Cuando las rederas trabajaban en A Palloza

La autora, a la izquierda, con su madre en la lancha de Santa Cristina. |

La autora, a la izquierda, con su madre en la lancha de Santa Cristina. | / Cedida | | CEDIDAS

María Elena García Pumar

Nací en 1944 y mis primeros recuerdos son para mis abuelos José y Felisa, ya que los años que viví con ellos me trataron como a una reina. Él, a quien le llamaban Ruto, era muy conocido en la ciudad y sobre todo en el muelle pesquero porque tenía varios barcos y un almacén en A Palloza donde se reparaban las redes de pesca, que en aquel tiempo eran de cáñamo.

Cuando las rederas trabajaban en A Palloza

La autora, a la izquierda con su marido, en un baile del Casino. / LOC

Recuerdo que cuando hacía buen tiempo las rederas trabajaban al aire libre en la plaza de A Palloza, donde solo había una pequeña caseta que hacía de fielato y que después fue sustituida por la de la churrería El Timón y por un carrusel de caballitos de madera. Hasta los años sesenta también se situó allí el famoso Teatro Argentino, al que acudían muchas personas para ver sus espectáculos de variedades.

A la izquierda, María Elena en la playa de Santa Cruz con sus hijos Rafael y Juan Carlos. A la derecha, es la niña con la mano en el hombro de su abuelo José.

María Elena en la playa de Santa Cruz con sus hijos Rafael y Juan Carlos. / LOC

Viví en casa de mis abuelos en Fernández Latorre con mi madre, que se había quedado viuda a los seis años de casada, hasta que decidieron que nos fuéramos a la calle Pintor Seijo Rubio, en Os Castros, que en aquella época estaba sin urbanizar. Mi único colegio fue el de las Josefinas, donde acabé el bachillerato y tuve como amigas a Merceditas, Mari Carmen y Gloria. También tenía amigas en Fernández Latorre con las que solía jugar en la plaza de Vigo cuando me llevaba mi madre y que lo hacíamos en plena calle sin preocuparnos del tráfico porque apenas había coches.

La autora, a la izquierda con su marido, en un baile del Casino. |  Cedida

La autora es la niña con la mano en el hombro de su abuelo José. / LOC

Recuerdo que en esos años había muchos carros tirados por caballos que repartían gaseosas, hielo, lejía y toda clase de productos tanto por las casas como por los comercios y ultramarinos. Como mi familia era muy rigurosa, cuando empecé a salir e ir al cine los domingos en el centro, tenía que regresar a casa a las nueve y, si llegaba más tarde, me castigaban sin salir toda la semana. En esa época a las chicas nos controlaban mucho y cuando íbamos al baile de mocitos que se hacía en el Finisterre siempre nos acompañaba un familiar, en mi caso mi madre, que hacía de carabina y que cuando algún joven me sacaba a bailar se acercaba a él para decirle que hubiera aire entre los dos para que no me agarrara mucho.

Cuando las rederas trabajaban en A Palloza

María Elena García Pumar / LOC

En uno de esos bailes conocí al que sería mi novio y luego mi marido, Rafael Penide Orosa, quien falleció durante la pandemia del covid y con quien tuve dos hijos, Rafael y Juan Carlos.

De jóvenes, cuando bajábamos a pasear por el centro, donde el cine Avenida era el punto de encuentro de todas las pandillas, nos cansábamos de gastar las suelas de los zapatos recorriendo la calle Real y los Cantones mirando a los chicos hasta la hora de volver a casa, ya que había domingos que casi no se podía andar por la gran cantidad de gente que paseaba.

Los cines a los que iba de niña a ver películas infantiles, que me hacían soñar con príncipes y hadas, eran el Equitativa, Avenida, Coruña, Colón y Rosalía. Recuerdo que ya casada fui a la inauguración del Riazor para ver Lo que el viento se llevó, que estuvo en cartelera más de tres meses por la cantidad de gente que acudió a verla. En verano fui desde mi infancia a la playa de Santa Cristina, unas veces en la lancha La Chinita, que se cogía en la Dársena y que siempre iba llena de gente, y otras en el tranvía Siboney, que también iba abarrotado.

Entre mis recuerdos de aquellos años está la llegada de los trolebuses ingleses de dos pisos, en los que la gente solo quería viajar en el de arriba, así como las fiestas de verano y sus desfiles de carrozas, la falla de San Juan que se quemaba en la plaza de María Pita, las navidades en las que los guardias municipales regulaban el tráfico rodeados de cajas de regalos y las jugueterías El Arca de Noé, Moya y Tobaris con sus escaparates llenos de juguetes que atraían tanto a niños como a mayores.

El cambio que dio la ciudad en los últimos años fue increíble, ya que ahora es moderna y conocida a nivel nacional e internacional, al igual que su equipo de fútbol, el Deportivo. Pero, para mí, lo que más cambió fue el carácter de la gente, ya que ahora la vida parece una carrera en la que nadie se conoce, cuando antes nos parábamos en la calle y conversábamos sin prisas con los amigos y conocidos. Además había una gran educación y respeto entre las personas y una gran tranquilidad en las calles, en las que hasta teníamos serenos en casi toda la ciudad.

Ahora, ya viuda y abuela, lo único que me llena es disfrutar de mi nieto Rafael, que me hace feliz.

Testimonio recogido por Luis Longueira

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