Desembarcó en el mundo de la novela después de pasar por el de la publicidad, mientras escribía columnas en la prensa de su ciudad natal y guiones de cine. Martin Suter (Zúrich, 1948) es hoy un novelista de éxito en Suiza, Alemania, Francia y España, donde sus novelas llenas de misterio y de complejas y originales tramas se han convertido en superventas, pero también han obtenido el elogio de los críticos. Este año han aparecido en España dos nuevos títulos, El último Weynfeldt (Anagrama) y El cocinero (Lumen).

-Casi una decena de novelas con buenas críticas y buenas ventas. ¿Cuál es el secreto?

-A la gente le gusta que le cuenten historias y yo trato de escribir siempre algo que a mí también me gustaría leer. Tengo la suerte de poseer un gusto parecido al que tiene la gente que suele leer novelas. Pienso que este debe de ser el secreto.

-En su caso la calidad de la escritura no está reñida con el éxito, algo que no suele ocurrir muy a menudo...

-No puedo explicarme el éxito de muchas novelas que no están bien escritas. Tal vez lo que atraiga al lector en esos casos sea un gran tema. Pero yo no puedo esperar a tener tanta suerte y dar con un gran tema cada vez, así que estoy obligado a seguir esta regla tan simple que dice que una buena novela es una buena historia bien contada.

-En su última novela traducida al castellano, El cocinero, la gastronomía y el amor van unidos como una buena metáfora.

-Sí, una buena metáfora, aunque normalmente yo no busco metáforas. No busco que mis historias vayan más lejos, aunque si esto ocurre, mucho mejor, claro. No pretendo enseñar o enviar mensajes a la sociedad. Lo que me gusta es organizar y contar historias que atrapen al lector. Si uno cuenta historias realistas, es más fácil que la fantasía crezca y se desarrolle también hasta hacerse mucho más creíble. Cuento historias de la vida de hoy, así que es fácil que a veces puedan darse interpretaciones diversas. Mi intención como escritor es secuestrar al lector durante unas horas o días y hacer de él un miembro inútil de la sociedad..., es decir, alguien que no duerme de noche o que no piensa en su trabajo durante ese tiempo que dura la lectura.

-Quizás el gran interés que existe en los últimos años en España por la cocina de vanguardia ha ayudado también al éxito de esta novela que tiene a la cocina oriental ayurvédica como protagonista.

-Puede ser, porque de hecho el libro en parte también se ha inspirado en ello, en esta cocina de vanguardia española. La cocina ayurvédica, que es de la que trata el libro, no es molecular, claro, es una cocina tradicional oriental, pero a mí se me ocurrió que lo fuera en esta novela. Primero fue la idea. Buscaba para la novela una cocina erótica, afrodisiaca, y la encontré en la medicina ayurvédica. Empecé a investigar sobre esta cuestión y luego dispuse que se cocinara de una manera diferente: así introduje la manera molecular. Por cierto que ahora tengo una máquina formidable, que se fabrica en Suiza, y que sus fabricantes me han regalado después de leer la novela.

-¿Ha acabado aficionándose a este tipo de cocina?

-He cocinado una sola vez este menú erótico, en mi casa de Ibiza precisamente, para un grupo de periodistas holandeses que vinieron para entrevistarme con motivo de la traducción de la novela al neerlandés. Fue un experimento divertido, pero no muy afrodisiaco, la verdad.

-Otro tema importante de esta novela es la identidad.

-Mis primeras tres novelas ya trataban este tema de la identidad. Se trata de un recurso muy clásico de la dramaturgia: el personaje principal cambia durante la historia, termina siendo una persona diferente a como era al principio. Me gusta explorar este recurso.

-Y la identidad que cambia está presente en El último Weynfeldt, que también ha sido traducida al castellano este año. Por cierto que la crítica, una vez más, hablando sobre esta novela, ha dicho de usted que es un escritor de 'novela negra', comparándolo con Simenon o Patricia Highsmith.

-No me molesta, aunque no creo que sea tan fácil como esto. Escribo novelas con misterio, eso sí, con suspense. Pero la 'novela negra' es una categoría que en Alemania o en Suiza, por ejemplo, no existe. Ahora bien, que me comparen con Simenon o Patricia Highsmith sí me gusta, claro, aunque ellos tampoco escribían solamente el género policiaco o negro, hacían algo más, algo que englobaríamos, de un modo muy general, en las novelas de misterio.

-Pero el caso es que ha iniciado hace poco también un serie ya estrictamente de carácter policiaco.

-Sí, llevo dos novelas, no muy largas, claramente de género policiaco, con un inspector muy peculiar que se ocupa de resolver los casos. Muy pronto se traducirán también al castellano.

-El mundo del arte y sus trampas forma parte del trasfondo de El último Weynfeldt.

-Conozco muchos artistas y grupos de artistas que se reúnen, no tanto el mundo de las grandes subastas. Pero el tema de la falsificación siempre me ha fascinado. De todas formas, mi manera de escribir consiste en buscar historias, no temas. Los temas llegan después y acaban fascinándome también, como me ha ocurrido con la cocina ayurvédica. Antes de empezar a escribir El cocinero me preguntaba: ¿qué pasaría con alguien que tiene un talento que le permite manipular a la gente y luego este talento es utilizado por mala gente? En El último Weynfeldt la pregunta inicial era: ¿qué pasaría con un hombre al que extorsionan pero no tiene mucho que perder con esta extorsión y acaba ayudando a los demás? A partir de preguntas como estas voy encontrando los personajes y los temas de fondo. Al principio había decidido que Weynfeldt fuera un abogado, pero después se me ocurrió que fuera un hombre del mundo del arte, un coleccionista, lo que permitía que el escenario cambiara mucho y también los personajes que lo acompañan en la historia.

-Un recurso habitual en sus novelas es la fusión de lo extraño y lo cotidiano. En El diablo de Milán se trata un tema tan extraño como la sinestesia y otro desgraciadamente tan cotidiano como la violencia de género.

-Lo raro y lo cotidiano, sí. Hace muchos años me impresionó mucho una cosa que dijo un crítico americano: el realismo hace posible lo imposible. De manera que las cosas extrañas o fantásticas, en un contexto realista y cotidiano, se hacen posibles. Esto me gusta para mis historias. Para vender una mentira hay que embalarla en diez verdades.

-En Lila, Lila, la primera de sus novelas traducidas al castellano, el falsificador es un chico que finge haber escrito un manuscrito que se ha encontrado. Todo para conseguir ser amado por la chica que quiere.

-Bueno, lograr impresionar con cualquier cosa puede ayudar, desde luego, al menos llamar la atención, aunque se consiga o no al final el amor. A este personaje, que encuentra un manuscrito y dice que es suyo, lo que le ocurre es que después ya no consigue salir del embrollo y crea situaciones comprometidas y extrañas para su propia vida, pues en realidad él es incapaz de escribir nada.

-¿Le ha gustado la versión cinematográfica de Lila, Lila?

-Sí, me ha gustado la versión. La han convertido solo en una comedia romántica, es cierto, pero comprendo que también era posible hacerlo de esta manera.

-¿Hay otros proyectos nuevos de llevar al cine sus novelas?

-El amigo perfecto fue la primera de mis novelas que se llevó al cine. Se han hecho luego otras, como la de Lila, Lila, y ahora las televisiones alemana y suiza han emitido una versión de El último Weynfeldt y otra de El diablo de Milán. No intervengo en los guiones de cine o televisión de mis novelas. Cuando acabo una historia ya no me gusta continuar con ella. Una novela es un producto terminado y un guion, uno crudo. Me resulta difícil pasar de uno al otro. Prefiero que sean otros los que trabajen en el proyecto.

-Pero sí que continúa trabajando como guionista de cine, aunque no de sus propias novelas.

-Sí, el año pasado apareció, por ejemplo, la película La desaparición de Julia, que tuvo mucho éxito y era mío el guion. Ahora están terminando otra película con un guion mío que se llama algo que prodríamos traducir como Bulla nocturna.... Se trata de un thriller.

-Entre la novela y el guion de cine debe de haber un salto creativo muy importante.

-Es muy diferente. Aunque yo empecé haciendo guiones antes que novelas, y todavía me gusta escribir novelas organizadas por escenas... Ahora bien, una novela es mucho más completa, puedes crear personajes mucho más complejos, entrar en sus pensamientos, y en un guion todo esto es más difícil y hay menos libertad. En una novela eres un dios; en un guion interviene mucha más gente y, además, hay que tener en cuenta muchos factores distintos.