Al filo de 1982, dos años después de la publicación de 'Scary Monsters', cuentan las crónicas que David Bowie, que se había labrado una sólida carrera de prestigio y erigido en padrino de numerosos movimientos musicales (el glam, el punk, la fusión del rock con la electrónica o la Movida madrileña), dicen que dijo: "Es hora de hacer caja". Desde su aparición en la escena mod londinense a mediados de los sesenta hasta finales de los setenta, Bowie (Londres, 1947) cimentó su carrera a base de hormigón armado, aunque con escaso predicamento en las listas de éxitos. Grandes discos, grandes personajes, declaraciones grandilocuentes, apariciones muy meditadas en películas que dicen de culto, ambigüedad sexual, moda convertida en moda y otros ingredientes que, mezclados en la batidora de la escena de la época, le auparon al Olimpo de la música, pero apenas le procuraron más que un par de hits en su etapa de mayor creatividad: 'Fame', en 1977, con John Lennon a los coros (número 1 en EEUU), y 'Ashes to ashes', número uno en UK. Ambas canciones le proporcionaron sus mayores abonos en cuenta en casi 15 años de carrera.

Con 'Let's dance' (1983) sacrificó calidad a cambio de engordar la chequera y, de paso, se encaramó a lo más alto del billboard de ambos países. Por fin, las pistas de las discotecas se llenaron al ritmo de sus canciones -algo inédito e inconcebible hasta entonces- y el genio cumplió su propio deseo: hizo caja... y mucha.

A su muerte, la cuenta corriente repartida entre su familia y un par de asistentes rondaba los 90 millones de euros. Sin embargo, él, que entre otras fuentes de la literatura y las artes plásticas bebía de aquí y de allá, tanto del surrealismo como del dadaísmo, de los beatniks o de quien le aportara una brizna de sabiduría, se tornó, desde el mismo día en que murió, en el "cadáver exquisito" soñado por los surrealistas. En los últimos cinco años, es probable que la marca Bowie no haya devengado más beneficios que en vida, pero denle tiempo. Tras su fallecimiento, y a mayor gloria de las plataformas de streaming, se han publicado casi tantos álbumes inéditos, recopilaciones, cajas para coleccionistas, discos piratas, rarezas, tributos o repescado actuaciones en vivo como trabajos editó mientras aún cambiaba de peinado; se han editado más biografías, ensayos, entrevistas y comics que en 24 años de relación con Iman; se han sacado a la venta más jarras, llaveros, lapiceros, bolígrafos, mecheros, vasos, chapas, marcapáginas, pendrives, libros de fotografías, zapatillas, calcetines, pantalones, sudaderas, fundas para móvil y hasta ropa interior de lo que el autor de 'Heroes' jamás habría imaginado ('Heroes', un discretísimo número 24 en el Reino Unido en 1977). Existe hasta un juego oficial de Monopoly en el que en lugar de comprar el Paseo de la Castellana se adquiere su discografía y en vez de levantar hoteles se plantan escenarios y grandes estadios. A ello súmense las cuentas de Twitter, Youtube, Facebook e Instagram, pozos inagotables de una riqueza en absoluto virtual de los que sus herederos pasan el cepillo y a través de los cuales se vende la mercadería oficial. Cinco años después, el cadáver de David Bowie goza de muy buena salud.

El negocio

Basta con clicar la biblioteca de Amazon para encontrarse con, al menos, 140 libros que giran alrededor del artista, desde acordes para piano por 3,35 euros a "Marketing hotelero: principios y práctica", escrito por un tal David Bowie que tiene nombre idéntico al de nuestro hombre y vende libros a 265 euros la unidad. Algo pescará en ese caladero. Si nos ceñimos a los editados en castellano, apenas una veintena dan la talla y el resto es de un interés discutible o dirigido a los muy iniciados ('Space oddity a capella', ¿por qué?; 'La última entrevista'. En efecto, todas son la última entrevista). Si ponemos en práctica la misma operación en Spotify advertiremos enseguida que habrían hecho falta dos vidas del autor de 'Ziggy Stardust' para que hubiera podido grabar toda la oferta disponible. Si a sus 25 álbumes oficiales de estudio les sumamos los tributos, duetos, homenajes, grandes éxitos, etcétera, nos vamos al medio centenar, algunos de los más variopintos y extravagantes: 'Obsessed', de Lena Hall (el título ya da una idea del nivel de fan), remezclas de DJ, versiones para cuartetos de cuerda, sampleados de David Guetta, canciones de David Bowie adaptadas para bebés, éxitos tamizados por el sintetizador y hasta una compilación de piezas memorables pasadas al Arcade de 8 bits. En él pueden escuchar 'Starman' y otros nueve clásicos más del Duque mutados en la melodía de las viejas máquinas de marcianos de finales de los setenta.

Desde que dejó el mundo de los vivos, no ha habido año sin novedades discográficas de Bowie: 'Who Can I Be Now?', 'Glastonbury 2000', 'Conversation piece', 'Dance', 'Loving the Alien', 'Cracked actor (Live in Los Angeles '74)', 'Welcome To The Blackout (Live London '78)', 'Serious Moonlight (Live '83, 2018 Remaster)' o 'The Ultimate David Bowie'. El año de la pandemia ha sido especialmente prolífico en ediciones, desde 'ChangesNowBowie', que registra los ensayos previos al concierto de su 50 cumpleaños, a la serie 'Brilliant Live Adventures', una caja de discos en vivo que recoge actuaciones de varias épocas; 'Liveandwell.com', 'Something In The Air (Live Paris 99)' o 'Ouvrez Le Chien (Live Dallas 95)'. Así hasta una veintena de novedades desde enero de 2016, incluida una versión a dúo con Morrissey del clásico de Marc Bolan 'Cosmic dancer'.

Las ventas durante toda su carrera se estiman en 136 millones de discos. Según Official Chart History, que mide distintos parámetros de los principales artistas, en los años siguientes a su muerte seguía vendiendo a un ritmo de 2,5 millones de discos por ejercicio.

No resulta extraño este negocio postmortem porque David Bowie fue pionero en sacar su cancionero a bolsa. De no haber sido el monumental compositor e intérprete que fue, podría haberse dedicado a abrirse paso a codazos entre los tiburones de Wall Street, aunque no logró todo el acierto qué el preveía. Imaginación no le faltó. En 1997, y con objeto de capitalizar sus activos artísticos, vendió los derechos de los álbumes grabados antes de 1990, un total de 25 sumando hasta ese año los de estudio, los directos, recopilaciones, colaboraciones y experimentos como Tin Machine. Emitió bonos a diez años apoyados por derechos de autor a un interés próximo al 8% anual. Objetivo: rentabilizar los royalties.

Al principio, la operación le salió redonda y obtuvo 55 millones de dólares con las primeras emisiones. Bowie garantizaba a los inversores participar en futuros beneficios y aseguraba el flujo de dinero necesario para devolver el principal más los intereses prometidos. Con ese margen, el músico recompró sus propias canciones a su exagente. Todo fue bien hasta que con la universalización de internet y la eclosión de las descargas piratas, los valores comenzaron a decrecer a finales de la década, mermaron los derechos de propiedad y el valor de los bonos acabó volatilizado en filfa financiera. No obstante, en el mismo año que nacieron los 'Bowie bonds', el músico acordó con la disquera EMI el adelanto de 30 millones de dólares de futuros royalties a cambio de la exclusividad de los derechos de distribución en todo el mundo del catálogo de su obra entre 1969 y 1990, en que se incluye lo más rentable de su trabajo.

Inaccesible al desánimo, se aplicó su propia fórmula: "No hay nada que aprender del éxito. Todo se aprende del fracaso". Incluso muerto.