Franck Goddio nació en Casablanca en 1947, junto al Atlántico. Quizá por ello siente pasión por el mar, aunque en su biografía se cita la influencia de su abuelo, el escritor y navegante Eric de Bisschop. Un ancestro aventurero, inventor del catamarán moderno, nave con la que, en 1937, fue de Honolulu a Cannes.

Goddio no conoció a su abuelo, que murió en un naufragio en las islas Cook. Sin embargo, los genes están ahí. La vida del nieto tampoco ha sido convencional, aunque, a diferencia de su antepasado, él prefiere sumergirse a navegar. Considerado una referencia mundial en la arqueología submarina, Goddio ha localizado galeones españoles en el Pacífico y los restos de la nave de Napoleón en el Mediterráneo. También ha desenterrado cañones y cofres con monedas de oro, pero nada supera a los tesoros que encontró en la costa egipcia, cuando descubrió restos de esta civilización que llevaban más de mil años sumergidos. Destacan el palacio de Cleopatra, en la antigua Alejandría, y una ciudad que se creía perdida, Thonis-Heracleion.

Goddio empezó a interesarse por la arqueología de niño, cuando se mudó con su madre a París y un maestro despertó su curiosidad por esta disciplina. Conforme crecía no le abandonó su pasión por el mar y por desenterrar secretos, pero hasta la treintena no descubrió cómo conjugarlas y ganarse la vida con ello.

Economista antes que arqueólogo

Antes se licenció en Estadística y Economía y trabajó como asesor financiero para las Naciones Unidas y el gobierno francés. Destinos como Laos, Vietnam, Camboya y Arabia Saudí no aportaron suficiente emoción a su vida. A los 33 años decidió cambiar los números por la arqueología. En concreto, por la arqueología submarina: un campo muy poco conocido, que a menudo se identificaba con los cazadores de tesoros, de quienes Goddio se distancia rotundamente.

Empezó con buen pie en su nueva vida: tras fundar el Instituto Europeo de Arqueología Submarina, en 1986 localizó el Griffin, una nave británica que naufragó en la costa de Filipinas a mediados del XVIII. En 1991 encontró los restos del galeón español San Diego, hundido también en Filipinas en 1600. En sus bodegas había monedas de oro y plata, espadas japonesas y jarrones de la dinastía Ming, además de instrumentos de navegación de la época. Todo se conserva en los museos navales de Filipinas y Madrid.

El éxito de aquella segunda expedición fue el mejor aval para conseguir la financiación de la Fundación Hilti, de Liech­tenstein: un apoyo privado imprescindible para proyectos de la envergadura como los que planeaba. Después del San Diego, Goddio tenía un objetivo, más ambicioso: Egipto. Confiaba en encontrar los restos hundidos de Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno en el 331 a.C., donde reinó Cleopatra VII. La muerte de esta mítica soberana, en el 30 a.C., significó el fin de la dinastía Ptolomeica y del reinado de los faraones, iniciado más de tres mil años atrás.

En la década de los noventa, en colaboración con el Ministerio de Antigüedades egipcio y tras sortear los afilados escollos de la burocracia de ese país, el barco de Goddio empezó a trabajar frente a la costa de Alejandría. Fue allí donde, a finales del siglo VIII, y a causa de una serie de terremotos, el llamado Portus Magnus y partes de la antigua ciudad se hundieron en el mar. Se creía que la misma suerte había acompañado a dos ciudades cercanas: Canopo y Thonis-Heracleion, fundadas antes que Alejandría. Supuestamente situadas más hacia el este, en la bahía de Abukir, se sabía tan poco de ellas que muchos dudaban que hubieran llegado a existir.

El gran hallazgo

El área por explorar era vasta: aproximadamente unas 400 hectáreas de aguas mediterráneas, con escasa visibilidad debido en gran parte a la contaminación. Por ello, la expedición se basó en sofisticados sistemas de detección electrónica, que resultaron muy eficaces. Unas primeras prospecciones localizaron, bajo una gruesa capa de sedimentos, unos restos que fueron identificados como del puerto de Alejandría y de Antirhodos, la isla donde se erigía el palacio de Cleopatra.

Del palacio se recuperaron piezas fabulosas, como una gran cabeza de granito que se cree representaba a Cesarión, el hijo de la reina y Julio César. Goddio, sin embargo, nunca olvidará el día que descubrieron una estatua de la diosa Isis yaciendo sobre el fondo marino. ''La pusimos de pie, como habría estado en origen. Cuando la imagen se perfiló en el agua me sentí como si hubiera visto un fantasma'', escribió.

Todas aquellas ''cosas maravillosas'' espolearon aún más la curiosidad del arqueólogo, que empezó a hacerse preguntas. ¿Qué precedió a Alejandría? ¿Cómo llegaron al mundo egipcio los dioses del mundo helénico? Las referencias de Thonis-Heracleion y Canopo de algunos textos antiguos (entre ellos, del historiador griego Herodoto), parecían tener más sentido que nunca. A Goddio también le llamaban la atención las observaciones del príncipe egipcio Omar Tusun, miembro de la Real Sociedad Arqueológica de Alejandría, que en 1933 ya buscó estas ciudades perdidas en la bahía de Abukir.

Así que el equipo de Goddio siguió trabajando en la zona y en el año 2000 se detectaron los restos de Thonis, a algo más de seis kilómetros de la costa. Aquel hallazgo aún era más extraordinario, porque si antes se habían localizado partes de una ciudad, ahora se había ­encontrado una ciudad entera.

Tesoros de valor incalculable

Del mar se extrajeron nuevos tesoros, como tres estatuas colosales de un faraón, una reina y de Hapi, dios de las crecidas del Nilo. Además de medio centenar de naves hundidas, que testimonian la importancia de una ciudad que fue el puerto de entrada de Egipto del mundo griego. Entre los restos arquitectónicos destacan el templo dedicado a Amón y a su hijo Jonsu (el dios Heracles o Hércules), así como cantidad de cerámicas y monedas que demuestran que la ciudad vivió su esplendor entre los siglos VI y IV a.C. ''En esta excavación viví el mejor momento de mi carrera'', explica Franck Goddio a Magazine: ''Fue el hallazgo de una bellísima estela faraónica, intacta, que nos dio el nombre de Thonis''. Gracias a ello se consiguió resolver un enigma de la egiptología: Heracleion y Thonis eran una misma ciudad, pero con dos nombres, en griego y egipcio.

Para Goddio esto es lo que diferencia a la arqueología de los buscadores de tesoros: ''Nuestra misión es excavar para aprender sobre las civilizaciones pasadas y, para ello, una vasija puede tener el mismo valor que una joya''. Todas las piezas descubiertas, explica, son propiedad de la República Árabe de Egipto. Ellos son meros intermediarios entre el pasado y el presente. ¿Y qué depara el futuro? ''¡Seguir trabajando! La zona es enorme. Acabamos de empezar'', asegura entusiasmado.