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Entrevista | Héctor Abad Faciolince Escritor

«Nunca pensé que la muerte me estuviera respirando en la nuca»

Héctor Abad participó en 2023 en la feria del libro de Ucrania, donde sufrió un atentado ruso que dejó más de 60 heridos y 13 muertos. Una fue la escritora Victoria Amelina, a quien cambió el sitio antes del impacto del misil. La historia se esconde en las páginas de 'Ahora y en la hora' que presenta este martes en la Fundación Luis Seoane

Héctor Abad en la Fundación Luis Seoane

Héctor Abad en la Fundación Luis Seoane / Casteleiro

A Coruña

Dice en el libro que, tras el ataque ruso, se sintió asombrosamente vivo aunque ya no volvería a ser el mismo. ¿Cómo es ahora, dos años después de lo sucedido?

Es muy difícil saber en qué cambia uno, pero con una experiencia tan radical tienes como una visión de la vida muy diferente. Para empezar, tengo un sentido del peligro y del riesgo mucho más acentuado, de la fragilidad de la vida. Antes lo tenía, pero era como muy hipocondríaco de la fragilidad de la vida del cuerpo y ahora es la fragilidad de la vida como por eventos accidentales, por imprudencias, por actos poco meditados...Uno sabe que se va a morir, pero hay muchas formas de morirse y hay unas preferibles. Ninguna es muy buena, pero hay unas peores que otras. Perder la vida por muerte violenta es tal vez de lo peor que existe. Esa interrupción repentina, impensada, azarosa, sin despedirte de nadie, prácticamente sin darte cuenta de que te matan. Yo no quiero tener ese tipo de muerte.

Usted se cambió de sitio poco antes del atentado, lo que salvó su vida. Desde entonces, ¿le han hablado del destino, del azar o de algo divino?

Sí, digamos que en la mente humana hay esa tendencia a explicar los hechos y en esa tendencia hay como tres caminos distintos. Uno es el del destino, que está escrito, que el día de tu muerte está definido en una especie de libro que ya existe, y que ese día de tu muerte, si te toca, te toca, y si no te toca, pues no te tocaba. El otro es el de la providencia, el de seres incorpóreos que desde otro lugar te protegen, bien sean religiosos como Dios, dioses, ángeles, vírgenes o más animistas como en mi familia, los antepasados, la madre o el padre que te protege, o algún amuleto que yo no tengo. Esas son las dos explicaciones que prevalecen. Y luego está el azar, quizá en lo que yo más creo. Pero en el azar también hay algo de voluntad. Uno tiene que jugar para ganar o perder. Uno puede morirse en la tranquila A Coruña, incluso de un balazo, pero no es tan frecuente, pero si tú te vas a un sitio de guerra es más fácil que te maten de un balazo, de una bomba, con un dron, con un misil.

¿Nunca tuvo miedo a la hora de emprender ese viaje a Ucrania?

No exactamente. Yo no soy una persona arriesgada, ni soy una persona temeraria, ni valiente, en el libro lo digo muchas veces, pero en realidad no sentí miedo durante el viaje. La primera noche en Kiev hubo una alarma aérea y yo no bajé al refugio, me quedé con los ojos abiertos en la cama. Cuando hay un terremoto en Colombia, que son bastante frecuentes, yo tampoco soy de los que salen corriendo. Me quedo como con un interés de experimentar el movimiento de la tierra. No tengo ese tipo de miedo, y durante el viaje tampoco, aunque veía tanques, casas, hospitales y escuelas calcinadas, sentía horror, pero no sentía que el horror me iba a tocar directamente. Estuvimos en un sitio donde había caído una bomba recientemente y veíamos a la gente inspeccionando el lugar del impacto, pero nunca pensé que la muerte me estuviera respirando en la nuca

Según Leonardo Padura, la muerte escogió a uno y perdonó a otro, ya que en el lugar que estaba se sentó la escritora Victoria Amelina, que finalmente falleció por el ataque. ¿Eso le pesó?

Me ha pesado en el sentido de que yo era el más viejo de nuestra mesa, seguramente uno de los más viejos del restaurante. Me ha pesado porque Victoria tenía la misma edad de mi hija y me ha pesado por lo que me dolieron esas gemelas que mataron también. Me ha pesado pero no podría tener la hipocresía de decir «cambio mi destino por el de ellas». No, yo no lo cambiaría, es decir, yo estoy contento de haber sobrevivido, pero al mismo tiempo sí me siento culpable, no culpable de haber hecho nada malo, pero culpable de estar entre los vivos. Es raro. Estoy bien pero al mismo tiempo es una injusticia. La vida es muy extraña.

A Victoria apenas la conocía. ¿Cómo ha logrado acercarse a ella tras su muerte?

La conocí en la feria del libro de Kiev y ni siquiera fuimos muy cercanos durante el viaje. Conversamos un par de veces y le hice una entrevista. Las últimas palabras de Victoria me las dirigió a mí y yo a ella. Pero en realidad me volví amigo de ella después de su muerte, leyéndola, leyendo sus libros, leyendo ensayos, leyendo discursos, leyendo poemas, hablando con su padre, con su madrastra, con sus amigos... Se me convirtió en una obsesión. Yo siempre trato de ponerme en el lugar del otro y pensé que de haber sido yo el muerto y Victoria me viese morir, me hubiera gustado que una colega escritora me leyera, me conociera y escribiera algo sobre mí.

Usted habla de Ucrania en esta ocasión, pero hay otros lugares en situación de guerra. Uno se pregunta por qué tanta violencia. Al verla de cerca, ¿es difícil de gestionar?

Sí, yo creo que es duro para todos. La violencia colombiana —que no es de esta intensidad—, la violencia de Gaza, la violencia de Ucrania y como unas violencias tapan a las otras. Cuando ocurrió lo de Gaza, eso me afectó mucho, por un lado porque lo de Ucrania quedó sepultado, pero, por otro lado, porque esa terrible masacre y eso que algunos estudiosos ya definen como un genocidio me dolía y también me duele el desprestigio total de Israel, que es un país al que yo quise mucho.

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