Entrevista

Juan Lagardera, periodista y escritor: "Valencia fue el primer territorio de las 'movidas'"

El autor presentó ayer en Madrid 'Psicodélica. Un tiempo alucinante', una novela en la que recoge sus vivencias y el espíritu de la Valencia libre y vital de los años 70 y 80, cuando la ciudad anticipó algunos de los nuevos vientos que después soplaron en otros rincones del país

El periodista y escritor Juan Lagardera.

El periodista y escritor Juan Lagardera.

Juan Cruz

Juan Cruz

Aquel "tiempo alucinante" que fue la 'movida valenciana' de los años setenta vino a vivir este miércoles unas horas al centro mismo de lo que fue, por los mismos años, la 'movida madrileña'.

Trajo aquel periodo psicodélico, que hizo pensar que en la tierra estaba el paraíso, un periodista de larga trayectoria cultural, y ahora un novelista capaz de trasladar atmósferas reales como si aun existieran la historia y sus protagonistas.

Juan Lagardera, este hombre que ha resucitado el aliento y la alegría que hicieron de Valencia una tierra de promisión para quienes creían en un paraíso abierto a toda locura, presentaba en la noche de este último miércoles los rescoldos que guarda en su memoria de tiempo tan feliz.

Concentra ese tiempo en una novela que no es tanto de ficción como de realidad melancólica y a la vez alegre, pues no hay en el libro, decían quienes lo presentaron, nada que no lleve a la atmósfera que convirtió a la 'movida' (la valenciana, la madrileña) en una especie de universo en el que se convivía con el placer de vivir, y de hacer arte, de la mañana a la mañana siguiente. Era un tiempo sin noche a la luz de un pueblo que no se apagaba nunca, Valencia.

La presentación fue en un espacio que revive la esencia de aquel periodo 'movido' de Madrid, en la travesera de la calle San Mateo, cerca de todo y de aquel tiempo, una luminaria en la ciudad ahora menos luminosa que en los años en los que Lagardera era un joven que no podía imaginar que iba a escribir en pasado aquel presente luminoso.

Así pues, aquí está su libro, 'Psicodélica. Un tiempo alucinante', editado por Contrabando. Lo presentaron con él en la Galería Travesía Cuatro, un espacio lleno de luz, la poeta y galerista Silvia Ortiz, y Maite Sebastiá, responsable de la revista 'AD España'. Conversaron las dos con Lagardera desde el interés por saber cómo alguien que las precede en el amor al arte vivió aquel periodo que en un tiempo se sintió como nacido para ser eterno.

Ahora es recuerdo (ya novela) ese tiempo del que, antes de la presentación, habló con nosotros. Este compañero que, en un largo episodio de su vida, fue importante periodista de Levante-EMV, del grupo Prensa Ibérica. Ahora él tiene 64 años, peina muchas canas, no ha perdido la espléndida memoria que sus presentadoras relacionaron con la vida que describe la novela y ha escrito este libro que, desde la portada (una abigarrada selección de personas, extranjeros y valencianos, dibujados por Gino Rubert, que abren el texto con el apetito de hacer que aquel tiempo no se vaya nunca), hasta el acto de presentación parezca zumos perfectos de aquel periodo que ellos hicieron parecer invencible.

¿Qué ha querido decir en este libro?

Después de una vida intensa como periodista, y a pesar de no llevar ningún diario, he sido maltratado por la espuma de la actualidad y no he guardado casi nada. Recuerdo haber pasado una tarde entera con Octavio Paz, cuando el Segundo Congreso de Intelectuales Antifascistas [se refiere al Congreso Internacional de Intelectuales y Artistas, que acogió Valencia en 1987 para conmemorar los 50 años del II Congreso de Escritores Antifascistas de 1937, que se había celebrado en la misma ciudad en plena Guerra Civil] y como no tomé notas sólo recuerdo vagamente lo que hablamos. Por cosas así tengo la sensación de haber perdido los detalles de mi vida como periodista. Bueno, también yo siempre he querido escribir una novela en una isla desierta y, ya ves, esta es la novela. He empezado varios manuscritos y luego los he tirado o los he perdido en algún ordenador. Pero ya tenía algo bastante avanzado sobre mi experiencia con distintos periodistas que han sido mis jefes, bastante psicóticos casi todos, y luego me di cuenta de que ese no podía ser mi primer libro. Porque sería una especie de vendetta, ¿no? Y yo no quiero eso. Lo que quiero es rescatar mi memoria. Llegó la pandemia, me encontré con un viejo amigo y decidí contar su historia: la historia de un grupo de jóvenes de la segunda década de los años 70 que viven con una intensidad tremenda una multitud de novedades vitales. Primero, las políticas, después las sexuales, culturales también y, por supuesto, las drogas. Las dogas como evasión y como forma de conocimiento. A partir de ahí, llegó la pandemia, enfermé y quise encontrar la voz, estirar la autoficción mucho más allá de lo permitido, hasta tener un caleidoscopio que, a quien lo lea, no le parezca algo descifrable, pues todo se puede intuir, pero los nombres propios no están, y no están maneras de establecer identidades. Todo esto para evitar a los cazadores de realidad. O sea, que he hecho novela.

Llegó la pandemia, me encontré con un viejo amigo y decidí contar su historia: la de un grupo de jóvenes de los años 70 que viven con una intensidad tremenda una multitud de novedades vitales: políticas, sexuales, culturales y, por supuesto, las drogas"

Narra un tiempo en que la naturaleza de Valencia era sinónimo de la libertad. Esa sensación estaba en la calle más que en los domicilios.

Efectivamente. Eso mismo me dijo el otro día Fernando Delgado, nuestro colega. Porque aquí cuento más cosas de bares y plazas que de casas. Hay un domicilio burgués en el centro de la ciudad, que de repente es conquistado por el 'underground', pero también se habla de una ciudad llamada Turiapolis. Es evidente que se trata de Valencia. En fin, a lo que voy es a que antes de la Movida Madrileña, la libertad y la permisividad ya se respiraban en Valencia. Valencia, pues, fue el primer territorio de las movidas.

¿Cómo cambió la vida de los jóvenes esa explosión de vitalidad?

Pues la cambió para siempre y de manera radical. Hubo víctimas, porque hubo quien se desmadró. Recuerdo a un gran músico, bajista, que se fue a Estados Unidos y luego volvió convertido en un adicto a la heroína y la heroína lo mató. La heroína tuvo un efecto devastador en varios, no sólo en él. Enfrente del bar donde empieza todo el tráfico había una farmacia que vendía, principalmente, jeringuillas. Todo el mundo iba ahí por sus jeringuillas, porque estaba enfrente. Y yo creo que llegó el momento en que esa farmacia sólo vendía jeringuillas. Luego llegó la Movida Madrileña y, años después, la llamada Ruta del Bacalao. Pero eso ya era una cosa muy disparatada, no tenía nada que ver con lo que vivimos en Valencia en los 70 y 80. Nosotros vimos a Carmen Alborch como decana de la Facultad de Derecho, y así pasó de ser una Facultad reaccionaria a ser una Facultad progresista. Carmen fue también un personaje importante en la vida nocturna de Valencia y fue ella quien montó la primera gran galería para jóvenes. En esa época también arrancó la editorial Pretextos y hallazgos así. Pero Valencia no ha conseguido nunca tener una influencia decisiva en el resto del país.

Después de esa eclosión cultural llegó la eclosión del nacionalismo. Buena parte del nacionalismo terminó acaparando buena parte de la cultura"

¿Qué herencia tenemos hoy de aquel periodo en Valencia?

El IVAM, la editorial Pretextos, algunos escritores importantes como Vicente Gallego y Carlos Marzal. También queda un personaje como Francis Montesinos, el diseñador de moda. Lo que pasa es que después de esa eclosión cultural llegó la eclosión del nacionalismo. Eso está en mi libro; buena parte del nacionalismo terminó acaparando buena parte de la cultura.

¿Qué le aportó y qué le quitó a Valencia el nacionalismo?

El nacionalismo le aportó a Valencia una parte de su verdad, pero a costa de afligir a la otra. Es decir: la valenciana es una sociedad compleja, porque en ella coexisten dos culturas desde el siglo XVI. Por una parte, está lo valenciano y, por otra, lo castellano que siempre se asociaba con el franquismo. Eso era opresivo y el nacionalismo valenciano era liberador y festivo. En esa época estaba mal visto expresarse en castellano. En la Universidad la cultura valenciana se hizo fuerte y… no sé: como que no estaba muy abierta a la convivencia con el castellano.

¿Quiere decir que la cultura en castellano se ve aun en Valencia con cierta sospecha?

Sí, en Valencia es así. Hoy hay novelistas valencianas muy buenas que escriben en castellano, como Bárbara Blasco, Elisa Ferrer, Lola Mascarell. Las tres son de Tusquets, por cierto. También hay un fenómeno muy potente, que es Rafa Lahuerta, autor de Nos ruegan. Además de Carlos Marzal, por supuesto, y otros.

Los que íbamos a Valencia en esa época que usted narra en Psicodélica siempre nos encontrábamos con la ciudad alegre. ¿Eso ha cambiado?

Pues nos hemos hecho mayores y ya no salimos tanto ni hacemos tantas reuniones. O, bueno, por lo menos yo ya no las hago [risas]. Pero creo que también la nueva generación tiene una forma de relacionarse distinta a la nuestra. Será eso también.

¿Todo era más divertido entonces?

Entonces éramos más jóvenes y pensábamos que éramos inmortales [risas].

¿Y a su edad cómo ve a Valencia?

Valencia se va retrasando respecto al resto del país y no se da cuenta. Creo que en Valencia se vive bien, con un buen clima, es muy sociable la gente… pero así se nos ha dio la vida, antes éramos la tercera ciudad de España y ahora somos algo así como la décimotercera y nuestro equipo de fútbol pertenece a un bróker chino y cosas así. Bueno, de aquí es el dueño de Mercadona y eso nos salva un poco. Pero Valencia es una ciudad que está perdiendo el ritmo.