida gracias a un implante coclear. Y, gracias a Laura Solano, la nueva dueña del bajo en el que sigue congelado en el tiempo el Lautrec, y a este diario, que forzó su encuentro, ha podido volver a su bar y a comprobar que, aunque vacío y castigado por la humedad, está tal y como lo dejó. Con los dibujos que su hija le hizo para que pusiese detrás de la barra, con las cañas a tres euros y los cubatas a 5,50, con el cartel de un concierto de Sés en la pared y el de John Aigi (trompetista principal de la Orquesta Sinfónica de Galicia, que falleció en julio de 2020, tras haber animado en el confinamiento a sus vecinos con su música) en formato trío, en el Filloa. «Estos me los llevo», dice Moncho emocionado, mientras coge las pequeñas hojas de cuaderno con las dedicatorias de su niña.

Moncho observa los carteles de conciertos pasados. |  Iago López

Moncho observa los carteles de conciertos pasados. | Iago López

«Yo soy hija y nieta de hosteleros, así que, para mí, la barra de un bar siempre es hogar», se sincera Solano, a la que sus vecinos conocen como «la extremeña», algo que a ella le encanta, porque es de Cáceres. Llegó hace nueve años a A Coruña, después de dar un giro a su vida profesional y cambiar la enfermería por la sastrería. Cuando se instaló en la ciudad vivió en la calle Sol y ya nunca se quiso mover de allí, así que, cuando tuvo la oportunidad, dejó su casa de alquiler y se compró el piso de arriba de un bar que estaba en los recuerdos de todos sus amigos.

«La del grafiti de ‘Abre por Dios’ es una de las primeras fotos que yo hice en A Coruña, porque yo soy mucho de pasear y de sacar fotos a las cosas que me llaman la atención, y le pedí a mis amigos que me contasen la historia que había detrás, porque para poner una pintada así, alguien tendría que echar mucho de menos el bar», recuerda Solano, sin saber que, con el tiempo, ella sería la dueña del local.

Paredes del Lautrec, esta semana. |  Iago López

Paredes del Lautrec, esta semana. | Iago López

La autora del grafiti, cuenta Moncho, es una chica que estudiaba arquitectura y que, «de la impotencia» de ver que el Lautrec había cerrado y que no estaba en los planes de nadie que reabriese, le hizo esa súplica con espray que, para disgusto de muchos, entre ellos Laura y Moncho, ahora ya no existe.

«Yo ya sé que es inviable porque no hay licencia, ni agua ni luz y esto está como está, pero a mí me encantaría darle la despedida que se merece al bar, porque no la tuvo y sé que mucha gente lo echa de menos», comenta Solano, que es consciente de que hay parejas que se conocieron en el Lautrec y que, tantos años después, siguen juntas. Ella, que no vio el pub en sus mejores tiempos, tiene claro que fue «un lugar de culto» y una pieza importante en la memoria de la ciudad y le gustaría que así siguiese siendo.

Esta semana ha subido el anuncio de alquiler a Idealista y espera que alguien con una buena idea se lo quede, alguien que monte un negocio que pueda ser compatible con lo que el Lautrec fue o, por lo menos, que no borre totalmente su esencia. «A mí me encantaría una librería en las que ponen café y en la que se hable de cine. Me gustaría que respirase el aire que tiene», confiesa Laura Solano analizando uno a uno los carteles que quedan todavía pegados en las paredes.

El logo del bar Lautrec, en una de las paredes. |  Iago López

El logo del bar Lautrec, en una de las paredes. | Iago López

«Este de Buena Vista Social Club me da rabia porque no tengo otro, fue un concierto que me encantó. Lo traje del Coliseum», recuerda Moncho, que fue personalizando el bar a su gusto con el paso de los años. «Cuando llegué, en las paredes había un póster repetido en todo el bar. El primer día te hace gracia, pero al segundo, ya te satura, así que, como a mí me gustan la música y el cine, fui poniendo otros. Hasta en los baños», comenta. Y es que fueron casi catorce años en este pequeño bajo que ahora busca una nueva vida.

Primero, entró como empleado, después, pasó a ser socio y alma del bar. Por el medio, iba comprando carteles en El Baúl de los Recuerdos y pegando los que un amigo, que era acomodador en el cine de Os Rosales, le conseguía.

«Al principio hacíamos música en directo, pero daba más problemas que dinero. Teníamos que montar la tarima con cajas de refrescos y tablas y teníamos que venir a las seis y media para un concierto que empezaba a las diez y total, para hacer caja con amigos y con los de la banda», recuerda Moncho Solórzano que siempre tuvo claro que su bar tendría su propia identidad, y que sonaría «todo tipo de música, sin importar las modas».

Cree que, seguramente, en algún coche estará todavía alguno de los CD que regalaba a los clientes habituales con las sesiones que pinchaba en el bar, para que pudiesen tener una ventana siempre abierta al Lautrec.

Ahora, que ya se ha acostumbrado a su nueva vida y ha dejado de «vivir como un vampiro», porque ya no tiene que trabajar de noche, Moncho pincha en festivales inclusivos y allá donde se lo piden. «Yo no soporto el reguetón y, como ahora le puedo dar al off al audífono, nunca he escuchado el Despacito. Escucho música nueva y sigo investigando», contesta y reclama que el Concello adquiera mochilas vibratorias para que las personas que tienen dificultades de audición puedan disfrutar de la música en directo.

Después del accidente —y antes de que le pusiesen el implante— siguió grabando sus sesiones gracias a toda la música que tenía en la cabeza. Ahora, lo sigue haciendo y las comparte tanto en sus redes sociales como en las del bar porque, aunque hayan tenido que separar sus caminos, él es y será siempre Moncho, el de Lautrec.

Tracking Pixel Contents