Pues resulta, miren por dónde, que la Holly Golightly de Desayuno en Tiffany's no era morena como la Audrey Hepburn de Desayuno con diamantes sino rubia, con "franjas leonadas, mechas de rubio albino y rubio amarillo".

Truman Capote (1924-1984), que murió dejando inacabada la que debía ser su gran y definitiva novela, fue autor de dos hitos del siglo XX: A sangre fría (1965), uno de los sillares fundacionales del llamado Nuevo Periodismo, y este Desayuno en Tiffany´s (1958), vuelto pasto de mitómanos por la cinta de Blake Edwards protagonizada por Hepburn.

A decir verdad, la novela, de apenas un centenar de páginas, no necesita celuloide para atravesar los tiempos sin arrugas. Capote era genial, irregular, insoportable, diletante y arribista, pero cuando daba en la diana temblaba el orbe. La joven buscavidas texana de 19 años a la que llama Holly, y que tanto tiene de él y de lo que a él le hubiera gustado ser, ha quedado como uno de los más acabados ejemplos de desprejuiciada y atrevida inocencia. Libre de ataduras y disparada hacia su indescifrable destino desde un Manhattan alucinado en el que resuenan los ecos de una guerra librada en otros continentes.

Las ilustraciones de la canadiense Karen Klassen, en un justo equilibrio entre copiar la película e ignorarla, convierten esta edición en la mejor escalera desde la que escuchar a Holly tocar la guitarra de amanecida