El Barcelona se ha proclamado campeón de la Liga de fútbol de manera matemática, tras la derrota del Madrid en Villarreal (3-2) ayer. El conjunto de Pepe Guardiola, que hoy visitará al Mallorca, aventaja en ocho puntos al Madrid, campeón en las dos anteriores ediciones y al que tan solo le faltan dos partidos por jugar. El Barcelona, que el miércoles consiguió la Copa del Rey al ganar la final al Athletic, consigue el decimonoveno título liguero de su historia y aún tiene pendiente disputar la final de la Liga de Campeones contra el Manchester United.

La plantilla es prácticamente la misma, pero muchas cosas han cambiado de un año a otro. El Barcelona ha pasado, en apenas doce meses, de la fractura social al delirio colectivo, de la crisis institucional al éxtasis deportivo, de la nada al todo en un sola temporada, la que probablemente acabará siendo la mejor en sus 110 años de historia.

El inicio de esta metamorfosis cabe buscarlo en la arriesgada elección del novato Pep Guardiola como jefe de un vestuario repleto de estrellas que hace sólo un año vivía instalado en su propia burbuja y que había tirado las dos últimas Liga por culpa de su autocomplacencia. Con la llegada de Guardiola y el adiós de Deco y Ronaldinho, los dos popes de una plantilla hastiada de ganar, se empezó a construir el nuevo Barça. Un equipo con mayúsculas, un equipo en el que los objetivos colectivos han estado siempre por encima de los egos, de los intereses individuales y de las agendas personales. En el Barcelona de Guardiola no ha habido espacio para jugadores que prefieren refugiarse en el gimnasio a entrenarse en el césped con el resto de sus compañeros, o rodar un anuncio o asistir a un bolo promocional en lugar de acudir a un acto institucional representando al club que les paga.

Con el compromiso, la disciplina, el trabajo de la estrategia, el rigor en la alimentación, la prevención de las lesiones, la recuperación de la presión y el reencuentro de una renovada ambición por seguir sumando títulos, llegaron también jugadores como Piqué o Alves. El central catalán, que hizo el camino de vuelta de Manchester a Barcelona, ha sido la grata sorpresa de la temporada, al erigirse en el jefe de la defensa, en el alma y el corazón de este equipo, hasta convertirse en un referente del barcelonismo al estilo Puyol. El brasileño, que ya había quemado una etapa en Sevilla, no ha hecho más que confirmar en el conjunto azulgrana lo que ya apuntó en el equipo andaluz: que es el mejor lateral derecho del mundo.

Estos han sido los dos únicos jugadores habituales en el once de Guardiola -con permiso del canterano Sergio Busquets- que no estaban en el equipo la pasada temporada. El resto de titulares han sido los mismos, pero distintos, idénticos, pero no iguales.

Porque Eto'o, que hacía dos temporadas que no era Eto'o, ha recuperado su instinto de depredador (es el máximo artillero de la Liga con 28 goles), porque Henry, que el año de su debut parecía un falso imitador del auténtico Titi, ha vuelto a recordar a aquel Thierry Henry del Arsenal, y porque Leo Messi, eclipsado temporadas atrás por la ascendencia de Ronaldinho, y liberado del lastre de las lesiones, se ha destapado por fin como un crack planetario, como el líder de este equipo, como el jugador dispuesto a tirar siempre del carro. Entre los tres llevan 70 tantos en el campeonato, más que 17 equipos de Primera. Entre los tres han convertido este Barça en el más goleador de su historia (103) y lo han disparado hacia el récord absoluto de goles en Liga, que ostenta el Madrid del galés John Benjamin Toshack (107).

Pero nada de esto habría sido posible sin un tal Iniesta, que esta campaña por fin se ha reivindicado como un futbolista total, un centrocampista determinante, una estrella rutilante, quizá la más luminosa de este Planeta Barça, y un tal Xavi, producto de la casa con aires de estrella. No pregunten por qué ha cambiado todo tanto en tan poco tiempo, por qué el planeta azulgrana ha dado un giro de 180 grados sin haber incorporado nuevos astros a su órbita. Para este interrogante Guardiola siempre tiene la misma respuesta. "No le den más vueltas. Sencillamente tengo unos jugadores buenísimos". Es cierto, pero hace un año también lo eran. Quizá la respuesta esté en la física aristotélica, que decía que para transformar el cosmos debía haber un motor principal, un generador de energía que moviera todo lo demás sin que éste, a su vez, pudiera ser movido. Guardiola, jamás lo reconocerá, pero en este Barça el motor del cambio ha sido él.