Teixeiro, una red para las segundas oportunidades
La redeira de Corme Rosa Rodríguez enseña su oficio a internos e internas de la cárcel de Teixeiro para que confeccionen canastas y porterías que, después, colocarán en centros educativos, entre ellos, el de Aspronaga, cuyos alumnos visitan a los reclusos

Teixeiro, una red para las segundas oportunidades / Casteleiro / Roller Agencia
Algunas veces, a María Jesús le parece que lo que está viviendo no es real, aunque le basta con abrir los ojos para saber que, a las ocho habrá recuento y a las dos y media y a las nueve otra vez, como lo hubo ayer y lo habrá mañana. A Gabriela no se le olvida la primera noche que pasó en prisión. «Me despertaba continuamente para comprobar si estaba en una pesadilla. Nunca te acostumbras. Yo llevo tres meses y, cada vez, es peor», reconoce esta joven, que nunca pensó que su vida estaría marcada por la monotonía, el encierro y los horarios estrictos, aunque no todo es como se pensaba en el centro penitenciario de Teixeiro, también hay días diferentes, caras nuevas y aire fresco del exterior.
Una de esas jornadas fue el miércoles, cuando, pasadas las diez de la mañana, se reunieron entre sacos y guantes de boxeo que cuelgan de las paredes del edificio sociocultural, alumnos y personal de Aspronaga, también de la Fundación Érguete Integración, Rosa Rodríguez, de la asociación Illa da Estrela de Corme, y los internos e internas que participan en el taller Tecendo Redes, un proyecto que tiene mucho que ver con deshacer lo que está mal y las segundas oportunidades.

La redeira Rosa Rodríguez, con una de las redes que usan en el curso. / Casteleiro / Roller Agencia
Rosa no sabía cómo era una cárcel por dentro hasta que le propusieron ir a Teixeiro a enseñarle su oficio a un grupo de personas privadas de libertad. El objetivo estaba claro, que aprendiesen a reciclar redes que ya no sirven para pescar y que las convirtiesen en útiles para ponerlas en canastas y en porterías de centros escolares y que, con eso, mantuviesen sus mentes y sus manos ocupadas y viesen que lo que hacen dentro tiene un efecto positivo fuera.
Cuando Rosa era pequeña, su ilusión, al llegar de la escuela, era llenar las agujas de hilo para que sus padres pudiesen trabajar. «Ahora lo odio», dice con una sonrisa en la boca, sabiendo que, al menos por ahora, su oficio no se perderá porque hay manos que empiezan a aprenderlo.
Cuando Nerly entró en el aula y vio que había una red en el suelo se quedó «flipada». Ella se había apuntado al curso pensando que era de redes sociales pero, como tampoco tenía nada mucho mejor que hacer, se quedó y confiesa, con el hilo en la mano, que le va gustando no solo la actividad sino también todo lo que conlleva, como saber que la vida sigue más allá de los muros de la cárcel. En su caso, la espera un niño de dos años, con el que pudo estar en un módulo de madres, pero del que se tuvo que separar al entrar en Teixeiro.

Un interno, en el curso, con el colgante que le dio Rubén. / Casteleiro / Roller Agencia
La profesión de María Jesús, «desde niña», siempre fue la de coser. «Ahora soy la costurera de la cárcel, estoy haciendo cortinas, coso para los chicos, para las chicas...», explica aún un poco nerviosa porque acaba de salir del examen de Filosofía de Primero de Bachillerato, al día siguiente tendrá otro, de Historia, que lleva un poco mejor. «A mi edad no es fácil, aunque no apruebe, voy aprendiendo cosas que me gustan», explica ella que, como tantas otras, nunca pensó que una parte de su vida transcurriría en prisión. «Yo me voy para mi taller, me aíslo allí y no quiero gritos ni problemas, me refugio y, con mi máquina de coser, soy feliz», confiesa.
Ella entró en el módulo 6, en el terapéutico educacional, y ahora está en el 10, el de mujeres, y así espera seguir el año que le queda de condena, entre hilos, tijeras y alfileres. «Tuve un fallo y lo estoy pagando. Lloré muchísimo los primeros meses, porque me veía y decía: ‘no pinto nada aquí’, si tengo tres hijos y un nieto», se sincera.
Cristina está embarazada por séptima vez, está de cuatro meses y está aprendiendo a reciclar redes. «A ver si aprendo y le hago un bolsito al bebé para el bibe. Es una buena idea para ponerme con mis hijos y enseñarles a hacer cositas así», dice, deshaciendo un par de puntos que dio en el sitio que no era, con una sonrisa y muchos planes en la cabeza.
Jesús, que es usuario de Aspronaga, una asociación que tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual, estuvo ayudando a Yoli a hacer «las asas para un bolso», así que, ella le hace «una pulsera» con los colores del Dépor en agradecimiento. A Jesús le gusta «mucho» ir a Teixeiro porque para él es también un día diferente, le gusta que le esperen con ilusión y el ratito que comparten todos juntos, que no solo implica trabajar sino también jugar y compartir.

Jesús trabaja con dos internas en un bolso. / Casteleiro / Roller Agencia
A Yoli se le nota la maña con los hilos. «Solo haciendo trenzas, se las hacía a mis sobrinas en el pelo», dice, mientras anuda los extremos de la pulsera en la muñeca de Jesús. «A mí me gustan las manualidades, pero esto nunca lo había hecho, había visto algún reportaje por la tele. No sé si de ellas o de otras redeiras, que hacían bolsos y colaboraban con Zara y por eso me apunté», explica Yoli que destaca la oportunidad «de aprender cosas nuevas con una profesora», porque en la cárcel mucho del conocimiento que existe se transmite entre internos, sin que nadie del exterior venga a ayudarles.
«El ruido de las puertas es lo que más impresiona y las celdas, que son frías, pero después, cuando las vas decorando a tu manera ya te vas sintiendo casi como en casa», relata Yolanda que cuenta los días para irse. «Me voy en enero y estoy deseando no volver», admite y sueña con tener un trabajo que le guste, que no está entre hilos y redes, sino entre animales, que son su gran pasión.
Gabriela también piensa mucho en el futuro para que los días no se le hagan tan largos y aprovecha «para ser creativa», porque, si algo sobra en la cárcel, es tiempo. No quiere que estar en prisión marque su vida porque es todavía muy joven, así que, intenta adaptarse y que la cárcel no le haga mella. «No quiero que esto se quede en mi recuerdo de forma negativa», confiesa Gabriela, que está en prisión preventiva y espera salir pronto y retomar su vida sin cometer «errores», así que, el día a día se lo pasa entre el gimnasio y los talleres.

Cristina, con su labor en la mano. / Casteleiro / Roller Agencia
«Yo me imaginaba la prisión totalmente diferente, obviamente, no es un sitio en el que me guste estar, pero se agradecen un montón estas visitas y el trato que tienen con nosotros. Me da mucha curiosidad que haya personas que se atrevan a venir. Cuando yo estaba fuera no quería ni acercarme», reconoce Gabriela, a quien le «encanta» que vayan los usuarios de Aspronaga a compartir con ellos unas horas en las que les da tiempo a todo, a coser, a conocerse mejor, a improvisar combates de boxeo, como el que protagonizó Rodrigo, de Aspronaga, con un interno que le enseñó a cubrirse y no bajar la guardia, hasta a echar unas canastas para ver quién es capaz de estrenar la red del Módulo 1, que parece que solo quiere los balones que le lanza Jaime, de Aspronaga, y que provoca abrazos y aplausos con cada punto que anota.
«A mí me parece una manera de mostrar que todos somos iguales, que no somos diferentes por estar aquí», sentencia Gabriela, que cree en las segundas oportunidades y no solo para las redes que tiene en la mano.
Rosaura Romo es la coordinadora técnica de la Fundación Érguete Integración de A Coruña y una de las promotoras de este taller que junta a perfiles muy diferentes con el objetivo de derribar estereotipos.
«En la pandemia empezamos a hacer una serie de colaboraciones con los colegios porque pensábamos que podíamos aportar algo desde los centros penitenciarios, al estar encerrados, y hacer algo por ellos. Empezamos con Entre Patios [los internos elaboraban bancos y mesas para el exterior de los centros educativos] y ahí nació nuestra colaboración con Aspronaga, que empezó a crear espacios de convivencia diversos con varios colectivos», explica Romo, después supieron que la Autoridad Portuaria tiraba muchas redes, pensaron en qué podían hacer con ellas, conocieron a Rosa y en 2024 pusieron en marcha Tecendo Redes.
Mónica fue una de las internas de esa primera edición que, ahora, puede trabajar ya de forma autónoma haciendo canastas y porterías. «Ver trabajar a Rosa es espectacular, hace un bolso en un momento. En Galicia sabemos que existen las redeiras pero no tenemos ni idea de cómo se hace su trabajo», comenta Mónica, a quien todavía le queda «un poco» para salir de Teixeiro, así que, trata de ilusionarse con cada actividad a la que puede sumarse.

Una interna posa con el bolso que hizo en el curso. / Casteleiro / Roller Agencia
A Nerea, por ahora, los hilos se le ponen un poco «rebeldes». A ella, que está en prisión preventiva, le gusta dejar de ver «las mismas caras» aunque solo sea un ratito y piensa en «el día de mañana», cuando se pueda sentar en casa y hacer un bolso.
«Para ser mi primera entrada, yo lo estoy llevando bastante bien, propusimos una nueva actividad, la de hacer marionetas, estoy en la de costura... Lo que cuenta es evolucionar y evitar pensar en lo que tienes fuera, la familia y la droga, que es a lo que venimos, a curarnos y a cumplir nuestras condenas», comenta Rubén, a quien el miércoles por la mañana le quedaban por cumplir «un año, nueve meses y un día».
A él le gustan las manualidades y se puede ver en los colgantes con forma «cachava, el bastón que usan los patriarcas gitanos» que les ha regalado a algunos de sus compañeros y compañeras. «Es para prensar los cigarros», explica Jose, porque cosas que en la calle son comunes no tienen cabida en prisión, así que, hay que tirar de imaginación y reciclaje.
Mario es estudiante de Integración Social y pidió hacer las prácticas con población reclusa, así que, le abrieron las puertas en la Fundación Érguete Integración y, desde que entró en prisión, sus prejuicios se fueron desmoronando. «No me esperaba que fuese como en las películas, pero vi con mis propios ojos que son personas normales, que han vivido diferentes vidas y que, por circunstancias, están aquí».
Obviamente, no todos los módulos son iguales ni todos los internos e internas quieren ni pueden participar en este tipo de actividades en las que las tijeras están encima de los bancos para que las use quien las necesite y en las que los internos se mueven con libertad por el aula y pueden, por ejemplo, hacer una pausa para salir a fumar sin que eso llame la atención de nadie. Y es que, con 1.100 internos, de los cuales setenta son mujeres, en Teixeiro hay de todo, aunque predominan los internos que quieren pasar una estancia constructiva, no en vano, de los catorce módulos de la prisión, nueve son de respeto —uno de ellos, el Nelson Mandela, es mixto— con normas de comportamiento más estrictas, pero también con mayor libertad para los internos.
A Fran, que es ya veterano en el curso de redes, lo que más le gusta de la actividad es «ver las cosas hechas» y que vengan los chicos de Aspronaga. «Me da mucha ternura», resume y comparte un rato con Iria, a la que, más que los hilos y los nudos, le gustan los relojes inteligentes, los móviles y la muñeca Toadette, una de las setas rosas de Mario Kart.
«Aquí estamos en familia, porque también trabajé con los chicos de Aspronaga. Para mí es una ilusión muy grande tenerlos a todos aquí reunidos», resume Rosa, que lleva más de cuarenta años montando y reparando artes y aparejos .
Si Raquel Quintela, que es profesora del Centro Nuestra Señora de Lourdes, de Aspronaga, tiene que definir qué le aportan a sus alumnos estas visitas a Teixeiro, tiene claro que todo se resume en «conocer, convivir y aprender unos de otros» aunque sus vidas sean tan diferentes. «Cualquiera de los dos colectivos –las personas privadas de libertad y las que tienen discapacidad intelectual– sienten que dependen de terceros, por su situación y sus condiciones pero, en estas actividades, están aportando y ayudando ellos a otros. Es un momento de dar y no de recibir», comenta Quintela, que asegura que esta colaboración con Teixeiro les está llevando a vivir «momentos increíbles», tanto que más alumnos y docentes se quieren unir a futuros proyectos que se desarrollen con internos.
«Ya nos estamos acostumbrando a las visitas de Aspronaga, porque hemos hecho varias colaboraciones y conocen ya varios módulos. Es ya habitual no solo que ellos vengan, sino que nosotros vayamos a su centro educativo, o que nos encontremos en alguna salida programada, como la de limpieza de playas de la semana pasada», explica la subdirectora de tratamiento, Nadia Arias, que destaca que, al ser un proyecto conjunto, todas las partes se «involucran mucho más» en lo que hacen y le ponen «más cariño».
Destaca, además, que es importante que los internos conozcan otras entidades y otros ambientes —más allá de los que frecuentaban antes de entrar en prisión—porque cuando salgan tendrán que rehacer su vida y necesitarán, como todos, una red que los sostenga para no volver a caer y una de las labores de la cárcel y de entidades como Fundación Érguete Integración es precisamente esa, ayudarles a que salgan mejor de lo que entraron y, a ser posible, que nunca más regresen.
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