Cuando el Orgullo entró en el salón de plenos de A Coruña

La ciudad cumple 20 años de enlaces entre personas del mismo sexo: el primero, el de José Luis y Marcos, se celebró en un despacho al no estar disponible el salón de plenos. Allí hicieron oficial su unión, pocos meses más tarde, Isaac y José

José e Isaac, 20 años después de su boda.

José e Isaac, 20 años después de su boda. / Germán Barreiros/Roller Agencia

En un despacho de María Pita, con un poema por homilía y con la sombra del recurso de inconstitucionalidad planeando sobre sus cabezas. El mismo día en el que se celebraba, en Madrid, la boda del activista LGBTI Pedro Zerolo. Así fue el primer enlace entre dos personas del mismo sexo celebrado legalmente en A Coruña. La ley del Matrimonio igualitario, promovida por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, había entrado en vigor en julio de 2005, pero el salón de plenos del palacio municipal, que ha dado luz a tantos enlaces civiles a lo largo de los años, tenía copada la lista de oficios hasta mayo del año siguiente. Los novios, no obstante, no querían esperar tanto para hacer efectivo un derecho conquistado tras tanto esfuerzo.

«Yo le decía a Marcos: oye, casémonos. Así por lo menos, si la recurren estamos en un limbo, y tenemos un derecho que no puede ser retrotraído. Si el Estado nos lo reconoce, luego no puede dar vuelta atrás», recuerda hoy uno de los protagonistas de esa unión, el colaborador de LA OPINIÓN José Luis Quintela. Su boda, como cualquiera, fue la culminación de un amor de muchos años, pero también la forma de meter el pie en una puerta que comenzaba a abrirse y que había quien quería volver a cerrar. «Nos casamos por amor, claro, y aquí seguimos 20 años después, pero para mí también fue algo más, una toma de posición militante, un compromiso social», explica.

Boda de José e Isaac.

Boda de José e Isaac. / Cedida

Que el salón de plenos estuviese ocupado aquel día no iba a frenar esa determinación. El atajo se le ocurrió a la oficiante, la concejala del PSOE Mar Barcón, amiga entonces de la pareja y la primera edil en oficializar un compromiso entre dos personas del mismo sexo en la ciudad.

«Mar nos llamó y dijo: ‘no hay sitio hasta mayo, a menos que queráis renunciar al salón de plenos. Os caso en un momento en el despacho de Alcaldía, entre boda y boda’. Fue todo en pocos minutos, pero muy bonito, porque incluso leyó una poesía», recuerda. Aquel papel que tantos empeños había costado era mucho más que eso: suponía la culminación de un camino de lucha de muchas personas por ser iguales ante la ley; una pugna que todavía no había concluido ante el recurso de inconstitucionalidad impuesto por 50 diputados del PP, cuya admisión a trámite podría haber conllevado la suspensión cautelar de la ley. «Vivimos todo aquello con mucha ilusión, pero también con incertidumbre. Era incomprensible, porque es una ley que el que está en contra no necesita usar. Yo decía: el amor lo pongo yo, mi proyecto de vida con mi marido lo pongo yo, y usted lo único que tiene que hacer es reconocerlo con papeles para que yo pueda presentar la declaración de la renta conjunta», cuenta Quintela. Al final, y después de que el Constitucional la blindase años después, incluso los que la recurrieron acabaron beneficiándose de ella. «Me consta que hubo gente que lo hizo por disciplina, y otra firmemente convencida. Sé que algunos de los que recurrieron la ley sintieron el mismo alivio que yo el día que el Constitucional la avaló», asevera Quintela.

Valla publicitaria con la boda de José e Isaac.

Valla publicitaria con la boda de José e Isaac. / Cedida

La primera en el salón

Hubo que esperar hasta mayo del 2006 para que el salón de plenos de María Pita albergase la primera unión auspiciada por una ley que, aunque bienvenida, llegaba muy tarde. Si con ojos de hoy resulta incomprensible que un derecho tan básico no rebase la veintena en España, en aquel entonces muchos lo habían dado incluso por perdido. «Nosotros llevábamos juntos desde el 1998, y, como pensábamos que nunca nos íbamos a poder casar, ya habíamos celebrado una luna de miel. Luego tuvimos otra, claro», relata Isaac González, que contrajo matrimonio con José Veiras aquel mayo en María Pita, aunque su enlace fue diferente al de José Luis y Marcos. A excepción de la oficiante, que volvió a ser Barcón.

Y aunque la pareja no era amiga de la parafernalia que rodea las bodas en el palacio municipal, en ese momento pensaron que valía la pena hacer un poco más de ruido. «Nosotros queríamos celebrarlo con nuestra gente, tener una boda normal y corriente, pero teníamos ese plus de que, si alguien había peleado para que esta ley se hiciese efectiva, pues vamos a usar ese derecho. No queríamos ir al juzgado sin más, era como nuestro granito de arena para hacerlo visible», asevera Isaac, que firmó su unión con José en la estancia principal de María Pita, rodeados de su familia y amigos y entre los maceros uniformados que dan entrada a los cónyuges.

Su enlace tuvo, además, un añadido de visibilidad: la que alumbraba la valla publicitaria instalada en Alfonso Molina que acreditaba, con orgullo, aquella unión que tanto hubo que pelear. «Fue una lucha que vivimos mucho, incluso cuando era solo por el matrimonio, porque la adopción la veíamos muy lejos. Incluso los más transigentes decían que matrimonio sí pero adopción no. Al final se aprobó todo, y aunque nosotros no quisimos aprovechar ese derecho, nos pareció muy bien que se aprobase», cuenta.

Y aunque ningún vínculo precisa del refrendo de terceros, hace 20 años aquel sí quiero que parte del Congreso dio a una ley que corregía una anomalía histórica supuso oficializar aquellas uniones ante los ojos de toda la sociedad. También, mal que les pese, ante los de los más intolerantes. «Fue una gran alegría, porque representaba ese reconocimiento de la igualdad y de la pelea. En ese momento era también callar muchas bocas, porque ya no tenías ni que argumentar esto o lo otro. Era la ley, y punto. Daba un plus de legitimidad», señala. 

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