El Papatoetoe, el club más importante de hockey sobre patines en Nueva Zelanda, echó el cierre hace una semana víctima de la especulación urbanística: el ayuntamiento derribará el pabellón en el que jugaba y entrenaba para construir una carretera de acceso a una urbanización y no le ofrece ninguna alternativa. Con él, muere también una parte del legado de un coruñés que en los años setenta recorrió ese país y Australia plantando la semilla del deporte del stick en las antípodas. Venancio Parga, entrenador del Santa Lucía y el Deportivo, fue el escogido para darle el impulso definitivo al hockey en Oceanía, sobre todo en Australia. Allí pasó varios periodos para promocionar, sentar las bases y proporcionar a los entrenadores las herramientas necesarias para desarrollar su trabajo, aunque destacó por encima de todo por su labor como seleccionador. Aunque quedó inacabada, en el Mundial de 1976 que se disputó en Oviedo, el equipo aussie, el más joven del campeonato, consiguió su primer triunfo contra un país europeo. Todo un éxito que le llevó a ser incluido en el Salón de la Fama de la Federación Australiana.

La oportunidad surgió en 1972, en el Mundial que se celebró en A Coruña. Can Galtos, multimillonario griego asentado en Australia y presidente de la federación aussie, quería que un entrenador europeo, preferentemente español, se trasladara a su país para ayudarles a ponerse al nivel del Viejo Continente. En la ciudad herculina conoció a uno de los que más le habían recomendado, Venancio Parga, cuyo dominio del inglés le convirtió en el candidato ideal para el cargo. El contacto quedó establecido, pero no fue hasta 1974 cuando por primera vez el coruñés viajó a la otra punta del mundo para comenzar su tarea. El trabajo inicial era el de reconocimiento, conocer cuál era el estado del hockey en el país. No era malo, pero creyó conveniente tomar una decisión drástica: romper con todos los que hasta ese momento habían formado parte de la selección australiana. Había que empezar desde cero.

El objetivo era reunir a los mejores jugadores jóvenes para trabajar con ellos desde la base y con unos métodos nuevos. Aunque su estancia en Australia no era permanente, intentaba viajar con frecuencia y por periodos de varios meses, lo que le permitía desde aquí su trabajo. Consiguió un grupo con mucho futuro, comprometido, con ganas de aprender y en el que su integración fue muy buena. Australia era un país hecho por inmigrantes y eso se notaba en la selección. Estaba el portero, de origen griego -era el hijo de Galtos, el presidente de la Federación-, un jugador nacido en China pero con sangre rusa, un italiano... y sangre española por las venas del entrenador. Pero no solo Parga visitó Australia, sino que poco a poco fue preparando el desembarco de ellos en A Coruña. Su intención era que entrenaran aquí con los mejores equipos de la ciudad y que ficharan para jugar en la liga nacional. Su estancia dio para muchas anécdotas. Se engancharon, por ejemplo, a ir de tapas, aunque nunca quisieron probar el pulpo.

El método Parga dio sus frutos en el Mundial de 1976. La selección australiana se presentó en Oviedo, sede del campeonato, como el equipo con la edad media más joven, de apenas 19 años. En el primer partido se enfrentó a Holanda. Los aussies sorprendieron y ganaron por 2-0, lo que no sentó nada bien a los naranjas, que como represalia la emprendieron a pedradas con el autobús en el que iban los oceánicos. La siguiente prueba de fuego fue contra España. Muy superior, la roja se impuso, aunque los australianos dieron la cara. Fue el único Mundial en el que el coruñés estuvo al frente de la selección. Su trabajo se vio interrumpido cuando Galtos le pidió que se quedara para siempre en Australia. Su respuesta fue clara: "Vale, yo me quedo, pero solo si traes a todos los españoles para Australia y a todos los australianos los llevas para España". Parga regresó, pero su huella en las antípodas será imposible de borrar, ni siquiera por las excavadoras que trabajarán sobre ellas para derribar para siempre al Papatoetoe.