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Obituario

Adiós a Antonio Ferreiro, fundador del Jazz Filloa: El guardián de un templo musical

Fallece Antonio Ferreiro, uno de los padres del Jazz Filloa de A Coruña, templo musical desde que lo fundó en 1980

Alberto Mella y Antonio Ferreiro, en el Jazz Filloa

Alberto Mella y Antonio Ferreiro, en el Jazz Filloa / Casteleiro

Directiva de Clubtura, Asociación Galega de Salas de Música ao Vivo

Desde este sábado, bajar las escaleras del Jazz Filloa será diferente. Se ha marchado Antonio Ferreiro, copropietario del templo del jazz en A Coruña y una de las figuras imprescindibles en la vida cultural de la ciudad. Alguien que, sin buscar jamás el protagonismo, sostuvo durante décadas un espacio único donde la música se convirtió en lenguaje común, refugio y celebración.

Antonio era el reflejo humano de la madera que viste el local que hizo posible junto a su socio: firme, determinado, discreto, lleno de talento y pasión. Así era Antonio, un hombre silencioso e introspectivo que sólo dejaba salir su chispa más luminosa en el círculo de los más cercanos, aquellos que le querían y quería de verdad, amigos con mayúsculas, de los que todo se sabe y nada se cuenta, con los que comía cada mes para arreglar el mundo a ritmo de saxofón y baqueta.

El Filloa no fue solo un local: fue un corazón que latía al ritmo de saxos, contrabajos y voces libres, y Antonio estuvo siempre allí, tras la barra, vigilando cada compás como un director invisible.

Su carácter era serio, su palabra escasa, su gesto medido. Así lo conocieron muchos: el guardián sobrio de un templo musical. Pero quienes formaban parte de su círculo más íntimo —músicos, amigos, cómplices de noches largas— sabían que tras ese silencio se escondía una chispa luminosa, un ingenio afilado y un sentido del humor sorprendente. En la confidencia, en la amistad, Antonio se revelaba distinto: cálido, brillante, con esa genialidad que solo mostraba a los que lograban atravesar su coraza de discreción.

Sus palabras eran escasas. Siempre prefirió expresarse en la música, que amaba por encima de todo, y usar su aliento para hacer sonar el saxofón le parecía más útil que gastarlo en vaguedades. Era, al fin, un músico que escogió que su gran obra no fuese un solo, sino un espacio. Su legado está en la atmósfera irrepetible del Filloa, en las noches que hicieron de A Coruña un puerto sonoro de referencia internacional.

A Coruña despide a un hombre que, sin alzar la voz, cambió para siempre el paisaje cultural de Galicia. El eco de su vida seguirá sonando en cada nota improvisada en su sala, en cada aplauso que celebre la música. Antonio nos enseñó que a veces el silencio es una nota imprescindible para hacer música, y que en él puede habitar toda la grandeza de una vida dedicada a la cultura.

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