Este libro de José Antonio Griñán, Cuando ya nada se espera (Galaxia Gutenberg), es la crónica de cómo se hizo y qué supuso la Transición. La narración incluye los intentos de desprestigiar aquel esfuerzo político por librar a España de las malas suertes de su historia. Se quiebra, además, para ser también la confesión de este hombre sobre hechos que han roto los últimos años de su vida, desde cuando “el aire se adelgazaba” al leer la sentencia condenatoria de la Audiencia Provincial de Sevilla que dictaminó el juicio de los ERE, hasta este momento en que espera el dictamen final del Supremo. Él, dice, cree en la Justicia. Griñán, de 74 años, es un hombre tranquilo, “un demócrata”, como lo retrata su prologuista, Fernando del Rey, ha sido ministro de Felipe González, fue presidente de Andalucía. Responde por teléfono desde su casa el día de su santo, que es también su día del padre.

 

-El libro es sobre la Transición y es el resultado de una conversación con su hijo Manuel, nacido en 1971.

Empieza con una conversación con mi hijo Manolo y lo termino con esa misma conversación. Lo que trato de explicarle a él es el porqué de mi dedicación a la política. Al final, la respuesta de mi hijo es de total comprensión, pero en la primera conversación él se muestra escéptico. También es un recuento de la España que se vivió desde 1945 hasta, prácticamente, 2013. Pero lo importante es lo que ocurre hasta 1986.

 

-En ese recuento la vida personal alcanza un dramatismo que no tiene por qué ser propia de la vida política.

Es consecuencia de la vida política también. Quería expresarle a mi hijo el sufrimiento que se vive en unas circunstancias como las que yo tuve que protagonizar. Me parecía necesario hacer eso porque la política merece la pena, porque se lucha por unos ideales y por una democracia, pero también la tiene veleidades que, incluso, pueden arruinarle la vida a alguien. La mejor manera de expresar algo así es con sentimientos, no tanto con acontecimientos. Y eso es lo que hago.

-¿El libro le ha ayudado a sobrellevar las consecuencias de ese proceso?

Yo, ahora mismo, estoy más cercano de los 80 años que de los 70. Es decir: creo que he colmado una vida. Y ya estoy, digamos, acostumbrado. Pero es verdad que esos momentos fueron los que fueron y yo necesitaba expresarlos. Porque si no, no sería honesto con la realidad y conmigo mismo. Esa parte no es sustancial en el libro, pero que sepan que ahí el autor se desnuda un poco.

-¿Cómo pudo abordar una memoria con acontecimientos tan delicados?

Es que, después de que mi hijo comprende el porqué de mi dedicación a la política, él expresa un agradecimiento a mi generación y eso me lleva a la conclusión de que el libro mereció la pena (el libro me ha llevado casi cinco años en los que tuve que documentarme mucho) porque con él tuve la oportunidad de explicar a personas de su generación, que es por cierto la que ahora está en el gobierno y en la oposición, que la mía estuvo a la altura de las circunstancias. O sea: el libro es una explicación de mi generación a su generación.  

-¿Y todo ha valido la pena?

Al final digo que sí, que valió la pena. Una cosa es que a mí me mereciera la pena personalmente y otra cosa es si todo aquello mereció la pena. Eran momentos cruciales de la historia de España: el país dejó de estar roto y dividido. Entre el 75 y el 86 hubo una reconciliación y eso es algo que hoy se ignora, porque hay quien pone en entredicho el régimen del 78 y no sé qué. Bueno, pero este libro no es mi autobiografía. Este libro es la narración de acontecimientos de un transeúnte por ese periodo histórico que, además, enlaza dos siglos y dos milenios. Y doy más importancia a los acontecimientos que a mi vida personal. Mi editora, María Cifuentes, me decía que esto es más un ensayo que una autobiografía o unas memorias, y yo creo que sí. Porque cuento y analizo lo que pasó.

-Cita un texto de Hölderlin sobre “el centro de la tempestad”. ¿Ha logrado despejar la tempestad?

No sé si hablar exactamente de tempestad. Porque fue un periodo delicado, pero podíamos divisar lo que había después de la tempestad y sabíamos el camino para conseguir llegar hasta ahí. Estábamos, además, en un mundo en el que estaban enfrentados el Capitalismo y el Comunismo en algo que se conocía como Guerra Fría. Eso ha cambiado hoy. Ahora vivimos una lucha entre la democracia liberal y las autocracias populistas o las democracias iliberales como ahora se dice en un claro oxímoron.

José Antonio Griñán, en su casa en Sevilla. FERNANDO RUSO

-El desmontaje de la Transición no fue posible. ¿Porque era fuerte o porque eran débiles sus adversarios?

Yo creo que lo que se ha producido es la nueva dialéctica citada antes: la lucha entre la democracia liberal y el populismo. Eso es lo que se vive ahora mismo. Pero la democracia siempre permanece o revive. En los años 30 también estuvo en peligro la democracia liberal, pero la democracia siempre ha tenido capacidad de resistencia. Porque permite resolver problemas sin hacer imposiciones arbitrarias. Bueno, pues por eso no creo que triunfe el populismo.

-Ni se ha podido desmontar la Transición

Y lo han intentado. La mayoría de la gente rehúye de la complejidad y la democracia es compleja porque se basa en la libertad individual, no en una disciplina que se aplica a todos los ciudadanos… y lo más cómodo es obedecer. Pero la democracia no trata de marcar una sola directriz, no es una ideología, es vivir en la complejidad de la convivencia entre millones de individuos que piensan diferente. Tenemos, afortunadamente, una Constitución que establece y consolida una democracia liberal donde nadie, aunque tenga el 99% de los votos, puede imponer sus ideas morales o religiosas a todos, obliga a respetar la libertad individual y esto supone un mayor esfuerzo, claro.

-¿La Transición ha aprobado la asignatura?

Yo creo que con creces. Con sobresaliente. Sin duda. Generó un camino, un marco democrático para que la sociedad resolviera sus problemas y avanzara. En España, con democracia plena, en el año 82 era la tercera vez que se producía el cambio de gobierno en las urnas, y las dos primeras habían salido mal. Por eso en el 82 sabíamos que había que mantener la estabilidad, mantener un espacio político sin dificultades para el entendimiento. Adolfo Suárez había hecho un trabajo histórico para conservar la centralidad política y abrió un camino que encarriló la democracia y el gobierno de Felipe González tuvo la sabiduría de impedir que se polarizara la política. 

 

-¿Y qué le ha pasado a ese sobresaliente? La Transición es muy atacada.

Cuando cae el Comunismo, hay consecuencias políticas y económicas. En lo político surgieron nuevos países independientes de la Unión Soviética. En lo económico, surgió un capitalismo desregulado que culmina con la crisis financiera de 2008 que, a su vez, desencadenó el auge del populismo. Las víctimas de la crisis dijeron: ah, pues mira, parece que estos sí pueden evitar desgracias. Y se acogieron a los populistas. Hoy Podemos y Vox son los extremos de esos populismos.

-¿Qué papel tienen los jóvenes en puestos de importancia en la política nacional?

Felipe González era joven cuando llegó a la presidencia del Gobierno. Y en su gobierno también había muchos jóvenes. La edad a la que se pertenece no determina todo. Pero sí puede tener olvidos. Mucha de la clase política de hoy no vivió en carne propia el franquismo, ni siquiera el tardofranquismo, ni la Transición. Tal vez por eso no ha habido consensos ni en lo más duro de la pandemia, sólo crispación. Le recomendaría a la clase política de hoy que se entere de lo que fue la Transición y que trate de seguir su ejemplo.

-¿A quién sirve esa crispación?

A los populismos. Al final, cuando hay ese tipo de confrontaciones, se producen verdaderas aberraciones como lo es la exclusión y la descalificación total del adversario. Y, cuando vives en un mundo en que la política está tan crispada, todo el mundo se crispa. Eso no es sano para una democracia.

-¿A qué está obligado un demócrata?

Si eres político, lo primero es reconocer que existe un adversario. Lo segundo, el respeto. También está obligado a tener contención y buena educación. Porque cuando no hay todo esto, tenemos presidentes como Trump, ya ves tú lo que pasa.  

-El título de su libro, Cuando ya nada se espera, es un verso de Gabriel Celaya. ¿Es literal? ¿Ya nada se espera?

No. Además, es la mitad del verso de Celaya, que añade “personalmente exaltante”. Sigo vivo y, por tanto, con esperanza. La esperanza es lo que te deja vivir.