Cineasta legendario

Héctor Olivera, el director de cine argentino que se salvó de la Triple A por vivir en una casa de rico

El responsable de cintas como 'La Patagonia rebelde' o 'La noche de los lápices' publica su autobiografía, en la que repasa su carrera como de uno de los cineastas más destacados de su país y la persecución que sufrió por parte de censores y ultraderechistas

El director de cine Héctor Olivera, durante el rodaje de ’No habrá más penas ni olvido’ (1983).

El director de cine Héctor Olivera, durante el rodaje de ’No habrá más penas ni olvido’ (1983).

Eduardo Bravo

"La verdad es que no sabría qué hacer en el cine hoy en día", comenta Héctor Olivera cuando se le pregunta si le apetecería ponerse de nuevo tras la cámara. "Para alguien como yo, que ha pasado toda su vida yendo al cine y viendo las películas en pantalla grande, la situación actual es dramática", confiesa el realizador, que ha vivido la edad dorada de las grandes salas, su transformación en minicines, la aparición de los sistemas domésticos de reproducción y el desembarco de las plataformas digitales.

"Tuve la suerte de encontrar mi vocación a los quince años. Un día entré en los Estudios Baires Films y quedé deslumbrado por la recreación que habían hecho de Viena para una película de Schubert, que es cierto que no tenía mucho que ver con la Argentina, pero era el tipo de películas que se hacían en la época. A partir de entonces, mi vida estuvo ligada al cine", recuerda Olivera que, andando el tiempo, no solo llegó a ser copropietario de esos estudios, sino que desarrolló una exitosa carrera como productor, distribuidor y realizador, gracias a títulos como La Patagonia rebelde o La noche de los lápices.

"El público es imprevisible. Es muy complicado saber qué le va a gustar. Por eso, en mi carrera hay de todo. Desde malas películas para Roger Corman a clásicos del cine argentino como No habrá más penas ni olvido, una comedia dramática basada en un libro de Osvaldo Soriano. Tal vez sea el trabajo que más quiero, porque siempre quise hacer una película sobre el peronismo, que no tengo claro si es un partido político o una sensación argentina, pero sí sé que es algo a lo que nunca adherí".

A sus noventa y dos años recién cumplidos, Héctor Olivera ha reunido muchos de esos recuerdos vitales y profesionales en Fabricante de sueños, autobiografía que presentó este martes en Madrid acompañado del presidente de la Academia de Cine, Fernando Méndez-Leite. Un libro en el que, además de momentos dulces, entre los que se encuentran numerosos premios internacionales y jugosos éxitos de taquilla, también se incluyen situaciones dramáticas. Por ejemplo, las amenazas al realizador y su familia realizadas por la Alianza Anticomunista Argentina, grupo terrorista parapoilicial que secuestró y asesinó a cientos de personas en la década de los 70.

"Había convencido a mi socio, Fernando Ayala, de que no podíamos seguir produciendo únicamente las películas que nos gustaban a nosotros. Teníamos que pensar en el público, así que empezamos a hacer películas como Hotel alojamiento, que estuvo veintidós semanas en el cine de estreno, o El profesor hippie y El profesor patagónico, con el cómico don Luis Sandrini. Ganamos tanto dinero, que conseguí construirme una casa importante en las Lomas de San Isidro. Un día, la gente de la Triple A fue a buscarme hasta ahí en los famosos automóviles Ford Falcon. Cuando vieron cómo vivía, no se creyeron que fuera un revolucionario o un bolche, como decían ellos, y se fueron. Si hubiera vivido en una casita normal, tal vez no te estaría contando lo que te cuento ahora", recuerda Olivera que, a pesar de ese operativo y las amenazas, decidió permanecer en la Argentina con su familia. "Nos quedamos porque mi posición era: 'que se vayan ellos'. ¿Por qué iba a irme yo del país? ¿Cuál era mi crimen? En todo caso, no fue fácil porque esa gente maldita, primero mataba y después preguntaba".

Rodar bajo censura

Independientemente de su militancia política o de su nivel de renta, cualquiera podía ser objetivo de la Triple A. De hecho, a pesar de sus discrepancias con el peronismo, Olivera se había significado políticamente al filmar, durante el breve gobierno de Héctor Cámpora, La Patagonia rebelde, película basada en las investigaciones que Osvaldo Bayer había hecho sobre el asesinato de anarquistas a manos del ejército argentino durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen.

"La Patagonia rebelde fue una audacia de un productor, Fernando Ayala, y un director, yo mismo, pero, como empresarios, fue un disparate. Cuando comenzamos a rodarla, los montoneros ya habían matado a José Ignacio Rucci, que era como un ahijado de Perón en el gremialismo y, durante la filmación, el ERP, el Ejército Revolucionario del Pueblo, atacó la agrupación militar de Azul, provincia de Buenos Aires. Una vez terminada, la película estuvo parada varios meses hasta que Perón, para joder al comandante en jefe por una pelea entre militares, autorizó su estreno. Poco después Perón murió y tuvimos que retirar la película porque era habitual que una patrulla militar se presentase en los cines, subiera a la cabina de proyección y le mostraran la pistola al operador que, solo con ver a los militares, ya sabía que tenía que parar la película".

Además de a esos métodos expeditivos ejercidos por los militares, durante la dictadura Héctor Olivera y sus socios tuvieron que enfrentarse a una férrea censura a manos de un personaje que ha pasado a la historia de la Argentina por su perfil siniestro, reaccionario y perverso: Miguel Paulino Tato.

"Tato era una persona caprichosa y vengativa que había sido crítico de cine. Sin embargo, cuando las distribuidoras invitaban a los periodistas a un evento o un acto, nunca lo incluían a él porque, dicho por ellos mismos, era un tipo insoportable. Cuando le nombraron censor, no rendía cuentas a nadie, por lo que llegó a tener un enorme poder, del cual se aprovechó. Aunque había un secretario de prensa y difusión del que dependía el ente de calificación cinematográfica en el que trabajaba Miguel Paulino Tato, ese secretario no podía hacer nada contra él. Esto provocaba que tuviéramos que negociar directamente con Tato. Por ejemplo, nos decía cosas como: 'en el segundo acto hay una teta y más adelante un culo' y nosotros intentábamos convencerle: 'vale, aceptamos que se corte la parte de las tetas, pero deje el culo'. Era algo muy triste".

La llegada de la democracia acabó con la dictadura de Tato, la de los militares y trajo otro de los grandes éxitos de Olivera que, en contra de lo que había previsto en un primer momento, se vio narrando una historia que había descartado completamente: La noche de los lápicesuna cinta sobre los últimos días de un grupo de estudiantes de secundaria de La Plata que fueron secuestrados, torturados, asesinados y desaparecidos en 1976.

"Aunque en la película Argentina 1985 no aparece demasiado, la realidad es que Raúl Alfonsín se jugó su presidencia para que hubiera un juicio a los que habían sido comandantes en jefe durante el periodo de facto. Gracias a ese proceso, salió a relucir todo lo que los militares habían hecho. En esa época me encontraba en Los Ángeles presentando No habrá más penas ni olvido, y al final de la proyección había un coloquio. En el turno de preguntas, alguien me dijo en inglés pero con acento argentino que cuándo iba a hacer la película de los desaparecidos. Respondí que no creía que debiera ser yo quien hiciera esa película, sino algún otro colega. Sin embargo, cuando leí en el diario el testimonio de Pablo Díaz, uno de los chicos en los que se inspira la película, me dije que esa historia tenía que llevarse al cine y difundirse mundialmente. A pesar del tiempo transcurrido, hay colegios que el 16 de septiembre, día de las detenciones, pasan la película. Aunque nunca pensé que rodaría una película como esa, a veces uno siente que, como director, tiene una responsabilidad con la sociedad".