Entrevista | Alberto Tabernero Reboredo Responsable del centro Acouga, de Accem
«Teniendo seguridad en la vivienda, el resto de cosas se pueden sacar adelante»
Alberto Tabernero es el responsable del centro Acouga, una oficina de atención a personas en exclusión social severa que puso en marcha la asociación Accem hace ya diez años en la ciudad. El perfil de las personas sin hogar ha ido cambiando con el paso de los años y las crisis y ya no es el de un hombre de 45 años parado de larga duración. Ahora hay más jóvenes y mujeres con dificultades para salir adelante

Alberto Tabernero, ayer, en el centro Acouga. | / Carlos Pardellas
El centro Acouga de la asociación sin ánimo de lucro Accem cumple diez años de trabajo. Es una oficina de atención a personas en situación de exclusión severa. Semanalmente atiende a cientos de personas, algunas que van en busca de un café y descanso, en la calle Santander, y otras que inician su camino hacia una vida normalizada.
En diez años han pasado muchas cosas, entre ellas, una pandemia, ¿cómo ha ido cambiando el servicio?
Han cambiado los programas, pero se mantiene la esencia. Tenemos tres servicios, uno es el de Atención en Calle, que se realiza a través de dos programas, uno es el que está con el Ayuntamiento, que se refuerza durante los meses de frío. En este, Accem activa un equipo que va caminando y que puede dedicar un mayor tiempo a la atención y a trabajar de manera más específica el vínculo con la persona, el acompañamiento, el seguimiento, y también, al mismo tiempo, incluso hasta la detección, porque das más pie a pararte y a conversar. Después tenemos el programa de provisión de recursos básicos, en el que se hace una salida semanal cerca del barrio.
¿Y los otros dos programas?
Tenemos servicio de calor café en el centro, que es de baja exigencia. Tienen la opción de desayunar, tener reposo, socializar, entienden que es un espacio de seguridad donde lo que se les pide es respeto tanto hacia uno mismo y hacia la entidad como hacia el resto de personas. Tiene buena acogida, y a nosotros nos facilita actuar con los programas de atención y acompañamiento social, que son también dos de las patas fuertes del centro. Están pensados para personas en situación de exclusión social severa o sinhogarismo. Son vasos comunicantes. Ves a las personas en calle, los sostienes, creas un poco de vínculo, vienen al servicio de calor café y, si en algún momento desean activarse o iniciar un proceso de cambio, ya lo tienen aquí. Hay un servicio también de apoyo a la cobertura de necesidades básicas, ya más específico, que se hace en coordinación con Servicios Sociales.
¿Han notado un incremento de personas sin hogar en estos últimos años?
Un incremento de personas en situación de exclusión social sí que hay. Hay una mejora macroeconómica que afecta a ciertos segmentos poblacionales, pero también se ha incrementado la desigualdad y hay personas que se quedan descolgadas. Hay ciertos segmentos de pobreza que se mantienen estancados y cronificados y de los que cuesta salir. En términos de personas en situación de calle, sí hay un incremento. Nosotros diferenciamos entre los casos en los que esa situación está cronificada , que pudo haber crecido, pero no mucho, y la de las personas itinerantes, que están distribuidas por el territorio y esa sí que ha aumentado. A nivel de demanda de uso notamos un aumento sobre todo en el servicio de calor café en los últimos dos o tres años. Hay personas que están en exclusión aunque no están en la calle, por ejemplo, si su vivienda es insegura o inadecuada. Hay un montón de familias que están bastante necesitadas, el precio de la vivienda hace que la gente ande bastante más apurada y haga más uso de estos servicios.
¿Ha aumentado el flujo migratorio en la ciudad?
Las dinámicas de sinhogarismo han cambiado bastante en los últimos diez o quince años, igual que la sociedad. Los movimientos migratorios son mucho más intensos, pero casi en cualquier estrato social y, evidentemente, también en población que esté más empobrecida. Antes, si pensábamos en una persona sin hogar pensábamos en un varón de entre 45 y 55 años parado de larga duración. Eso ha cambiado y hay una tendencia hacia la juvenilización y hacia la feminización y hacia las personas extranjeras porque no tienen arraigo y se van moviendo por redes sociales y por conocidos. También muchos se mueven por demanda de empleo y buscan destinos donde puedan trabajar como temporeros.
¿Cuál es el mayor cambio que han notado?
Todas las dinámicas han ido cambiando. Se va notando el arrastre de diferentes crisis y de realidades familiares, que van llegando hasta las últimas consecuencias. Se ve más gente que está en situación de necesidad aunque aún no ha llegado al sinhogarismo. Hace cinco años había problemas de alquiler, pero no estábamos en este punto.
Es que si afecta a familias con salarios normalizados cuánto más a personas en situación de exclusión social, ¿no?
Claro. Hay todo un circuito de pisos que se alquilan por habitaciones que también han incrementado su precio. Si antes un piso costaba 500 o 400 euros al mes, y ahora cuesta 700 u 800, también la habitación, que antes costaba 150, ahora cuesta el doble. Las personas que están dentro de ese mercado se aprovechan bastante de la situación de necesidad. Y las prestaciones que perciben estas personas no han subido al mismo ritmo que los alquileres.
Tomando como referencia estos diez años, ¿cómo se podría mejorar el servicio en la próxima década?
En estos servicios, evidentemente, la vocación o el deseo sería no ser necesarios, que no hubiese situaciones de necesidad y que se pudiese trabajar menos en la urgencia y más en la prevención, en la inclusión y en el desarrollo de capacidades, pero es difícil. Si puedo pedir deseos para los próximos diez años, el principal es que mejore el tema de la vivienda porque es una cuestión estructural. La vivienda es el espacio donde uno se resguarda, se reconstruye y reposa. Teniendo seguridad en la vivienda el resto de cosas se pueden ir sacando adelante. Es importante también darles estabilidad a los programas que hay porque repercute en la atención de las personas.
¿A cuántas personas atienden en el espacio Acouga?
Aproximadamente, entre 350 y 400. El año pasado atendimos en calle a unas 160, aunque esto no significa que todas estén en situación de sinhogarismo y al servicio de calor café acudieron 159, en algunas ocasiones, coinciden con las que fueron atendidas en calle. Nosotros hacemos rutas a pie por los barrios, llegamos a O Ventorrillo y Monte Alto, por eso igual hay otras personas que viven en la calle, en Lonzas o en O Portiño, por ejemplo, que nosotros no tenemos localizadas. Lo que sí que hemos notado es un incremento en el uso del servicio. Si el año pasado estábamos en unas 600 atenciones de desayunos diarios a la semana, ahora estamos en mil.
¿A qué lo achacan? ¿Se acaba antes el dinero del mes y ya no pueden desayunar en casa?
Puede ser. Antes venía gente más puntualmente, pero ahora se ve que está más apurada y demanda más el servicio. Ha crecido no solo el número de personas que vienen sino la frecuencia con la que usan este recurso. Esto demuestra el desgaste de la situación.
¿Tienen usuarios que hayan podido salir de la calle y tener una vida normalizada?
Nosotros tenemos un perfil de atención a personas que están en situación de exclusión social severa. Con esos perfiles es bastante difícil que consigan una estabilización y una integración total. Uno no aparece de la noche a la mañana así, sino que va arrastrando una serie de problemas. La recuperación también es mucho más lenta, se ha perdido mucho... Muchas veces el gran éxito es conseguir que una persona sea capaz de estabilizarse, de tener su espacio habitacional, que sea autónomo, que tenga sus propios ingresos y que tenga un nivel de autocuidado correcto. Con estas personas hay también un cuello de botella porque pueden conseguir mejoras, pero es muy difícil que puedan pasar de estar en una habitación a alquilar un piso para ellos. En el programa de necesidades básicas sí que hay personas que solo precisaron una ayuda puntual y que rehicieron su vida.
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