-¿Siempre hay un lobo en nuestras vidas?

-Siempre. Y lo que más miedo da es que al final el malo seamos nosotros.

-Pues usted no da el papel de Caperucita.

-Yo soy más lobo, porque inocente y en un campo de florecitas, pues no. En este país tan raro me llaman joven autor, pero ya soy casi un cincuentón, edad a la que Cervantes empezó el Quijote y a la que ya no se puede ser ingenuo.

-¿Y ya sabe al menos qué es actuar como un hombre, como su protagonista?

-Ni idea. Pero si sé que en algún momento hay que ser serio, que no puedes engañarte ni engañar a los demás y hacerte responsable de tus actos. Unamuno decía que el objetivo de la vida era hacerse un alma y me parece que hay gente que muere sin la sombra de un alma en su cuerpo. A mí me gustaría llegar a una cierta edad con una más o menos hecha.

-¿El problema de la literatura actual es más la falta de alma o de originalidad?

-El problema de la literatura española es más bien el exceso de originalidad, que es un defecto muy grande. No hay nada más adocenado que intentar ser original. Si alguien tiene impulsos creativos que se compre una caja de ceras y no nos dé la tabarra con novelas. No me interesa leer nada en lo que el autor se expresa a sí mismo, quiero que trate de mí, y la mayor parte de la literatura contemporánea es un poco juvenil en ese sentido: trata del que la escribe.

-¿Por qué no nos apartamos de quien nos hace daño? ¿Tan nocivo es el amor?

-Sí, porque ¿con qué armas te vas a defender de alguien que te hace daño porque te quiere? No hay defensa, es como hacerlo con un cristal, con el que también te cortas tú. No hay arma contra el cariño.

-¿No hay amor sin sometimiento?

-No hay amor sin lucha de poder. En todas las parejas hay una lucha sin cuartel.

-¿A usted la literatura le ha costado muchos matrimonios?

-Matrimonios, no; novias, sí, porque no estás siempre disponible si escribes novelas, que te vuelven un poco huraño. Matrimonios solo he tenido dos y el primero me lo cargué yo solo, no voy a culpar a la literatura.

-"Un banco es como una pistola. No, es mejor, porque se consigue más exponiendo menos". Lo dice un personaje. ¿Vale para estos momentos?

-Es como la cita de Brecht de que no hay diferencia entre atracar un banco y fundarlo. Para robar es mejor un banco que una pistola; el que no llega ha de buscarse una navaja, pero corre más riesgos.

-¿Sobran manifiestos de intelectuales?

-Sobran. Yo he firmado algunos sin saberlo (ríe). Se firman para sentirte bien contigo y ganar protagonismo, pero sería mejor robar supermercados, como Gordillo, o hacer huelga en serio. Supongo que hay una cierta ejemplaridad.

-¿Pero cree en el compromiso del intelectual o no?

-Totalmente. Lo está quiera o no. No he visto intelectuales más militantes que Philip Roth o Jonathan Franzen, solo que militan en la derecha más reaccionaria norteamericana. Todas sus novelas son un canto a la libertad individual. La gente piensa que eso es simplemente literatura, pero no. Y puestos a ser militantes, yo prefiero serlo sabiéndolo, aunque la ideología dominante parezca transparente. La literatura es entretenimiento, pero es un juego muy serio que trata de la vida y no se puede no tomar partido.

-¿No le dolerá entonces que Roth deje de escribir?

-Ya era hora (ríe). Es un buen escritor, pero se repite. Que no tenía mucho más que decir saltaba a la vista hace veinte años. Ahora los escritores convocan una rueda de prensa cada vez que se tiran un pedo. No hace falta que salgan en los periódicos anunciando que dejan de escribir. También Marías había dejado la novela... A nadie le importa, pero es el culto a la personalidad en el que vivimos...

-¿Está como su Carmen, en esa edad en que los días duran demasiado?

-Sí. Los días son muy largos y los años muy cortos. A punto de cumplir 50 ya ves que vas a vivir menos de lo que has vivido y a mí me sabe a poco. Por mucho que nos importe la crisis o el bosón de Higgs, el verdadero tema de nuestras preocupaciones y del arte es la vida diaria, mucho más enigmática que cualquier descubrimiento científico o la economía.