La leyenda del fútbol esconde en un lugar preferente para Matthias Sindelar, posiblemente el mejor jugador de los años treinta, que eligió una muerte digna antes que vivir arrastrando su conciencia al servicio de un tirano que había decidido que el deporte sirviese para sus objetivos propagandísticos.

El austríaco fue el mejor exponente del Wunderteam (equipo maravilla) que fue como se conocía a la selección centroeuropea en aquellos días. El fútbol comenzaba a ser un deporte de masas y Sindelar fue uno de sus primeros ídolos. Nacido en 1903 en la región de Moravia en el seno de una humilde familia de ascendencia judía Sindelar emigró con sus padres y hermanos a Viena, cuyas calles vieron nacer al mayor talento que haya dado ese país. A los quince años ya jugaba en el Hertha de Viena, del que pasó con rapidez al Austria de Viena, conjunto al que le dio tres títulos.

Su fama fue creciendo de forma imparable por toda Europa al tiempo que emergía de su mano el Wunderteam, la selección austríaca que asombraría al mundo en la década de los treinta y con la que debutó en 1926 ante Checoslovaquia, partido en el que conseguiría el tanto de la victoria. Sin embargo, como le ha sucedido a otras leyendas, la gloria mundialista fue algo esquiva con él. En 1930 Austria no quiso desplazarse a Uruguay a jugar el campeonato y cuatro años después porque se cruzó con Italia en semifinales y Mussolini no podía consentir la derrota de su equipo en un torneo preparado a la medida.

Austria, dirigida por Meisl, había superado a algunos de los favoritos para aquel torneo, pero el penúltimo escalón parecía difícil de superar: la Italia de Pozzo que en cuartos había superado con un gran escándalo arbitral a la España de Zamora. El robo en la semifinal fue mayor si cabe. Guaita marcó el gol del triunfo para regocijo del dictador felizmente sentado en el palco, pero antes le habían anulado dos tantos a Sindelar y el árbitro había consentido que Italia sacudiese estopa sin ningún control. Resignados, los austríacos empezaron a soñar con la oportunidad que nunca llegaría en 1938. Meses antes de la cita en Francia, Alemania anexionó Austria y la FIFA impidió disputar el torneo a un país "que ya no existía". Los alemanes, conscientes de la calidad de aquel equipo, "invitaron" a los mejores jugadores a unirse al equipo con el que Hitler quería apuntarse otro triunfo propagandístico. Sindelar dijo no.

Se negó a vestir aquella camiseta y mucho menos hacer el saludo nazi antes de los partidos. Lo intentaron convencer de muchas maneras, pero la respuesta siempre fue la misma. Lo que acabó por sentenciar a Sindelar fue el partido amistoso entre Alemania y Austria con la que las autoridades pretendían festejar la anexión. Solía decir Goebbels, ministro de propaganda nazi, que "ganar un partido es más importante para la gente que capturar una ciudad del Este" y ese partido era un magnífico ejemplo de sus intenciones. En la despedida de la selección de Austria, Sindelar se alineó con sus compañeros de selección. Dicen las crónicas que jugó el mejor partido de su vida y que se resistió a la orden de dejarse perder. En el minuto 70 marcó un gol y se dirigió al palco haciendo un baile burlón. Alemania, humillada por un jugador de origen judío, le invitó por última vez a su equipo. Ni tan siquiera contestó. A partir de ahí los nazis iniciaron una búsqueda implacable de Sindelar, que intentó escapar sin suerte a Suiza. Se escondió en un sótano mientras los alemanes ofrecían recompensas por su paradero. Sabía que solucionaría todo vistiendo la camiseta alemana y saludando al Führer desde el centro del campo, pero siempre se negó. Siguió escondido consciente de que fuera le esperaba un viaje sin retorno a un campo de concentración o una ejecución apresurada. Decidió que aquella no era forma de vivir y escogió la mejor muerte que se le ocurrió. Se encerró en la habitación con su novia, Camila, y abrió un hornillo de gas. En enero de 1939, cuarenta mil personas acudieron al entierro desafiando a la orden dada por los alemanes. El justo adiós para quien fue considerado el Mozart del fútbol, un hombre que simplemente no se resignó.