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EXPOSICIÓN

El «abuelo» pintor Sotomayor

Hace 150 años que nació Fernando Álvarez de Sotomayor y, para celebrarlo, la Fundación Barrié ha preparado una retrospectiva de su obra, desde sus primeros pasos hasta casi sus últimos años. Una muestra de retratos y escenas costumbristas pero también de documentos y fotos de su lado más personal

Fernando y Maya Álvarez de Sotomayor, este jueves, en la Fundación Barrié

Fernando y Maya Álvarez de Sotomayor, este jueves, en la Fundación Barrié / Carlos Pardellas / CARLOS PARDELLAS

A Coruña

«En nuestra casa, el primer regalo que te hacían de pequeño era una paleta, colores y unos pinceles, nada de muñecas ni cosas de esas», recuerdan Maya y Fernando Álvarez de Sotomayor, la primera y el quinto nieto del pintor coruñés, en la inauguración de la retrospectiva con la que la Fundación Barrié le rinde homenaje con motivo del 150 aniversario de su nacimiento y que se puede visitar desde este viernes hasta el 11 de enero de 2026.

Maya convivió mucho con él porque, de pequeña, estuvo enferma del pulmón y, para no contagiar a sus hermanos, sus padres la enviaron con sus abuelos y, allí, al acabar de cenar, ponían la radio y ella le decía: «Abuelito, píntame aquí un león» y, él, «con mucha paciencia», le enseñaba, le explicaba los rudimentos básicos del arte, como que, para retratar a una persona, tenía que dibujar el óvalo de la cabeza y tomarla como referencia para hacer el resto del cuerpo que tendría que medir obligatoriamente «siete veces» la longitud de la cabeza.

El jefe de la colección de pintura del siglo XIX del museo del Prado, Javier Barón, se ha encargado de comisariar esta exposición en la que se reúnen 76 obras, algunas de ellas que nunca antes se habían visto en Galicia, otras que han sido restauradas para la ocasión y otras que, según explicó la directora de la fundación, Carmen Arias, llegaron de la mano de prestadores de instituciones y colecciones privadas de España, Chile, Italia y Francia.

En la exposición no solo hay cuadros sino que se puede profundizar también en el archivo personal, en las fotografías y documentos, del pintor Sotomayor para conocer no solo su obra sino también su manera de trabajar y vivir.

«Me acuerdo de mi abuela estirándole la ropa encima de la cama todos los días antes de que se fuese a trabajar. Ella me decía que tenía que ir bien vestido, que no podía ir arrugado», recuerda Maya y es que, no se iba a un sitio cualquiera, se iba al museo del Prado, del que fue su segundo director y el que más tiempo estuvo en el cargo, al menos hasta ahora, nada menos que 21 años, desde 1939 hasta 1960.

«Poca gente lo sabe y poca gente lo cuenta, pero mi abuelo tuvo un accidente en Pedrafita, una vez que venía para A Coruña, le volcó el coche y se le rompió la columna y perdió parte de la visión de un ojo, así que, muchas veces se critica la última etapa de su pintura, sin tener en cuenta en las condiciones en las que hacía esos cuadros, que era con mucho esfuerzo porque no estaba bien», explica su nieto Fernando. Para cuando se produjo el accidente le quedaban todavía, aproximadamente, treinta años de vida y muchos rostros que inmortalizar.

«Un día, tendría yo cinco o seis años, me dijo que me quería pintar y puso encima de la mesa una silla pequeñita para que me sentase y me quedase quieta. Nosotros sabíamos que había que estar quietos quietos quietos y esas cosas nosotros las cumplíamos», recuerda Maya Álvarez de Sotomayor.

«Muchas de sus grandes obras, como Comida de bodas en Bergantiños las pintó en una casa en Xornes, en Ponteceso, y hay en ellos, gente de la zona, porque él salía con el coche y les decía a los vecinos: ‘tú, conmigo’ y los pintaba... Hay gente que aún vive en la aldea y que te cuenta cómo convencía a los niños de que se estuviesen quietos a base de chocolates», recuerda Fernando, que reivindica no solo la figura de su abuelo como retratista y creador de escenas costumbristas, sino también como el padre que legó a sus hijas el amor por el arte.

Ellas pintaban «y lo hacían muy bien» pero «por ser mujeres» en la época en la que les tocó vivir, nunca recibieron el crédito que sus obras merecían. «Algún día habrá que hacer una exposición sobre ellas», dice Fernando.

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