Negocios de A Coruña con mucha vida que buscan relevo: «Es entrar y ponerse a trabajar, clientes hay»

Comerciantes de la galería de Ramón y Cajal que se jubilarán próximamente confían en traspasar sus negocios a jóvenes con nuevas propuestas

En el último año cerraron cuatro locales, aunque uno de ellos ya tiene sucesor

Antonio y Petra, dos clientes habituales del pasadizo, con Paco y Ofelia. | Carlos Pardellas

Antonio y Petra, dos clientes habituales del pasadizo, con Paco y Ofelia. | Carlos Pardellas

A Coruña

Paloma, a la que todos los vecinos llaman Petra, lleva más de cincuenta años haciendo la compra en las galerías comerciales que unen Ramón y Cajal con Novoa Santos, así que, ha sido testigo del cambio de este camino, de cómo las tiendas pasaron de padres a hijos, cómo otras echaron el cierre por falta de relevo generacional y de cómo muchos sueños se vieron frustrados al no acabar de despegar las ideas con las que habían abierto. Lo que no consiguió la pandemia, que muchos de los negocios bajasen la persiana, lo han conseguido, finalmente, otros factores.

En el último año han cerrado cuatro negocios —la cafetería de la esquina de Ramón y Cajal, la barbería, el zapatero y la gestoría— y otros dos de los que siguen abiertos buscan relevo, el de Paco, que es doble, la jamonería El Pasadizo y la frutería Mercedes, y la carnicería de Ofelia, aunque ella, ganas de jubilarse no tiene. Tan solo unos pasos más allá, al otro lado de la carretera, en Novoa Santos, están también Ángeles Pernas y Fina Miranda, que pronto dirán adiós al despacho que Ángeles abrió con su hermana hace 32 años. «Yo no me voy a llevar nada, esto es entrar y ponerse a trabajar», explica, mientras atiende a la clientela de todos los días.

Fina y Ángeles, en la panadería de Novoa Santos  | C. Pardellas | | C. PARDELLAS

Fina y Ángeles, en la panadería de Novoa Santos. / Carlos Pardellas

«La gente se piensa que estamos aquí catorce horas, pero no es así y es un trabajo bonito, de cara al público», comenta Ángeles, que se decidió a montar el negocio en un momento en el que su hermana estaba desempleada y tras aprender el oficio durante unos meses con su hermano, panadero en Carral.

«Los primeros años fueron muy buenos, cogimos muy buena época y tuvimos muy buena clientela desde el primer día, porque aquí no había casi nada», recuerda Ángeles, que ha recibido consultas sobre el traspaso de la tienda, pero todavía no ha llegado a acuerdo con ninguno de los interesados.

«El de la inmobiliaria que vino a ver a Paco me preguntó a mí y le dije: ‘pues yo también, en traspaso o venta’, aunque a mí me da muchísimo miedo jubilarme, porque llevo aquí toda la vida», confiesa Ofelia, sobre el anuncio que hay desde hace unos días en internet sobre su carnicería. Ese «miedo» tiene una razón de ser y es que, aunque Ofelia ya pasa de los 70 años, no quiere bajar la persiana del negocio que primero regentó su marido y, después, ella. «A mí me da pena, porque ya hay muchos negocios cerrados y, una vez que se cierra ya es más difícil que vuelva a abrir. Si aparece alguien, me jubilo y, si no, pues sigo aquí», dice Ofelia, que asegura que, aunque las ventas no son muy grandes, dan para salir adelante.

Más de medio siglo, desde enero de 1971, en el pasadizo lleva también La Tienda de Lino, en la parte de arriba de la galería, la más cercana a Novoa Santos y, en todos estos años, ha tenido que reinventarse varias veces para aumentar su clientela. A diferencia de los demás, este negocio no busca relevo y seguirá dando vida a la galería en un momento que su fundadora, junto a Lino, María del Carmen López [aunque todo el mundo la llama Mari], confía en que sea «de transición» entre las viejas tiendas que echan la persiana y las nuevas que han de llegar.

Mari, de La Tienda de Lino.

Mari, de La Tienda de Lino. / Pardellas

«Me da pena porque cuando empezamos estaban todos los locales abiertos. Donde estamos nosotros ahora, antes había una tienda de electrodomésticos, y nosotros estábamos en un local más pequeño enfrente. Cuando cerró la tienda de electrodomésticos cogimos ese bajo y el que usaban de almacén. La señora que nos traspasó a nosotros tenía una tiendita muy pequeña y, a parte de algún producto fresco, lo que más tenía era un detergente que se llamaba Omo. El día que vendí el último paquete respiré, había que regalar un vaso por no se cuántos paquetes. Cuando lo acabé, no volví a comprar ese detergente nunca más», recuerda y confiesa que fue Lino el que apostó por cambiar el concepto de la tienda de barrio por algo diferente.

« Mi marido siempre tuvo ideas innovadoras, empezó a ir al mercado y a traer acelgas, espinacas, puerros, porque antes solo se vendía grelo o repollo. Siempre fue muy exquisito para la fruta y compraba de lo mejor, entonces, la gente empezó a venir porque teníamos cosas que no había en otros sitios. Años después, ya le escuchabas a la gente decir: ‘vete a Lino’, cuando querían algo especial», relata Mari que aun recuerda la última reforma que le hicieron a la tienda.

«Cuando mis hijos me dijeron: ‘Mamá, se acabaron la Coca-Cola, la Fanta y la leche’, yo les pregunté qué íbamos a vender», recuerda Mari, que fue cuando el negocio dio ese salto al producto gourmet. «Las tiendas necesitan iniciativa y visión de futuro», comenta Mari, que cree que sería» maravilloso» que todos estos locales los cogiesen chicos con ideas nuevas, desea.

Paco Santé con dos de sus clientas habituales

Paco Santé con dos de sus clientas habituales / Carlos Pardellas

Esperanzas en los jóvenes y en la población migrante tiene también Paco para el futuro del pasadizo. «Yo tengo más de cuarenta años cotizados, no tengo prisa por vender, pero tengo una operación pendiente. Llevo 34 años aquí y me da pena, pero también es una liberación porque esto es muy esclavo. Ahora, yo hago todo desde las seis de la mañana hasta las tres de la tarde», explica, porque antes de la pandemia abría mañana y tarde. Ese trabajo lo compatibiliza con el mantenimiento de la galería, de la limpieza, de los baños, de las cámaras de vigilancia... de todo el espacio común. Cree que quien le coja el relevo tendrá que plantearse el negocio de otro modo y echar muchas más horas para que le resulte rentable. «Podría ser un supermercado de la comunidad latina o paquistaní, que trabaje todos los días. Dentro de las galerías hay 76 familias y, en la esquina, otras 16. Son clientes que están aquí ya», dice y confía en que el traspaso de la barbería lo coja alguno de los chicos que se ha interesado por ella. «Es abrir la verja, pintar y ponerse a cortar el pelo y a facturar. Este pasadizo tiene mucho potencial, pero hay que tener ganas de trabajar y echarle horas», comenta. Cree, además, que quien le suceda ha de cambiar el modelo de negocio y dejar de apostar por la calidad y hacerlo por la cantidad.

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