El éxito internacional de 'Patria', su anterior novela, no atemoriza a Fernando Aramburu, que afirma que piensa cada libro como único, sin importarle la percepción del público o de la crítica. En 'Los vencejos' (Tusquets), Aramburu presenta a Toni, un hombre harto de todo lo que le rodea y se ha dado a sí mismo un año de vida. Amor, amistad, muerte o sexo se citan en una novela anclada en la actualidad española del 2019. 

Se recuerda en todos los lugares que usted es el autor de ‘Patria’. 

Me da igual. Antes era el escritor vasco afincado en Alemania. 'Patria' me libró de ese apelativo. Hay cosas peores, pero yo dejo a la gente que me llame como quiera. 

¿Cómo se afronta un nuevo libro tras un éxito tan grande como el de ‘Patria’?

No me tomo unos libros como más importantes que otros. Cada libro es una aventura creativa nueva y siempre me siento como al inicio de mi actividad literaria. Asumo el éxito y el fracaso, lo que toque, con naturalidad. 

¿Qué aventura creativa se desarrolla en ‘Los vencejos’?

Lo que no hago es tocar la misma melodía. Es un mundo humano distinto a los anteriores, pero relacionado con Autorretrato sin mí, un libro en el que me desnudé y conté a mis lectores mucho de mi intimidad. Hago lo mismo pero con un personaje de ficción, contando hasta el último detalle.

¿Qué tiene Toni, ese protagonista de ‘Los vencejos’, de Fernando Aramburu?

Un 8%. Fui docente, pero en otro sistema distinto; tengo una perra y una biblioteca, pero nunca me desprendería de ella, algo que sí hace él. Mi situación vital es muy distinta: no vivo en su ciudad, no estoy divorciado y no arrastro su amargura. 

¿Usted podría relacionarse con una persona que trata así a su biblioteca?

Nunca podría hacer lo que él hace. Lo curioso de Toni es que no tira sus libros, sino que los reparte por la ciudad, aceptando la posibilidad de que otros los lean. En los lomos de mi libros se ha quedado retenida mi vida, porque mi biblioteca nació conmigo. Estoy en condiciones de encontrar en estos libros momentos trascendentales de mi vida. Soy quien soy gracias a mis libros, por lo que desprenderme de ellos sería como arrancarme una uña sin anestesia. 

Toni se da un año para quitarse la vida. ¿Qué le atraía de ese dilema?

Me interesaba tratar con un personaje que supiese con exactitud el día y la hora de su muerte. Podría ser una revolución personal, una persona a la que se le tambalearía la jerarquía de valores, que perturbaría a la gente de su entorno... Quería racionalizar esta experiencia del que sabe que va a morir.

¿A usted le gustaría saber cuándo va a morir?

A mi no me importaría que al nacer me hubieran dicho que iba a morir el 8 de febrero de 2045. Como afrontamos la muerte con miedo, no queremos saberlo. Pero saber exactamente el momento de nuestra muerte aportaría enormes ventajas prácticas. 

¿Se viviría de otra manera?

Seguro, y no necesariamente peor. Si uno sabe a ciencia cierta que aún le quedan años de vida, podría dejar sus asuntos bien arreglados, cometer alguna temeridad... Viviríamos de acuerdo con otra estrategia vital. Y la ficción nos permite jugar a ver cómo sería esto. 

Toni vive en 2019 y usted retrata la sociedad española de ese año. ¿Qué le atrae de la realidad?

Mi manera de concebir al ser humano me obliga a tratarlo en su relación con la historia colectiva. Lo que nosotros vemos en el espejo no nos define al completo, porque somos también consecuencia del roce con los demás. Centro mis novelas en revelar lo que nos hace humanos, por lo que me siento obligado a retratar el contexto social en el que se mueven los personajes. En el caso de 'Los vencejos', aún más, porque la historia está delimitada temporalmente, lo que me obligó a seguir la actualidad española a diario.

¿Hay personas como Toni en la España actual?

Creo que hay muchos más Tonis de los que pensaba al comenzar la novela. 

En la novela aparecen representados temas como el amor, la política, el sexo o la amistad; comunes a todas las personas. 

Pero lo esencial no es que yo toque esos temas. Lo esencial es que hay un hombre que escribe, que hace un ejercicio personal, del que está convencido que nunca nadie va a leer. Es lo peculiar de este hombre, mientras que los demás somos unos disimuladores natos. La franqueza con la que escribe nos permite ver hasta su última pieza de intimidad.