El vía crucis burocrático de Seny Kébé: «Podría traer a mi hermana en patera, pero no es eso lo que quiero inculcarle»
El joven, de 25 años y natural de Guinea Conakri, está a punto de graduarse en Derecho por la UDC. Lo hace mientras libra una lucha paralela entre las dos orillas para traer a su hermana menor, víctima de mutilación genital femenina y de la que es tutor legal: «Quiero que venga y que pueda estudiar»

Seny Kébé, en una de sus estancias en Senegal. | LOC / LOC
Seny Kébé debería haberse graduado, ayer, junto al resto de su promoción de Derecho en la Universidade da Coruña. Recoger el diploma tenía, para él, un cariz simbólico: representaba nada menos que la culminación tangible al esfuerzo monumental de los últimos cuatro años. El joven, de 25 años y natural de Guinea Conakri , pisó en 2021 su primera clase en la UDC sin saber una palabra de español. Hoy lo habla como si hubiese crecido haciéndolo y obtiene, en tiempo y forma y sin haber dejado de trabajar al mismo tiempo, un título que a muchos, con más ventaja de partida, se les acaba atragantando. Pero mientras sus compañeros disfrutaban de la fiesta, Seny estaba volando a Senegal con la intención de no emprender la vuelta solo, sino de la mano de su hermana pequeña, de la que es tutor legal. Es la tercera vez que lo intenta, sin éxito, mientras recorre su particular infierno burocrático. «Llevo desde 2023 luchando por traerla de forma legal. Si quisiese hacerlo ilegalmente, hay vías donde pagas menos y te frustras menos. Podría meter a mi hermana en una patera, pero no quiero que arriesgue la vida y no es eso lo que quiero inculcarle», cuenta.
Seny no disimula su frustración. Son más de dos años de lucha contra el sistema, una motaña de documentos legales que ha ido recopilando de forma incansable y varios aterrizajes infructuosos en Senegal —donde la niña reside junto a unos parientes— que comenzaron con un detonante, prueba de hasta qué punto es urgente su intención: «Me enteré de que había sido víctima de mutilación genital femenina. Solicité su tutela y me la dieron. Es una niña muy buena, muy estudiosa, quiero darle una oportunidad para que venga y pueda estudiar», reivindica.
Ni la sentencia firme dictada por un tribunal de Senegal y homologada en España que lo habilita como tutor de la menor, ni el certificado de nacimiento de la niña o el de defunción de su padre, ni siquiera la apostilla de la Haya. Tampoco la nacionalidad española de la que ya dispone Seny, su contrato de trabajo indefinido, su declaración de la renta o sus últimas nóminas. Ni siquiera la situación de desprotección de su hermana. Hasta ahora, nada ha servido para traerla. «La primera vez que viajé a la Embajada de Senegal no me atendieron porque no tenía cita, y me la dieron para seis meses después. La segunda dijeron que el certificado de nacimiento no valía porque la fotocopia tenía más de seis meses de antigüedad. En Senegal, ese documento tarda un mes. Conseguí que me diesen una tercera, el próximo martes, pero quedan pocos días y ahora falta la apostilla de la Haya. No sé si llegará a tiempo», enumera el joven.
En este caso, la carrera es incluso a contrarreloj, y no solo por el deseo urgente de que la niña esté en A Coruña cuanto antes: la cita del consulado impedirá a la menor llegar a tiempo a su examen de acceso al instituto —que debe realizar en su pueblo, a 700 kilómetros en autobús del consulado en Dakar—con lo que, de no prosperar el tercer intento de su hermano, ella no podrá continuar estudiando. Es todo o nada. «Sé que a veces los diplomáticos hablan entre ellos. Si alguien puede mediar, por favor, que lo haga», solicita.
De Guinea a la UDC
Si la meritocracia no fuera un mito y tuviera un rostro, seguramente sería el suyo. Seny es uno de los últimos de una familia de extracción humilde de 17 hermanos, —su padre tuvo tres mujeres—dedicada a la agricultura y natural un pueblo de la frontera con Senegal. De todos ellos, él es el primero y único que accede a estudios superiores. Su hermana, si finalmente consigue llegar, será la segunda. Todo lo que ha conseguido, ahora, ha sido por su sobrenatural empeño y su curiosidad intrínseca.
«En mi pueblo no teníamos colegio. Yo no quería dedicarme a la agricultura ni a la ganadería, quería estudiar y aprender otra cosa», rememora. Lo consiguió, finalmente, tras instalarse con una tía suya en Senegal, que facilitó que estudiase. Antes, había tenido que defenderse a si mismo con 11 años ante un tribunal para obtener el acta de nacimiento que le permitiese formalizar la matrícula. Ya entonces dio muestras, también, de una sensibilidad singular. «En el colegio formé un grupo de teatro de niños para sensibilizar sobre mutilación genital femenina o matrimonio infantil», explica Seny, que pronto canalizó este compromiso hacia el activismo medioambiental en la fundación de la etóloga Jane Godall.
Tras empezar Derecho en Dakar, las vicisitudes vitales y algunos vínculos que fructificaron al calor de la asociación ambiental en la que ejercía como educador y activista le llevaron a formalizar el traslado de expediente al campus de Elviña. Y aquí echó raíces. No ha olvidado el compromiso —desde su llegada comenzó a colaborar con la asociación coruñesa Ecodesarrollo Gaia, que trabaja con migración y para la que Seny, políglota en ocho lenguas, ejerció de intérprete y mediador— ni tampoco a su hermana, a la que lucha por traer, con todas las garantías, a esta ciudad que ya es su hogar.
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