Tras haber superado a Rafa Nadal en cuartos, el serbio Novak Djokovic abría de par en par las puertas de Roland Garros y, de paso, a la oportunidad de convertirse en el octavo jugador de la historia en conseguir los cuatro torneos del Gran Slam. Había ganado cinco veces en Australia, dos en Wimbledon y una el Open USA, pero las tres veces que alcanzó anteriormente la final de París caía destrozado ante el martillo de Nadal.

Pero ayer, eliminado el obstáculo del balear, nueve veces grande en París, Nole acababa una vez más entre lágrimas mientras el público le tributaba la mayor ovación concedida antes al perdedor. A su lado el gran triunfador, el suizo Stan Wawrinka; un jugador con unos picos de juego extraordinarios y unos descensos vertiginosos. Un tipo al que le cuesta conectar con el público pero que se doctoraba en la tierra batida de París tras derrotar en la final al número uno del mundo por 4-6, 6-4, 6-3 y 6-4 en 3 horas y 12 minutos.

El balcánico, gran favorito para lograr el último grande que falta en su colección, sufrió la tercera derrota de la temporada y vio cortada una racha de 28 triunfos consecutivos. El helvético lograba su segundo grande tras la victoria que consiguió en el Abierto de Australia de 2014, contra Nadal.

A sus 30 años, Wawrinka se convierte en el tercer jugador más veterano en lograr su primera Copa de los Mosqueteros. Su gesta fue excepcional ante un Djokovic que había ganado todos los títulos importantes del año en los que había participado (Australia, Indian Wells, Miami, Montecarlo y Roma) y que parecía destinado a borrar la mácula que supone no haber triunfado en París.

Pero le salió un escollo inesperado: el cañonero de Lausana, que tras perder el primer set liberó su brazo y a base de derechazos con fuego y su elegante revés a una mano, letal, acabó por hacer descarrilar la locomotora serbia.

Djokovic se anotó la primera manga de forma precisa, presionando en cada servicio del suizo. A la tercera oportunidad, en el séptimo juego, logró el break. Menos incisivo, Wawrinka dejó escapar una bola de rotura en el noveno, en el que el serbio cerró el parcial.

Otras cuatro ocasiones más se le fueron a Wawrinka en el segundo, cuando elevó su nivel de juego y llevó la iniciativa del partido. Aunque parecía que no iba a rematar, a la sexta oportunidad, en el décimo juego, logró su primera ruptura para igualar el partido.

Djokovic mostró su frustración rompiendo su raqueta y, de rebote, casi golpeando a uno de los recogepelotas, lo que le valió una advertencia del árbitro.

El porcentaje de primeros servicios del número uno del mundo cayó en picado y Wawrinka se hizo con el mando del partido, aunque necesitó tres bolas de rotura de nuevo para ponerse por delante. El serbio pasaba un calvario y aunque en la cuarta manga logró colocarse con un 3-0 a favor, la reacción de Wawrinka no se hizo esperar: 3-3.

El serbio, contra las cuerdas, tiró de orgullo. Remontó dos bolas de quiebra en el séptimo y al siguiente sacó su clase de campeón para colocarse 0-40. Pero ahí volvió a reaccionar el suizo. Tremendo. Y al siguiente lograba romper el servicio de su rival para doctorarse con su segundo grande y evitar el pleno de Nole.

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