Bob, a estas alturas no deberías perder el tiempo buscando excusas que no se cree nadie para no asistir el día 10 de diciembre a la entrega de los premios Nobel. En serio: no tiene gracia. Cuando dejaste plantados a los premios Príncipe de Asturias tenías una razón de peso: un concierto. Vale, no era algo que no se pudiera modificar porque tenías tiempo de sobra para cambiar el calendario pero la música siempre es un buen motivo tras el que escudarse. O esconderse.

Ahora alegas, por carta formal, que tienes otros compromisos. Compromisos que no existían cuando te pusiste en contacto con la Academia Sueca para aceptar el galardón y decirles que estabas muy honrado. Como no sabemos qué compromisos te han podido salir después que superen la importancia de un Nobel no queda más remedio que barruntar que es una excusa improvisada, como cuando le dices a un amigo que tienes cita con el dentista el día que se organiza una quedada con antiguos compañeros del colegio a los que no quieres volver a ver ni en pintura.

Eres Bob Dylan, ¿recuerdas? A nadie le sorprendería que dieras las gracias por acordarse de tus letras y a continuación añadieras que detestas ese tipo de eventos, que no estás cómodo, que odias rodearte de aristócratas y figurones de la política, que no es tu rollo, que te sentirías como un pulpo en un garaje lleno de Rolls Royce. Que gracias pero prefieres quedarte en casa componiendo o rascándote la barriga. Que estás un poco harto de leer poesía barata sobre tu poesía, que te repatea que te llamen juglar y otras tonterías, que te gusta cantar, y pare usted de contar. Un no, gracias, pero preferiría no hacerlo, como Bartleby, el escribiente. Que no tienes compromisos que te impidan ir. Simplemente que Bob Dylan no se creó para esos saraos. ¿Tan difícil era ser Dylan una vez más, Bob?