Entrevista | Guillermo Arriaga Escritor

Guillermo Arriaga en A Coruña: «La obligación de la literatura es quitarnos la anestesia de las noticias»

De la imaginación del escritor mexicano Guillermo Arriaga nacieron historias como ‘Amores Perros’, ‘21 gramos’ y ‘Babel’. En la Fundación Luis Seoane, de A Coruña, presentó este jueves su última novela, ‘El Hombre’, un relato sobre la fundación de los Estados Unidos, con sus esclavos, sus oligarquías y toda su violencia

Guillermo Arriaga, este jueves en el hotel Riazor.

Guillermo Arriaga, este jueves en el hotel Riazor. / German Barreiros/Roller Agencia

A Coruña

El escritor y guionista Guillermo Arriaga presentó este jueves en la Fundación Luis Seoane su último libro, El Hombre, una obra compleja sobre la que conversó con Javier Pintor, y en la que explora los orígenes del capitalismo, los terrenos fronterizos y las relaciones de poder.

¿Cómo se fraguó esta novela, necesitó muchos años para idearla y, finalmente, escribirla?

Hace años que la pienso, pero cuando me senté a escribirla quizá fue la que más rápido escribí de las últimas cuatro. Escuadrón Guillotina la escribí en diez días cuando tenía 29 años. Con Un dulce olor a muerte, tardé tres años y medio, luego escribí El búfalo de la noche, que me llevó tres años y medio, luego, El salvaje, cinco años y medio, Salvar el fuego, cuatro años y medio, y Extrañas, dos años y cuatro meses y esta, El Hombre, un año y cuatro meses. Así que, más o menos, la escribí rápido. Realmente, lo único que tengo en mi cabeza es una idea vaga que se va alimentando con lo que va sucediendo a mi alrededor y termina por vaciarse cuando me siento a escribirlo. Lo que yo pensé que era la novela, no tiene nada que ver.

¿Y eso?

El arranque, en mi cabeza, era en Londres y empiezo en Vermont, en Estados Unidos. Es la historia la que te dice: «Por ahí, no». Yo no planeo mis novelas, yo me siento y escribo.

¿Es el primer lector de su propia novela?

Sí, soy un lector. Quiero regresar a la computadora para ver qué es lo que va a pasar. Luego de escribirla, la reescribo varias veces. Soy un obseso del lenguaje y del estilo.

En este libro incluso juega con la puntuación, porque no todos los personajes hablan igual.

Es un trabajo extra. Hay un personaje que es un esclavo que se ha negado a hablar, porque no quiere hablar la lengua de los esclavistas, que es el inglés. Pero cuando cumple cien años decide hablar y lo hace con un lenguaje medio pobre y con una sintaxis distinta, muy parecida a la de otro idioma. Por ejemplo, en español decimos: «Vamos a ir a la feria mañana» y él diría: «A la feria mañana a ir vamos». Ese personaje me costó cinco veces más trabajo que los otros.

¿Y esa decisión la tomó en el primer borrador o en una de las reescrituras?

En el primer borrador. Esas decisiones las tomo en las primeras veinte páginas, ahí tengo el sentido de hacia dónde quiero ir y así le doy.

¿Hay historias que nacen para cine y otras para novela?

Amores Perros fue una novela fallida; 21 gramos no cuajó y este libro, primero, lo intenté escribir para cine, pero no avanzaba y supe que tenía que contar la historia como novela, al igual que supe que Amores Perros tenía que ser un guion. Enseguida lo sabes, la historia empieza a rechinar y a decir: «Por ahí, no», pero son muy resilientes y siempre encuentran su camino. Son duras las historias, no se dan por vencidas.

No escatima en violencia, ¿no estamos anestesiados ya con tantos conflictos y guerras que tenemos en la realidad?

No creo que estemos anestesiados. La obligación de la literatura es quitar esa anestesia que nos dan las noticias. Porque en las noticias dicen que hubo mil muertos o asesinaron a una mujer, pero cuando yo te digo cómo la asesinan, a qué huelen los intestinos de esa mujer mientras la asesinan, qué siente el asesino mientras le hunde el puñal, cómo se escucha cuando el cuchillo rasga la carne, te apuesto a que no te anestesias. Te lo apuesto. La obligación de la literatura es devolverle el peso a las situaciones. Que digas: «Híjole, la violencia no es simpática. La violencia es un peligro».

Retrata también la frontera, es un lugar que conoce muy bien, ese lugar que une y separa Estados Unidos de México.

Creo que conozco todos los cruces fronterizos, con excepción de los de Arizona, que no son pocos. Los conozco por la caza y por el cine, para hacer la película Lejos de la tierra quemada me fui a hacer un scouting por Nuevo México y me fui pegado a la frontera. Y llegué a puntos que nadie conoce, ni los americanos ni los mexicanos, solo los que viven allí. La diferencia allí es muy marcada, no es como cruzar a Portugal. Allí pasas del tercer al primer mundo.

Acaba de hacer esta incursión en la historia de cómo se forjaron los Estados Unidos y, actualmente, si vemos las noticias, de allí solo nos llegan revueltas y animadversión hacia el migrante, ¿cómo lo está viviendo usted?

Hay una pelea de oligarquías. Hay una oligarquía que dice: «necesitamos mano de obra barata. Sin migrantes, la economía no funciona». Hay otra oligarquía que dice: «no, van a ensuciar nuestra sangre Necesitamos nativistas. Tenemos gente para que trabaje sin perturbar el espíritu de nuestra nación». En España también pasa, no quieren musulmanes ni negros. Existe en Italia, en Francia, también en México, que se preguntan para qué quieren centroamericanos y quieren que se vayan.

¿Todos los países son racistas con otros?

Todo el mundo la atiza con alguien. Parte de lo que la novela plantea es la manipulación política de los migrantes. Porque hay una manipulación de ambos lados. No solamente de los que están en contra de los migrantes, sino de los que están a su favor. Ven el negocio y ven ciertas ventajas de tenerlos un poco asustados con que los van a deportar y demás. Eso le conviene a una visión política y económica.

¿Estamos retrocediendo y volviendo a políticas de hace decenas de años o incluso siglos?.

No, lo que creo es que el sistema capitalista tiene contradicciones muy poderosas El modelo capitalista entró en otro estadio y en ese nuevo estadio de desarrollo se quedó sin trabajo una parte importante de la población de los países del primer mundo. En particular de aquellos países que fueron los que impulsaron este estadio del capitalismo que es el neoliberalismo. El ejemplo más claro es el de los votantes blancos pobres de Inglaterra que votaron por el Brexit y el de los votantes blancos pobres de Estados Unidos que votaron por Trump. Pero pareciera que fuimos nosotros, los otros países, los que le impusieron a Estados Unidos ese sistema sin saber que fue Estados Unidos el que nos impuso ese sistema.

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