CRÍTICA

El agotamiento del genio

Julio Andrade Malde

En torno a los sesenta años, Brahms manifestó que su inventiva se hallaba agotada. Pero, de pronto, merced al excepcional talento de un virtuoso del clarinete, Richard Mühlfeld, se sintió cautivado por la sonoridad del instrumento y compuso -entre otras partituras- una obra colmada de fuerza y de indisimulada pasión: el Quinteto para clarinete y cuerdas. Tal vez nunca como aquí, en el segundo movimiento, haya confesado el compositor su arrebatado y reprimido impulso amoroso. La fuente de la inspiración no estaba en absoluto exhausta y a ello se añadía ahora la sabiduría de la madurez. También el Quinteto de Mozart es una partitura tardía dentro de su catálogo, aunque está escrita por un hombre todavía muy joven. Una y otra son obras maestras y ocupan un lugar de privilegio en el catálogo de sus autores. Ambas integraron el concierto de los Miembros de la Orquesta de Nueva York -la legendaria de Toscanini y tantos otros grandes-, que se completó con el asombroso cuarteto de Haydn, lleno de ingenio, de sorprendente originalidad.

Los cinco miembros de la New York Philharmonic ofrecen unas preciosas versiones, debido a su perfecta compenetración y a la belleza del sonido que se consigue mediante una perfecta regulación dinámica y una refinada articulación. En Haydn, se escucharon con nitidez las diferentes líneas; en Mozart, la trama entre madera y arcos logró un hermoso tejido sonoro. En Brahms, se alcanzaron los más bellos momentos del concierto; fue una versión magistral, impecable, y nuestro compatriota Forteza se lució en una partitura de especial dificultad. Los clamorosos aplausos de un público entusiasmado fueron correspondidos con una ejecución del Minuetto, tercer tiempo del Quinteto para clarinete y arcos en Si bemol mayor, J 182, de Webber.

Xacobeo Classics

Filarmónica de Nueva York

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