El estreno la pasada semana del documental Oasis: Supersonic ha devuelto a la actualidad al grupo que dominó el panorama pop en la Inglaterra de los 90. La cinta, dirigida por Mat Whitecross, repasa el ascenso de la banda desde sus primeros ensayos hasta el punto álgido de su trayectoria, dos recitales celebrados en Knebworth para el que recibieron más de dos millones y medio de peticiones para adquirir entradas. La película empieza y termina en esos conciertos, con 250.000 personas eufóricas coreando unas canciones convertidas ya en himnos.

Al ser Liam y Noel Gallagher -cantante y guitarrista del grupo, respectivamente- sus productores, la película adolece de un cierto tufo hagiográfico. No evita sus sonadas peleas, pero se centra en las virtudes que les llevaron a marcar una era. Refleja sin rodeos los humildes orígenes de la familia y la situación extrema de maltrato paterno que sufrieron. Pero el principal error de un filme con muchos aciertos es la nula contextualización política y social de su época.

No eran estas cuestiones secundarias, porque el triunfo de Oasis fue una de las últimas victorias de la clase obrera en la Gran Bretaña postTatcher. Muchos de los iconos del rock británico, desde los Beatles a Stone Roses, pasando por Led Zeppelin, TheSmiths, The Jam y otros grandes referentes de los hermanos Gallagher, como los Sex Pistols y Slade, hundían sus orígenes en familias trabajadoras. Pero como bien apunta el politólogo y periodista Owen Jones en su libro Chavs. La demonización de la clase obrera (2011), los de Manchester fueron los últimos exponentes proletarios en dominar las listas, con algunas excepciones posteriores como el rapero Mike Skinner. Tanto muchos de sus contemporáneos como las bandas punteras del post brit pop -Coldplay, Muse, Keane, Kaiser Chiefs y Travis-, tenían unos orígenes de clase media tan aburridos como su música.

Pero el éxito de los Gallagher fue totalmente transversal en sus islas. Arrasaban tanto entre los chicos que, como ellos, crecieron en casas de protección oficial como entre alumnos de colegios privados. Su explosión coincidió con una época en la que la mayoría de la población deseaba un cambio tras los años de plomo de sucesivos gobiernos tories. Esa sensación de euforia era exactamente lo que ofrecía Oasis. Estaban en el momento justo y en el lugar ideal. Y tenían la ambición y las ganas de juerga necesarias para ser la voz de su generación y no morir en el intento.

Exactamente ese mismo anhelo era el producto que pretendía vender un grupo de políticos del casi hundido Partido Laborista de Gran Bretaña. Derrotados más por un endémico desencanto de sus simpatizantes que por un apoyo mayoritario a la Dama de Hierro y su apéndice John Major, el joven Tony Blair planeó su particular asalto al poder dándole al partido un nuevo sello ideológico. Llamó a su invento Nuevo Laborismo. Quería ofrecerle a Gran Bretaña un cambio radical,que terminaría con los padecimientos de las clases populares y reforzaría la cada vez más precaria middleclass. Prometía reparar los destrozos que Maggie perpetró en el tejido social. Iba a por todas, igual que Noel Gallagher cuando asegura en Oasis: Supersonic que, si no terminaba los 90 con la cabeza de Phil Collins en su nevera, habría fracasado.

Tony y Noel tenían orígenes muy diferentes. El primero, escocés de clase alta y familia conservadora, educado en los mejores colegios privados. El segundo, de Manchester, pura clase trabajadora, hijo de inmigrantes irlandeses, que se tuvo que buscar la vida desde muy joven. Ambos eran inteligentes y ambiciosos, y sus destinos terminarían cruzados. Apenas un mes después de la apoteosis de Oasis en Knebworth, en agosto de 1996, el Partido Laborista celebró el congreso en el que Blair logró imponer su Tercera Vía como llave maestra para volver a Downing Street.

Pero tanto esos conciertos como el congreso quedaban muy lejanos en 1992. Ese año Oasis preparaban otra conquista, armados con un arsenal de temas que pronto calarían en la conciencia colectiva británica. Unas canciones que brillan básicamente por su sencillez. Como compositor, Noel utilizaba unas progresiones de acordes muy básicas, completadas con una capacidad sobrenatural para las melodías. Aprendió de los Beatles que esa era la clave para construir un éxito, clavarlo en el cerebro del oyente y que lo pudiese corear a voz en grito en el pub, con un puño en alto y una pinta en la otra mano. Pero también tomó buena nota de las furiosas líneas de bajo de Glen Matlock para los Sex Pistols. "Grabé diez discos, y ni siquiera se acercan al nivel del Never Mind The Bollocks de los Pistols -aseguró en una entrevista reciente-. Y sabéis que soy un cabrón arrogante. Pero daría todos mis álbumes por haber grabado ese".

Solo con grandes melodías se pueden construir canciones exitosas, pero no himnos. La otra pata de los clásicos de Gallagher son unas letras que transforman lo cotidiano en épico, a lo que contribuía un sonido contundente, barroco y grandilocuente. Además, al igual que sus adorados Sex Pistols, se convirtieron de paso en los enemigos públicos número uno. La película relata la salvaje persecución a la que sometieron los tabloides a ambos hermanos, sumidos esos periódicos en su sempiterno intento de ridiculizar a las personas de clase obrera que se atrevían a triunfar y, a la vez, presumir de sus orígenes. Aunque también es verdad que ellos no hacían gran cosa por evitar meterse en líos.

Estaba claro que propuesta de Oasis era todo menos rupturista. Por el contrario, la Tercera Vía de Blair planteaba un punto y aparte con el pasado del Partido Laborista. Noel escuchaba con reverencia y se dejaba influir -a veces demasiado descaradamente- por Lennon y McCartney, The Who, Johnny Marr y los bombazos hooligan de Slade. Tony Blair, sin embargo, alejó su discurso de la izquierda tradicional, las conquistas sociales de gobiernos progresistas pretéritos y el espíritu de lucha de los sindicatos derrotados por Tatcher en los 80. Dos estrategias opuestas pero igual de eficaces.

Los hermanos Gallagher, al igual que la mayoría de sus seguidores, creyeron en Blair. Noel incluso le apoyó abiertamente en varias ocasiones, la más sonada, en la entrega de los BritAwards en 1996. Oasis coronaban la cima de popularidad que retrata Oasis: Supersonic y Blair estaba a punto de alcanzar su Kenwborth particular. "Hay siete personas aquí esta noche que le están dando un poco de esperanza a la juventud de este país", aseguró el guitarrista, refiriéndose a los cinco miembros de su grupo, al propietario de su sello, Alan McGee, y al líder laborista, que sonreía desde su butaca. No es de extrañar que un año después, recién mudado Blair al número 10 de Downing Street, el artista recibiese una invitación del Primer Ministro en persona. Y allí se plantó, a bordo de su Rolls Royce.

Llegados a este punto, la realidad y las ingeniosas ocurrencias del músico mancuniano se confunden. Noel aseguró años después que lo más destacable de la velada, fue un momento en el que logró colarse en un cuarto de baño reservado para la Familia Real y aprovechó para hacer de vientre. Relató con detalle la ilusión que le hizo contemplar una deposición Gallagher flotando en el mismo trono -dicho sea sin segundas- en el que el duque de Edimburgo se aliviaba las resacas. Asegura también que remató la jugada sirviéndose una generosa raya de cocaína sobre el regio tocador. Su hermano posiblemente habría completado la estampa arrancando el bidet y arrojándolo por la ventana.

Pese a lo democratizador que pueda parecer este gag, es justo lo contrario. Lo único que tuvo que conseguir este chico de clase obrera para hacer caca en el mismo retrete que la realeza fue colarse. Aparte de conseguir vender millones de discos, congregar a centenares de miles de personas coreando sus canciones y apoyar ante todos su fans a un candidato a Primer Ministro. Y no fue el único. La plana mayor de la cultura británica, desde el cómico Steve Coogan a otras estrellas del pop como Damon Albarn, colaboraron con entusiasmo con el Nuevo Laborismo. También coincidieron todos en el posterior desencanto, al comprobar como esta supuesta renovación consistió finalmente en un desconcertante giro a la derecha.

Los Gobiernos presididos por Blair ahondaron en los profundos surcos neoliberales arados por el Tatcherismo y Oasis nunca recuperaron el aura de invencibilidad que les rodeaba en 1996. "Iba a ser nuestro JFK -aseguró un decepcionado Noel en 2015-, y durante un tiempo lo fue. Los noventa fueron geniales y ese primer período del Nuevo Laborismo,también". El documental Oasis: Supersonic coincide en esa visión nostálgica de la juventud perdida, de una etapa de esperanza que dejaba atrás el halo gris del tatcherismo y en la que, básicamente, lo pasaron en grande para no cambiar nada. Pero con una estupenda banda sonora.