Todo el mundo en su entorno más afectivo era sabedor de la afición de Gonzalo Torrente Ballester a la fotografía, una afición que se remonta a sus años de mocedad, pero el que más y el que menos creía que se trataba de un divertimento, una manera de pasar el tiempo del escritor de Serantes que, por cierto, acabó sus días prácticamente ciego. Sin embargo, uno de los descubrimientos que desde la Fundación que lleva su nombre se ha dado a conocer con motivo de la conmemoración del centenario de su nacimiento es que, para don Gonzalo, la fotografía no era un mero entretenimiento, sino un instrumento más que utilizaba para escribir.

Así lo confirman Miguel Ángel Fernández-Cid y Carmen Becerra, comisarios de la muestra Los mundos de Gonzalo Torrente Ballester que estos días se puede visitar en Santiago, uno de cuyos apartados temáticos está dedicado precisamente a divulgar esta faceta mediante material que nunca antes se había expuesto públicamente: "La investigación que hemos desarrollado -sostienen los comisarios-demuestra que la fotografía desempeñaba para él diferentes funciones, dejando al margen la más común de fichero para el recuerdo. Torrente Ballester no sólo fotografiaba su mapa emocional (imágenes de la torre de la Berenguela de la capital compostelana, de los solitarios y gélidos paisajes de Albany, de la ría de Ferrol o de las calles de Pontevedra) sino que, además, utilizaba la fotografía como herramienta de trabajo, de manera que algunas de las imágenes que su cámara registraba se encuentran después en sus ficciones trasladadas a palabras, envueltas por la semántica, transformadas por la retórica y la imaginación. Recuperadas y llevadas a una escala expositiva, estas fotografías dejan ver con claridad la personalidad de una mirada que sabe recrear la vida de una calle, una plaza, o detenerse en detalles en apariencia accesorios. Un lenguaje vulgar, casi descuidado, que lleva, sin embargo, hacia nuevos mundos, en sintonía con la técnica empleada en su escritura".

Para nadie pasará desapercibido, tras el visionado de la exposición, que Torrente no era un fotógrafo de gentes, sino de lugares, de sitios, de detalles que debían llamarle particularmente la atención. Uno de sus hijos, Álvaro, recuerda que su padre fotografiaba "lo que le hacía falta para escribir", de modo que si una historia precisaba balcones don Gonzalo se dedicaba una temporada a fotografiar balcones (de hecho, en esta colección hay una serie titulada Balcones), y si necesitaba iglesias, captaba iglesias, lo mismo que si el relato requería plazas, o esculturas, o escaparates... Marisa Torrente Malvido, hija de su primer matrimonio con Josefa, ha contado que su padre, a la hora de escribir sus novelas y en lo tocantes a la fotografía, se comportaba como una especie de director de cine localizando exteriores para su próxima película.

Paradójicamente, aunque fuese aficionado y mostrase muchísimo respeto a la fotografía, Torrente nunca llegó a decir en vida que ésta actuase como fuente de inspiración (algo que sí afirmó, en cambio, de la pintura) pues él no es que se inspirase en las imágenes sino que lo que hacía era, literalmente, traducirlas a palabras.

Seguramente en cada una de sus obras están presentes algunas de estas fotografías, pero si hubiera que destacar aquellas en las que la descripción fotográfica de Torrente Ballester resulta más patente y goza de un amplio protagonismo, Miguel Ángel Fernández Cid y Carmen Becerra destacan muy señaladamente la trilogía Los gozos y las sombras (dominada por los paisajes rurales, marinos y urbanos de Bueu y Pontevedra), La saga/fuga de JB (íntegramente por la capital de la provincia) y Fragmentos de Apocalipsis (ambientada en Compostela).