-¿Cómo se lleva el ser definido como uno de los escritores españoles más personales?

-Quizás se deba a que en mis novelas abordo asuntos no habituales, pero creo que también se tiene en cuenta mi modo de escritura digamos que diferente. En cuanto a la temática, me gustan los personajes marginados culturales que manifiestan una actitud más libre de lo habitual. En la escritura supongo que ha influido mi trabajo de traductor que llevo a cabo desde hace varias glaciaciones. Y, claro, con la traducción adoptas algunas expresiones distintas. Como también reconozco que con los años detesto absolutamente otras.

-¿Por ejemplo?

-'Empero' es una de esas palabras que cuando la encuentro paro de leer. Pero es como aquella frase que dice: 'el pueblo unido jamás será vencido'. Cuando la oigo pienso: daos por machacados.

-En literatura, como en la vida, ¿le gusta el riesgo?

-Es que no tengo la sensación de haber vivido con riesgo. Lo del riesgo jode, y eso de vivir peligrosamente suena a fascista. Claro que me he jugado la vida con el tema de las drogas hasta el punto de sentirme envenenado, pero eso de morir pronto y dejar un bonito cadáver no va conmigo. En los años en la facultad, cuando vivía con Antonio Escohotado, nuestros amigos rojos nos llamaban reaccionarios y drogadictos, pero yo ahora tengo la sensación de que me lo pasé muy bien a pesar del horror cotidiano de aquella España. Mira, por ejemplo tengo un grato recuerdo de los desfiles de la victoria que Franco hacía en Madrid, porque los legionarios venían con los bombos llenos de grifa y nos la vendían a las puertas del cuartel.

-¿Cómo se queda el cuerpo después de poner en voz en español a autores que admira como Kerouac, Burroughs o Ginsberg?

-Para mí el tema de la traducción es algo muy gozoso. Es como cuando acabas de escribir un texto y llega el momento de la corrección. No tienes que preocuparte de lo que viene después con los personajes. Pues la traducción es eso. A veces tienes que leerte y traducir best sellers, que pagan muy bien y sueles hacerlo muy rápido, y otras veces te das cuenta que has traducido obras que siguen siendo un mito hoy, como el caso de los escritores de la generación beat. Los amigos de mi hija alucinaban cuando veían una foto mía con Allen Gisnberg.

-¿Son malos los premios literarios para un escritor situado en el lado oscuro?

-Pues no lo sé, porque mi primera novela, de 1973, fue premio de la Nueva Crítica y después he tenido la suerte de recibir muchos más premios. La verdad es que los premios se agradecen, lo que pasa es que estamos en un mundo de vanidades, y los escritores en general son muy vanidosos. Luis Mateo Díez, presidente del jurado que me dio el Villa de Madrid, me recuerda que lo primero que le dije cuando me llamó para comunicármelo fue: '¿y cuánto dan?'. En realidad me considero como un músico de jazz, que nunca llenan estadios pero pueden llegar a tener cierto prestigio en su mundo.

-¿Qué recuerdos tiene de su paso por Mallorca y de Papeles de Son Armadans, de Cela?

-Con Cela trabajaba mi amigo de la infancia Fernando Corugedo. Y pasé largas épocas en Palma en su casa de Génova. De aquella época guardo grandes recuerdos de grandes amigos, como David Miró, nieto de Joan Miró. Por cierto, yo tengo un miró colgado en casa. Un día que no estaba su abuelo entramos en el estudio y había un montón de papeles rotos tirados. Yo le dije a David que no me podía resistir a coger un trozo, y él solo me advirtió: 'que no lo vea mi abuela'. Ahora tengo la sensación de que todo ha cambiado en Palma, y me guío por lo que cuenta Llopito (el escritor José Carlos Llop). De aquellos años me quedo también con las fiestas en la casa de Tony Kerrigan (traductor de Borges, Unamuno, Cela, Ortega y Gasset), donde conocí a Mompó (pintor). Allí podía pasar de todo, como ver cantar ópera cabeza abajo al presidente del Reader's Digest.

-Cuentan que usted descubrió que sabía inglés tras un viaje de ácido.

-Pues no sabía que esto se había publicado, pero es así. Hombre, algo de inglés sabía, pero tras el viaje con ácido es cierto que sentí mayor soltura. Y decidí dedicarme a la traducción. A veces tengo dudas si lo que cambió mi vida fue el ácido o el hecho de tener 21 años. En otra ocasión un viaje me permitió comprender la cuadratura del círculo. Lo que tengo claro es que los ácidos no sientan bien para la creación. Porque aunque se hayan escrito grandes poemas sobre la muerte de la amada, a nadie se le ocurrió escribirlos mientras la mujer se estaba muriendo. De toda experiencia queda un sedimento, pero la creatividad viene después. Lo que sí produce energía son las anfetaminas, por ejemplo. Todos los jueces que condenan el consumo de drogas se han sacado las oposiciones tomando anfetaminas.

-Tras escribir dos libros sobre Bob Dylan, ¿uno piensa que lo sabe todo del cantante o piensa que nadie sabe nada?

-Dylan es un personaje inventado, pero lo hace todo tan bien que nos lo creemos. A mí también me sucede a veces que hago mías anécdotas de otros. Y es que si las cuentas en primera persona cobran mayor interés. Esto ha hecho siempre Dylan. Es un gran poeta cuando canta, pero leído no. Sus letras tienen sentido en las canciones.

-¿Le deberían dar el Nobel?

-Que se lo den, qué más da. Si se lo dan a cada idiota... Es como el premio Príncipe de Asturias, realmente se lo dan a sí mismos, para hacerse famosos. Yo no tengo nada contra Cohen, pero es un pesado que hace tiempo que no escribe nada.

-¿Son comparables los movimientos 15-M y el mayo del 68?

-El 15-M me parece algo estupendo, aunque yo he estado en concentraciones que nadie podía oír ni entender nada de nada. Y cuando hice un canuto me pidieron por favor que no me lo fumara para no perjudicar la imagen del movimiento. Pero creo que esta protesta es la única postura posible ante la barbaridad que vivimos. Es lo único sensato o insensato que podemos hacer. Han ganado los malos y tiene pinta de que es para siempre. Todos sabemos que el dinero no tiene moral, pues han ganado los inmorales.

-Los gurús económicos dicen que no hay futuro, como los punks.

-La novela en la que estoy trabajando se centra precisamente en los años comprendidos entre los dos no futuros: del The End de los Doors al No Future de Sex Pistols. De 1967 a 1977. Y este trabajo me tiene tan ocupado que me evita estar pendiente de lo que hace Soraya (Sáenz de Santamaría) o de otras cosas nauseabundas de la actualidad. La verdad es que siempre me había ilusionado asistir al gran cataclismo, porque uno siempre quiere que el mundo se acabe con él. Pero por lo que veo es que el mundo se va acabar antes que yo. Como decía Leopoldo Panero: quiero ver el cataclismo en butaca de primera fila.