Cinco de la tarde en Spa. Gradas vacías y el circo ambulante de la Fórmula 1 a medio recoger, a punto de hacerse un ovillo para viajar a Monza. Luce el sol en Eau Rouge y un tipo desciende en monopatín a toda velocidad. Al campeón de Europa de la especialidad se le midieron el sábado 50 kilómetros por hora cuesta abajo. El hombre de ayer le imitaba. Si Fernando Alonso estuviera sobre la tabla, es muy probable que se hubiese partido. O que unas de las ruedas volase sin control. Lo de Alonso volvió a ir de ruedas ayer. Otra carrera arruinada en la calle de los garajes, esta vez por no ser capaces de resolver sobre la marcha un contratiempo. Por radio, antes del repostaje, el piloto avisó de que sentía vibraciones. Era el neumático delantero izquierdo, el que después se trabó y no quería salir. El nuevo tampoco estaba dispuesto a entrar y Alonso casi se duerme en el habitáculo. Más de medio minuto para no solventar la situación. A la vuelta siguiente, la radio le daba la mala noticia. "Regresa al garaje, lo dejamos". El daño era demasiado grande, ya estaba penúltimo y no había nada que hacer en la carrera. A casa, otra vez por un problema en el paso por los garajes.

En 2010 no habrá repostajes en la Fórmula 1. Sí cambio de neumáticos pero de seguir en Renault -improbable- al ovetense le vendría bien dejarse caer por allí lo menos posible.

Con muchos de los grandes en la parte intermedia de la parrilla, el follón en la salida estaba asegurado. Alonso lo esquivó pero su leve toque con Sutil tendría graves consecuencias más adelantes. El tapacubos quedó destrozado, deformado y no pudieron colocarle uno nuevo porque no encajaba. "Estaba todo como dañado", dijo el ovetense al acabar.

Al menos pudo librarse del mayor lío del día. Dos novatos, Grosjean y el español Alguersuari, involucrados con dos veteranos, Button y Hamilton. La fogosidad del francés de Renault provocó un efecto dominó de encontronazos que acabó con los cuatro camino de los vestuarios antes de la hora.

El pelotón se agrupó tras el coche de seguridad y Raikkonen se preparó para devorar a Fisichella. Tiró de Kers y se lo comió en un santiamén pero el italiano no se arrugó y conservó la segunda plaza con uñas y dientes. Victoria autoritaria del finlandés, que se frota las manos en su mejor racha del año, mientras en el paddock se rellenan quinielas para encontrar la mejor forma de bajarle del coche rojo y abrir de una vez el camino a Fernando Alonso. Hacía 16 meses que Kimi no ganaba.

A esa hora el asturiano ya estaba camino del aeropuerto. Había luchado a muerte para terminar otra vez víctima de la desgracia. Tiene un imán para el infortunio. Hasta que desfalleció en boxes había llegado a la tercera posición. Todo seguido. Sin parar para mantener la opción de ir a una única parada. Decidieron que serían dos y los cálculos decían que optaría a la quinta plaza y podría estar al acecho ante posibles errores de los coches del podio. Todo fue construir castillos en el aire. Su historia se acabó tristemente al paso por el garaje. Al menos esta vez no tuvo que volver al redil apoyado en tres ruedas.