La batalla para que ningún niño de A Coruña se quede sin oportunidades: "Falta de todo"
La población migrante con menos recursos se concentra en el Agra y Os Mallos, donde los institutos colaboran para lograr su integración

Calle Barcelona, en el barrio del Agra do Orzán. / Iago Lopez
La pobreza infantil y juvenil tiene dirección. De acuerdo con los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, el 43,1% de los menores de 18 años del Agra do Orzán vivían en hogares en riesgo de pobreza en 2023, mientras que en Os Mallos y Sagrada Familia se roza el 39,2%. Se trata, con mucha diferencia, de los barrios en los que el problema es más acuciante, y superan ampliamente la media de la ciudad, del 23%. Las ONGs y los sociólogos concuerdan en que en estos barrios se está concentrando la población migrante con menos recursos, y los economistas advierten de que la exclusión se perpetúa, y de que los niños que se crían sin recursos tienen menos oportunidades. Mientras los institutos de estos barrios desarrollan iniciativas para ayudar a sus alumnos, los vecinos reclaman más recursos para los barrios.
Estas zonas, de acuerdo con la Rede Galega contra a Pobreza, «han sido históricamente barrios obreros» donde se concentra la población menos pudiente. En el Agra hay «una gran densidad de población y con un porcentaje elevado de migrantes», con más dificultades de tener empleo legal y recursos. Con esta interpretación concuerda la socióloga Antía Pérez Caramés, profesora en la Universidade da Coruña, que indica que los vecinos con menos recursos se concentran en estas zonas debido a que «el precio de la vivienda es más económico».
Y los recursos no llegan. «Falta de todo», resume Flor Candeiro, presidenta de la asociación de vecinos Agra do Orzán, que considera que debería haber más recursos públicos para ayudar a las familias con menos recursos y apunta a que «quizá se podría habilitar algo» en el centro Ágora, próximo al barrio.
Para la presidenta de la plataforma vecinal de Os Mallos, Pili Neira, los datos encajan con su experiencia, pues el barrio tiene una «carencia económica» que hay que trabajar para paliar. Su asociación está pensando en colaborar con un colectivo de inmigrantes para estas Navidades y recoger comida o juguetes, pero advierte de que es necesaria una «apuesta en serio» para ayudar a la infancia. «Soy voluntaria desde hace ocho años en el centro penitenciario de Teixeiro, y tengo la sensación de que muchos no hubiesen llegado a eso si alguien hubiese mirado por ellos de pequeños», añade Neira. Y eso es lo que trata de hacer el personal docente de los centros educativos de estos barrios. «Colaboramos con distintas asociaciones y derivamos muchas veces a los niños a ella para que les den apoyo, desde refuerzos educativos a ayuda, información o terapias», explica Beatriz Requejo, directora del instituto Urbano Lugrís. Entre sus socios están la Fundación Amigo, que trabaja para dar oportunidades a jóvenes en riesgo de exclusión social, y la Unidad de Asesoramiento a las Migraciones municipal, con sede en el centro cívico de Os Mallos.
En el instituto Agra do Orzán hay numerosos alumnos de origen extranjero y «la diversidad es brutal», explica su director, Diego Taboada. Muchos de ellos llegan con «nivel muy bajo, un desfase curricular brutal», y, en algunos casos, sin hablar castellano. «Intentamos hacer desdobles y grupos de diversificación», señala Taboada, y han puesto en marcha un plan de integración, el proyecto Bandera, por el que el alumnado extranjero participa en grupos de trabajo para poner en valor aspectos de su cultural. Pero, pese a que el instituto ha recibido apoyo para reforzar la atención a través del programa Proa+, con fondos europeos, y este año, por primera vez, se les ha concedido un profesional de pedagogía terapéutica a tiempo completo, faltan recursos. «No nos concedieron un grupo de adquisición de lenguas, y una academia de inglés se ofreció para dar clases de español a alumnos sin recursos que no pueden pagarlas», pone como ejemplo, pero el voluntarismo no lo cubre todo.
Y, según ya adelantó este periódico, la brecha de renta entre los barrios más ricos y los más pobres está creciendo. El economista y profesor de la UDC Juan Ignacio Martín Legendre señala que «la segregación engendra mayores niveles de desigualdad» y las personas que viven en zonas empobrecidas «tienen difícil escapar de ahí». Los barrios desfavorecidos, señala, «tienden a tener peor calidad de servicios públicos», y sus habitantes, por norma general, «obtienen menos títulos académicos, lo que socava sus posibilidades de empleo y movilidad social».
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