Lo tenía mascado desde hacía semanas, asumido que ganar su segundo título era cuestión de tiempo, pero cuando fue una realidad, Sebastian Vettel se quedó sin palabras. "Gracias, era lo que todos queríamos", dijo con la voz quebrada, todavía en la intimidad del coche. Se hizo el silencio en la emisora y se intuyó el llanto. Nada de gritos, nada de estruendo. Sólo un sincero agradecimiento, que completó después. "Yo solo no habría llegado a nada". Mensaje directo a su equipo, a Red Bull, una casa joven que va camino también de su segunda corona de constructores. Equipo bisoño, pero entusiasta y piloto imberbe, aunque inyectado con el virus de la victoria, un cóctel explosivo que da como resultado un tándem casi invencible.

Lleva el alemán cuatro temporadas y media en la Fórmula 1. No es mucho, pero ya tiene dos títulos y un subcampeonato. La serena celebración de ayer en Japón confirma su madurez. Ya no es el piloto que asombraba tanto por su pilotaje como por su precipitación. Aquello explicaba su prisa por corresponder a los que pronto le apodaron Baby Schumi. "Comete errores, como todos, pero nunca caerá en el mismo dos veces", dice de él Adrian Newey, el dueño del cuaderno donde en Red Bull nació un coche de otra galaxia.

El segundo título convierte a Vettel en el bicampeón más joven de la historia y le da acceso al club de leyendas en el que ya están Ascari, Clark, Graham Hill, Fittipaldi, Hakkinen y Fernando Alonso. Al español le roba el honor de ser el piloto más joven que lo hace, gracias a los 24 años, tres meses y seis días que tenía ayer.

Qué diferente fue su segunda coronación a la del curso pasado en Abu Dabi, cuando cruzó la meta sin saber quién era el dueño del campeonato. Nunca había liderado el Mundial hasta que el título ya era suyo.

El de este año tenía nombre desde hacía meses. Sólo hacía falta algo de tiempo para que cayese de maduro. Desactiva Vettel el campeonato con cuatro carreras todavía en el calendario y margen para igualar, que no superar, el récord de victorias en un año que tiene Schumacher con trece. Lleva nueve el de Red Bull. Y también para fulminar el de poles en un mismo curso de Nigel Mansell (14) por las doce que ha conseguido Vettel.

La suerte estaba echada desde hacía semanas y aunque ayer Button cumplió su parte ganando, a Vettel solamente le hacía falta un punto. Entendió pronto el alemán que su coche no era el mejor gestor de neumáticos en la pista japonesa y asumió correr con precaución para que su ansia de victorias parciales no le obligara a retrasar el alirón.

Y por si lo olvidaba en el fragor de la batalla, se lo recordaron desde el muro en las últimas vueltas, cuando presionaba a Alonso por la segunda posición. "No te la juegues", le dijeron, al tiempo que le daban a entender que podría celebrar el título desde el podio, porque Mark Webber, que circulaba cuarto, no iba a presionarle tampoco, con el mismo mensaje en su radio que el recibido por Vettel.

Asegurado el podio del campeón, Button aún tuvo que apretar en las últimas vueltas ante la inesperada aparición de Alonso desde atrás. Había salido quinto el asturiano pero ya en el primer paso por el taller fulminó a Hamilton y en el último (tercero) se benefició de los problemas de Vettel, que le llevaron a visitar el garaje antes de tiempo en cada cambio.

Contra la norma de las últimas carreras, el Ferrari del asturiano aguantó el tipo en el tramo final, calzado con las ruedas más duras, normalmente un suplicio para él.

Le venía recortando a Button, comprometido con los neumáticos y muy justo de gasolina, medio segundo por vuelta en lo que se convertía en una inesperada oportunidad de victoria para el ovetense. No fue así porque Button se recompuso lo necesario para evitar el acoso del Ferrari y terminar en lo más alto la carrera que finiquita un Mundial al que le sobran las últimas cuatro paradas.