Hola, soy María de La Opinión". "No, ahora eres María la mamá de Leo". Al papá de Gina y Jordi, también conocido por Jordi Bargalló, no se le escapa una, detallista hasta el extremo y capaz de decir siempre lo apropiado en todo tipo de momentos. Es una de esas cualidades que le hace especial. Los niños son los primeros en apreciarlo. "Se sabe mi nombre", piensan cuando les pregunta por su partido del fin de semana. Ellos son de los que más le van a echar de menos. "¿Estás triste?, le dije el sábado a un afligido Álex. Hace unos meses conté su historia de superación y cómo impulsado por los ánimos del jugador verdiblanco superó varias operaciones en sus pies zambos para volver a colgarse los patines. El pequeño quiso que Jordi se llevara un regalo y le esperó para darle una foto suya firmada. No se podía imaginar que Bargalló se guardaba un as bajo la manga: su brazalete de capitán.

Es solo un ejemplo de lo que significó para la afición el paso de Jordi Bargalló por A Coruña. Solo había que observar, después del partido, cómo se paraba uno por uno con todos, repartiendo sonrisas. Familias enteras querían darle su adiós, decirle que de alguna manera había cambiado sus vidas. No estaban despidiendo a Jordi el jugador sino a Jordi la persona, el vecino, el amigo. Significa mucho cuando la dimensión humana eclipsa a la deportiva, llena de éxitos, del que es el mejor jugador del mundo.

Porque como jugador, pocas cosas hay que se puedan decir más. Un día lo describí como un dibujo animado. Capaz de estar en todos los sitios de la cancha en una misma jugada. No es el que marca más goles (aunque esta temporada casi, le superó Raúl Marín en la última jornada); ni el más rápido, ni el más espectacular ni el más fuerte. Simplemente, la suma de su nota media en estos apartados está muy por encima del resto. Es el que mejor sabe hacer todo eso, el más completo. La guinda la pone su hambre insaciable por ganar. Nunca se cansa. No le gusta perder ni a las canicas.

Hablando con un amigo me señalaba que quizás Jordi Bargalló es el último mejor jugador de cualquier deporte que pasa por A Coruña, por lo menos en algún tiempo. Un lujo que ha llegado a su fin tras un mar de lágrimas en una de sus temporadas más difíciles, pero en la que rindió como nunca sobre la pista. Se va sin señalar a nadie, sin guardar rencor y sin decir una palabra más alta que la otra, aunque una parte de la afición ya haya encontrado y señalado al culpable. Hasta pronto capitán, nunca te olvidaremos. Esta siempre será tu casa.