Adaptada al cine en un sinfín de ocasiones, la obra de las escritoras románticas británicas Emily y Charlotte Brontë no había paseado todavía por la gran pantalla en este siglo XXI, hecho que subsanan ahora casi a la vez Jane Eyre, de Cary Joji Fukunaga, y Cumbres borrascosas, de Andrea Arnold.

¿Por qué ha tardado tanto el público en necesitar de nuevo el fatalismo romántico creado por estas dos hermanas de Yorkshire (Reino Unido), fallecidas a temprana edad de tuberculosis y que comparten la peculiaridad de tener una escueta pero definitiva trayectoria como novelistas culminada en el mismo año, 1847, con sendas obras maestras?

Charlotte Brontë (1816-1855) escribió entonces Jane Eyre, un profundo desglose de la inmovilidad amorosa que asuela a la mujer que da título a la novela, hecha a sí misma en un orfanato inglés, empleada como institutriz y enamorada de un aristócrata de airado carácter pero innata nobleza, atormentado a su vez por un terrible secreto que reverbera en la lujosa mansión de Thornfield.

Sin haber llegado a tener una traslación memorable entre las 18 realizadas hasta la fecha, la Jane Eyre más recordada del cine la dirigió Robert Stevenson con Joan Fontaine y Orson Welles en 1944, pero los cines no presenciaban su tormentoso amor entre Jane y Rochester desde la versión de Franco Zeffirelli en 1996 con Charlotte Gainsbourg y William Hurt.

Para justificar esta vuelta a las pantallas de este amor obstaculizado por los corsés de clase y género de la Inglaterra del XIX, Cary Joji Fukunaga, tras abordar la violencia de las maras salvadoreñas en Sin nombre, da un giro radical hacia el clasicismo absoluto y la exquisitez visual. Su apuesta es la de la fidelidad al texto original, desempolvando la profundidad y la vigencia de unos diálogos a menudo aligerados o dulcificados en otras adaptaciones -entre Stevenson y Zeffirelli figuran el griego Yorgos Lois, el hongkonés Chun Yenn o, el director de cine mudo Theodore Marston- así como la de oponer a dos actores emergentes: Mia Wasikowska y Michael Fassbender. Su Jane Eyre, ya en las pantallas españolas, es esta vez más trágica que romántica y respeta la vocación indudablemente adulta del material original, reflexionando con un desgarro sutil sobre la trabada libertad emocional de una mujer acostumbrada al desamparo.

Si bien Charlotte Brontë tuvo una carrera breve, su hermana Emily (1818-1848) directamente solo publicó una obra, Cumbres borrascosas, destinada a marcar la literatura británica tanto por la complejidad de su estructura -inspirada en las matrioskas rusas- como por su acercamiento nada folletinesco al melodrama puro. La historia de amor entre Catherine Earnshaw y su hermano adoptivo, Heathcliff, publicada por Brontë bajo el seudónimo de Ellis Bell, también estaba enmarcada en un caserón -esta vez Lockwood- y, esta sí, se tradujo en un clásico del cine gracias al maestro del melodrama William Wyler, quien contó con Merle Oberon y Laurence Olivier como protagonistas. Nueve adaptaciones más tarde -entre ellas las de Luis Buñuel y Jacques Rivette-, y después de que nadie se atreviera en cine a recuperar este legendario romance desde que Ralph Fiennes y Juliette Binoche lo hicieran con más bien poca fortuna en 1992, Andrea Arnold, niña mimada del Festival de Cannes con sus filmes Red Road y Fish Tank, se puso manos a la obra.

Cumbres borrascosas, que llegará a los cines españoles en 2012, tras pasar por la Seminci de Valladolid, se estrenó en la Mostra de Venecia, donde recibió excelentes críticas. La aproximación de Arnold rompe con lo previsible desde el momento en el que Heathcliff está interpretado por el actor negro James Howson, pero también por un tratamiento poderoso de la naturaleza como elemento dramático.