Un niño italoamericano de nueve años sale de excursión con su familia un lluvioso día de verano. El niño se siente mal y sufre una repentina inmovilidad. Poliomielitis. La enfermedad paraliza parte de su cuerpo, le deja el brazo izquierdo inútil y le obliga a un reposo casi total en su casa del barrio neoyorquino de Queens. El niño se llama Francis Ford Coppola (Detroit, EEUU, 1939) y, como muchos otros artistas, en el confinamiento por la enfermedad está el embrión de su carrera posterior. Es lo que opina el periodista Miguel López, autor de la última biografía en español sobre el creador de un puñado de clásicos del cine, como El padrino y Apocalypse Now.

La infancia enfermiza "deja una huella imborrable en su carácter", explica. "La polio le convierte en obligado espectador de televisión y dedica horas a jugar con marionetas, proyectores, cámaras y magnetófonos. Probablemente de ahí parte la obsesión por poseer su propio estudio de producción, en defensa de su inexpugnable universo creativo interior", razona López, para quien Coppola "siempre buscará la sombra de esa infancia que la enfermedad le arrebató".

Libertad y familia, dos claves para entender a Coppola. El libro de López lleva por título Los Coppola, una familia de cine, buscando ese juego de palabras con su origen italiano, la autoría de la saga sobre la mafia más famosa de la historia del cine y la importancia de la familia en su devenir. Hijo de músico y de actriz, nieto de un pianista de Caruso, tío de actor famoso (Nicolas Cage) y padre de una directora de cine consolidada (Sofia), la familia es "un asunto nuclear en la vida y obra de Francis. No se entiende casi ninguna de sus películas sin esa dimensión familiar". Y en una forma de familia extensa artística podrían entrar algunos de los actores con los que ha trabajado, como Al Pacino o Matt Dillon.

Este, descubierto por él para el cine junto al brat-pack de Rebeldes (Rob Lowe, Ralph Macchio y Tom Cruise, entre ellos).

"Los actores son parte de los Coppola, nunca unos súbditos bajo su yugo", asegura Miguel López. Claro que ello no quita que el director sea fiel a sus principios, por encima de cualquier intérprete. Que se lo digan a Harvey Keitel, llamado a ser el capitán Willard de Apocaypse Now. El 20 de marzo de 1976 arranca el rodaje en Filipinas, se ruedan los primeros metros de celuloide y el director los envía a positivar a Roma. La espera dura diez días, Coppola estudia los primeros montajes en bruto y no le tiembla el pulso: despide a Keitel porque su Willard es "demasiado febril" y él persigue un carácter introspectivo y observador. Martin Sheen se lo dará (a costa de un infarto, también).

Coppola no es solo un mito andante del cine por decisiones como la que López recuerda. Su nombre también figura en mayúsculas en los anales de los fracasos cinematográficos. El déficit económico por Corazonada, es sabido, marcó un récord mundial y le obligó a un periodo de encargos. Pero todo eso es pasado, incluso El padrino, de la que si no reniega, sí la mira con distancia y cierto desdén, culpándola de desviarlo de su vocación de realizar un cine personal.

Miguel López no tiene dudas cuando se le pregunta por la mejor película de Francis Dord Coppola: Apocalypse Now. "Creo que es su gran obra maestra", afirma convencido el periodista. Aquel rodaje es ya, dice, "una de las más extremas epopeyas de la historia del cine". ¿La peor? "Me deja bastante frío Jardines de piedra, está muy centrada en las liturgias castrenses y en el lenguaje corporal de los militares", concluye.