De Oseiro al Barrio de las Flores
jaime patiño grela
Nací en O Froxel, en Oseiro, Arteixo, aunque mi vida como coruñés se puede decir que comenzó a los cuatro años, cuando se mudó mi familia, formada por mis padres, Jaime y María, y un servidor contador de esta historia. Mi hermano pequeño, Víctor, ya nació en A Coruña. El venirnos a vivir a la ciudad fue debido a que le ofrecieron a mi padre un trabajo en la Compañía de Tranvías como cobrador de los trolebuses. Allí desarrollaría toda su vida laboral, jubilándose en la empresa como inspector de la línea de trolebuses.
Mi madre María se dedicó a las labores de la casa y a su familia. Al principio de llegar a A Coruña nos fuimos a vivir a la calle Vistalegre, en la zona de Santa Margarita, donde estuvimos unos tres años para seguidamente irnos al polígono de Elviña o Barrio de las Flores, como se le llamó a este nuevo barrio cuando fue inaugurado, con casi 2.000 viviendas de protección oficial. Aquí estuve con mis padres unos 22 años hasta que me casé y me fui a vivir a unas viviendas sociales que hicieron la Xunta y el ayuntamiento de Arteixo en Oseiro. Tras unos años, regresamos a A Coruña, a la zona de Matogrande, cuando se empezaba a urbanizar y que aún era monte y leiras. En la actualidad sigo viviendo en esta zona, por la que siento un gran cariño, tanto por ella como por el Barrio de las Flores. Tengo muchos amigos y vecinos y formo parte, como presidente, del Club de Chave, siendo también directivo del Victoria Club de Fútbol.
Mi primer colegio fue el de la Grande Obra, y aunque me quedaba lejos en mi primera época de escolar, tenía la suerte de poder aprovechar las idas y las vueltas gratis en el trolebús donde iba mi padre como cobrador. En la Grande Obra estuve dos años y después pasé a estudiar en las Guarderías del Generalísimo Franco, hasta que se creó el nuevo colegio frente al mercado antiguo de Monelos. Allí estuve hasta los 16 años y luego pasé a estudiar auxiliar de administración en el Santa Mariña de A Cubela.
Mientras estudiaba, trabajaba como recadero de la farmacia de doña Sofía, que estaba ubicada al lado de la casa de mis padres. Tengo que destacar que en los años que estuve en dicha farmacia estuve estudiando para auxiliar de farmacia, diplomado en la escuela del Juan Canalejo. De esta farmacia guardo un grato recuerdo por lo bien que se portaron conmigo. La dejé antes de casarme, ya que se me dio por montar con mis padres y mi hermano una bodega llamada O Xantar, en la calle Rafael Alberti, detrás de los Ministerios. Con esta bodega estuvimos uno seis años y de aquí pasé a otras empresas hasta que en el año 1990 me vinieron a buscar para trabajar en la farmacia Espinosa en la calle de La Torre. Tiempo después pasé a trabajar en los laboratorios Merck-MSD, donde remataría mi vida laboral debido a una esclerosis múltiple que me causó una invalidez en todo el lado izquierdo de mi cuerpo. Tengo que decir y destacar que, antes de que empezaran estos síntomas de la esclerosis, jugaba al fútbol en los equipos de A Gaiteira y Mesoiro, y en el fútbol sala, en Auto Spring y Restaurante Casmode.
En la actualidad, hago actividades deportivas de mirón, desde mi silla eléctrica, colaborando con el grupo de chave y la peña de los jueves Os Belés de Monelos, en la que me encuentro muy bien acogido. Este año tuve la suerte de que me nombraran pregonero de las fiestas del Barrio de las Flores, por lo que quedé muy agradecido a la plataforma vecinal que las organiza. Les quedaré agradecido para siempre, a ellos y a toda la gente que me vino a arropar en este pregón que nunca olvidaré.
Mis amigos de infancia y juventud fueron muchos, por lo que destacaré a algunos como Abuín, Pochón, Salva, Brañas, Richar, Mochi, Rosita, Mari Loli, Lolecha, Mini, Ana, las hermanas Rosa, Luqui, Maqui, Esper y Maika. Con toda esta tropa me acuerdo de lo bien que lo pasábamos jugando a todos los juegos de chavales y chavalas de nuestra época, como las bolas, chapas, che, mariola, médicos y enfermeras y todo aquello que nos surgía para pasar unos momentos felices, jugando tranquilamente y sin prisa, tanto en los alrededores de nuestras casas, que aún eran campos y leiras. Parecía que el tiempo no tenía prisa en esta época para nosotros, no como ahora, que todo gira más deprisa para todo el mundo.
Disfruté también mucho de mi edad quinceañera, sobre todo cuando tocaba bajar al centro los días de fiesta. Por las mañanas tocaba pasear por todo el centro coruñés y disfrutar del ambiente que había, tanto de gente mayor como de joven. Muchos noviazgos empezaron así, de tanto coincidir paseando o cuando las pandillas quedaban para verse y reunirse en los soportales del cine Avenida o el teatro Rosalía, que en invierno nos servían para abrigarnos de la lluvia. Un paraguas era un artículo de lujo para muchos. Me acuerdo del barquillero de los Jardines, siempre íbamos a probar suerte, a ver si nos tocaban muchos barquillos por pocas monedas. Pero nunca conseguíamos sacar más de dos por muy fuerte que le diésemos a la ruleta, creo que la tenía trucada.
Tengo también un recuerdo del caballo de madera que había en La Terraza, donde alguna vez nos hemos sacado alguna foto. En esta etapa juvenil, con 25 pesetas tenías para pasarte un buen domingo, como ir al cine, tomarte un bocata de calamares, ir a la cafetería, jugar al futbolín y billar… Y aún te quedaba dinero suelto. Vaya tiempos aquellos cuando íbamos al cine Coruña. Solíamos parar en la sala recreativa El Cerebro. Allí estaban las primeras máquinas recreativas como el pinball. Con cinco pesetas te podías pasar unas buenas horas jugando en pandilla.
También cuando íbamos a los bailes de la ciudad, como Chevalier, La Granja, Golden, Finisterre, Circo de Artesanos y El Seijal. Infinidad de veces echábamos a suertes a cuál ir. A Chevalier se iba los martes a un festival que se llamaba El Martes Loco, tipo concurso, en el cual durante dos años tuve la suerte de quedar campeón del mismo con mi pandilla.
Cuando llegaban los Carnavales, siempre me disfrazaba de mujer con mi pandilla, de la que guardo un grato recuerdo por el compañerismo que teníamos entre todos. Cuando comprábamos los bocatas de calamares en el Copacabana de los jardines, los repartíamos entre todos y nos sabían a gloria, al igual que los de sardinas. A todos ellos les mando un abrazo por lo bien que se están portando conmigo, apoyándome en mi enfermedad, que no me impide reunirme con ellos y recordar viejos tiempos vividos en esta bonita Coruña.
Testimonio recogido por Luis Longueira
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