Niebla en el ataque

El Deportivo corrobora en el primer partido de Liga sus dificultades para hacer gol, que compensa con un sólido oficio defensivo. El Zaragoza, superior en la segunda parte, falló dos claras ocasiones

Míchel se retira del campo dolorido por lesión. / juan varela

Míchel se retira del campo dolorido por lesión. / juan varela

Rubén Darío Rodríguez A Coruña

Pues sí, al Dépor la falta gol. De tanto repetirlo sus jugadores y su entrenador en las últimas semanas se hace cansino oír esta evidencia. Pero es que es una verdad bien grande. Demostró esta carencia en su preparación para la Liga durante el verano. La confirmó ayer en el arranque de Liga contra el Zaragoza. Empate a cero. Riazor sólo ha celebrado tres goles desde mediados del pasado mes de marzo.

Ni las pocas ocasiones que tuvo ayer el Deportivo para abrir la portería contraria fueron tan claras como para rebajar el tono de las lamentaciones generales. Al menos le queda al equipo un consuelo, que si le cuesta Dios y ayuda marcar, también al rival le cuesta lo suyo llevarse un tanto al paladar.

Que al Deportivo le va a costar hacer gol lo constata ya el primer partido de Liga. En pretemporada lamentó Lotina el poco tino rematador de sus hombres -nueve goles en nueve amistosos-, que ayer alarmaron a Leo Franco con un par de disparos cruzados desde lejos, ligeramente amenazadores ambos, el primero de Adrián tras caracolear con poco ángulo de tiro, y el segundo de un muy enchufado Guardado, atrevido al cambiar de pierna y firmar un derechazo que encontró una buena parada. Urreta, como interior diestro, vistió el mismo ímpetu que el mexicano, se entendió bien con el lateral y los atacantes y colgó unos cuantos balones carentes de remate. Acierta Lotina al añorar a un nueve, un delantero con instinto y rendimiento criminales. No lo tuvo Adrián en más de sesenta minutos, después Riki, su relevo, amagó con mostrar los dientes apretados en casi media hora, pero no tuvo pólvora en las entrañas.

Con envíos en largo y un par de internadas de Marco Pérez y Jorge López en una insistente acción por su derecha, el Zaragoza, consciente del nulo rodaje del debutante Morel en su nuevo equipo, insistió por la banda del paraguayo. Manu respondió con una elástica estirada a una penetración inquietante en el área del joven colombiano. El guardameta blanquiazul se atascó al sacar lejos el esférico de sus dominios con la presencia cercana de contrarios y por alto le volvieron a faltar centímetros para atenazar el balón, aunque no pasó grandes apuros en los primeros cuarenta y cinco minutos de la Liga.

Una lesión de Míchel que metió en el campo a Valerón para instalarse en la mediapunta -mala suerte la del valenciano, por segunda vez gafado físicamente en Riazor- clausuró un primer tiempo discreto de un bando y otro. El Dépor se mostraba sólido defensivamente, salvo por el ala izquierda, y dubitativo al armar propuestas de ataque. La osadía de Urreta y Guardado por los lados no encontraba sociedad por el centro pese a los esfuerzos de Míchel y Adrián, imprecisos, por prestar ayuda cercana. El Zaragoza, también consistente en su cuerpo defensivo, halló agujeros en el costado zurdo local, por donde tiene que comportarse más atento Morel (uno de los tres fichajes en el equipo inicial), y por allí le dio bastante más protagonismo a su juego ofensivo.

Incidentes diferentes salpicaron la segunda parte. Manu, por ejemplo, lo pasó ahora peor, sobre todo porque el Zaragoza atacó por más frentes: por el centro y con un disparo de Ander Herrera que rozó el poste, y por su flanco izquierdo con una gran acción de Nico Bertolo que Jorge López no supo culminar libre de marcaje en el punto de penalti. Fue ésta la mejor ocasión del partido hasta el momento, porque el Zaragoza le comió terreno al Deportivo, lo retrasó hacia su propia área y separó sus líneas, con los dos mediocentros alejados de la tercera línea.

Todavía gozó el cuadro maño de una oportunidad más cristalina para anotar, una ocasión que Marco Pérez falló incomprensiblemente en boca de gol y solo, apartando de la red con su talón un franco balón que le regaló Obradovic en un torpe movimiento defensivo del Dépor. Ya estaba Ángel Lafita en el campo, masacrado por la afición con toda clase de insultos por el modo en cómo salió del club coruñés el verano pasado.

También estaba Riki en el césped, y al minuto de pisarlo chutó a puerta, aunque precipitado y flojo a las manos de Leo Franco. La presencia del madrileño pareció iluminar el espíritu ofensivo de su equipo, que en los minutos siguientes juntó dos ocasiones, un remate forzado de Guardado, otra vez con la derecha, a buen servicio de Urreta, y un cabezazo de Colotto a balón parado que acarició el palo en un extraño efecto.

Fue corto este periodo de iluminación, ya que el Zaragoza entendió que el partido estaba más inclinado a su favor con un poco de precisión en sus llegadas y dinamita en sus remates. No las volvió a tener tan claras como antes y Manu, más seguro por alto, abortó cualquier atisbo de peligro. Saúl debutó también, por la derecha, obligando a Urreta a cambiar de banda. Los mediocentros ya estaban cansados, las líneas se trazaban más desequilibradas. Ni otros noventa minutos iban a premiar al Deportivo con esa misión tan compleja que se le empieza a dibujar en el horizonte, la de marcar un gol.

Así que tiene trabajo Miguel Ángel Lotina, faltaría más. Despejar de niebla la creatividad de sus futbolistas para encontrar la luz en el área contraria. La última vez que hubo un modesto empacho goleador en Riazor fue el 6 de marzo, cuando anotó tres tantos ante un equipo que descendió el Tenerife. Toca mirar hacia adelante y con el punto de mira despejado.

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